La gresca nocturna se está convirtiendo en una empresa de alto riesgo. Quedan pocos viandantes anónimos que no se hayan calzado unos guantes de boxeo alguna vez. Nadie sabe si la situación internacional actual nos llevará, más pronto que tarde, a vivir una versión Francisco Ibáñez de Mad Max. Pero, al menos, parece que los supervivientes al Armagedón manejarán los puños con solvencia. Si la cuarta guerra mundial se peleará con palos y piedras, como dijo Einstein, en España tampoco iremos mal en defensa personal.
Para los cínicos, a los datos nos podemos remitir. La última actualización que cifra las licencias masculinas en deportes de contacto del año 2023 (son más rápidos los golpes que las administraciones), marcó una subida de 10.000 con respecto a cinco años atrás. Una subida más tímida en el caso femenino, pero notable si tenemos en cuenta que era casi nula hará una década. Eso, por no hablar del interés que despierta hoy entre las mujeres jóvenes, más allá de si se federan.
Según el reciente estudio Actividades Físicas y Deportivas de las Adolescentes, financiado por la Fundación MAPFRE y con la colaboración del Consejo COELF, el 7,7% de las adolescentes están interesadas en practicar un deporte de contacto, frente al 6,6% de chicos de su misma edad. No, si los Coz estaban bien encaminados cuando cantaban aquello de: “las chicas son guerreras”. Pero les faltó hablar, entre las cursis y las legales, de las que te noquean.
Parece que desde los tiempos del harrijasotzea Urtain; del Tigre de Cestona, campeón de Europa de boxeo en 1970, España no salivaba tanto por los cuadriláteros. O los hexágonos, por supuesto, si nos referimos al MMA. No olvidemos que el aterrizaje de Ilia Topuria a la actualidad nacional, así como las veladas del youtuber Jordi Wild o los shows circenses de Ibai Llanos, han azuzado un interés disparado por todas las modalidades de los deportes de contacto.
El aterrizaje de Ilia Topuria a la actualidad nacional, las veladas del youtuber Jordi Wild o los shows circenses de Ibai Llanos, han azuzado un interés disparado por todas las modalidades de los deportes de contacto
Pero, ¿cómo cerciorarse de ello? Una forma directa es acudiendo a algunas de las muchas veladas que se celebran en Madrid. Citas donde, desde amateur a profesional, peleadores de todo pelaje se miden los puños sin streamers ladrando gansadas o con contrincantes inexperimentados. Oasis del deporte en su vertiente clásica. Como la velada que se celebra la noche del sábado en el gimnasio El Rayo, en Vallecas, situado literalmente en un lateral del Estadio.
Los primeros combates amateur están a punto de descorchar puntuales a las 7h de la tarde. El espacio está hasta la bandera. La palestra disponible para 150 personas no está preparada para las 200 enérgicas cabezas que zumban por el local de pie, sentados sobre máquinas elípticas o tatamis. Se dividen los asistentes en tres categorías: amigos y familia de los peleadores, camaradas de gimnasio de los peleadores y anónimos aficionados al deporte. Por 15 euros, disfrutar de una velada de tres horas se revela un trato justo. Eso, y los medios-cachis de cerveza a dos euros, que dejarán moco a más de uno sin necesidad de subirse al ring.
“Comencé a practicar boxeo cuando conocí a Eugenio Martín, un hombre de más de 70 años que llegó al gimnasio donde entrenaba kickboxing”, afirma José Calavia, lozano funcionario de 56 años, presente en la velada del gimnasio El Rayo. “Eugenio, con su enfoque de 'vieja escuela' y su conocimiento sobre el boxeo de los años de José Legrá, me cautivó. También había sido entrenador de Berdonce. Algo increíble”. Al igual que la práctica totalidad de a quién preguntes, José asegura que su pasión pugilística se debe a su naturaleza tan completa. “Mezcla muchos aspectos físicos, pero también mejora tus reflejos y, sobre todo, te enseña a concentrarte bajo presión. Cuando empiezas a entrenar a un nivel más avanzado, tienes que pensar con claridad incluso cuando tu pulso está a 170 y tu oponente te está atacando. A los 56 años, el boxeo me mantiene en buena forma física y mental. Me ayuda a mantener la calma en la vida diaria y a ser más consciente de mis pensamientos”, concluye, antes de que suban los primeros contrincantes al ring.
La Cafe Society queda lejos, claro está. Lo de los trajeados con americanas cromadas y zapatos Oxford sin picado es cosa de las pelis de Guy Ritchie. Una velada en el gimnasio El Rayo es cruzar la frontera a la dictadura del chándal. Y no por código de vestimenta. Ni segregación textil. Es más una cuestión de comodidad familiar. Quién piense que hay algo sórdido o marrullero en las veladas de boxeo amateur, le invito a revisar sus referencias. Nadie niega que haya ‘clubs de la lucha’ llenos de desnortados que no querías ver en el cumpleaños de tu hijo regalando aneurismas, y fracturas maxilares múltiples por la capital. Pero son lo marginal de lo friki. El grueso de las veladas de deportes de contacto se viven como en el gimnasio El Rayo, un sábado por la noche. Sin hostilidades, ni hooligans con jeta de pez borrón. Ánimos templados en vista de una paz tensa.
Los combates dan la campanada. Descorcha la machacada craneal organizada. Las gotas de sudor que saltan de las brillantes pieles de dos jovencísimos, delgadísimos y motivadísimos boxeadores, lubrican las primeras filas. El olor diaforético, en cambio, más ambicioso, culebrea impregnando todo el espacio. Está bien. Se ha venido a esto. Sudor, sangre y honor… que si bien suena a clamor skinhead, no se parece en nada a los violentos y discriminatorios rezos de los cabezas rapadas con sesos de grillo. Mientras unos púgiles ya están regalando pinchazos al hígado, otros se preparan en los vestuarios. No son ni velatorios, ni cumpleaños. En estos cubículos de albino azulejo hollinado, parecidos a los de Toro Salvaje, se respira concentración. Se sueltan golpes. Se imparten instrucciones igual que un pescatero recita la receta estrella para triunfar en Nochebuena. La agitada calma que precede a la tormenta.
“Cada vez acude más gente a ver boxeo”, asegura Nacho Grima, peleador amateur, en la velada del sábado. “Aunque esas veladas que hacen los youtubers suelen estar amañadas y no se boxea como se debe, le están dando algo más de fama, y se nota”. Nacho acaba de bajar del ring con una mirada inyectada de endorfinas. Risueño, extasiado, pero sin llegar al frenesí, esta noche ha ganado su séptima pelea y eso se traduce en una gestualidad calurosamente enérgica. “Cada vez son más evidentes los beneficios que tiene el boxeo”, dice el púgil preguntado por los motivos de su pasión. “Te muscula, tienes mayor claridad mental, aprendes a defenderte, te sube la autoestima, te recarga las energías para poder ser mejor con quienes te rodean… Para mí es una forma de meditación”, concluye Grima, alejando el argumento de la ‘musculocentría’ habitual.
Te muscula, tienes mayor claridad mental, aprendes a defenderte, te sube la autoestima, recarga energía… es una forma de meditación
En cuanto a los combates, el término amateur se materializa a lo largo de toda la velada en varios puntos: la duración, de máximo 3 asaltos, la obligatoriedad del casco, del cual se puede prescindir tras 7 peleas disputadas, también la de llevar algún tipo de camiseta y un sobrecontrol del arbitraje. A la mínima, los de la pajarita separan a los competidores. Es oír un leve ¡clac! entre las zigzagueantes cholas de los púgiles; y parón. Cada uno a su esquina. A respirar. No por nada la Asociación Internacional de Boxeo Amateur (AIBA) empezó a regular, revisar y modificar el reglamento para poder salvaguardar a los deportistas desde el año 2008. Es imprescindible recalcar que existen posibles secuelas en la salud física y mental de los deportistas. En especial la encefalopatía traumática crónica (ETC). Una degradación cerebral provocada por golpes craneales reiterados, que aunque afecte sobre todo a los profesionales de larga duración, no debe desestimarse como uno de los potenciales riesgos de la práctica pugilística.
Esto no es una quedada de camorristas. Ni una reyerta sucia en la trastienda de un bar. Esto es un deporte. Y, como tal, se pelea con elegancia feroz. Con agresiva clase. Sin pretenderle la morgue o la cirugía estética a nadie. Valores que se hacen carne con los considerados y afectuosos saludos post combate. Hay una belleza brutal, paradójica, irónicamente tierna en ver a dos hombres o -mujeres- abrazarse con descarado respeto tras un chaparrón de puñetazos. Se respira masoquismo sano. Una reverencia al coraje mutuo muy alejado del circo macarrónico que se televisa.
“Por experiencia, es muy rara la vez que te encuentras a alguien que su objetivo sea aprender para abusar. No se busca la mala sangre. Y eso queda patente en la relación de los boxeadores sobre el ring”, apunta el peleador Nacho Grima, quien también ha tenido su dosis de arrumacos lubricados de sudor con el oponente tras la última campanada.
Esto no es una quedada de camorristas. Ni una reyerta sucia en la trastienda de un bar. Esto es un deporte. Y, como tal, se pelea con elegancia feroz
“El boxeo tiene una mala reputación debido a su ‘historia negra’”, dice José Calavia, preguntado por esa fama de callejón con la que se lo relaciona. “Desde fuera se ve como un deporte donde dos personas se golpean. Sin embargo, hay otros deportes igualmente lesivos, como el esquí, donde las lesiones de rodilla pueden dejar secuelas permanentes, o el crossfit, por la falta de técnica. Yo sigo boxeando con gente que podría ser su abuelo. Tienes que encontrar tu sitio”, remata.
Pero no todas las veladas están marcadas por esta campechana comodidad. Otras, como la que se celebra dos semanas después, el viernes 7 de marzo, en el Mad Fight Stadium de San Sebastián de los Reyes, a las afueras de la capital, gozan de mayor profesionalidad, glamour e incluso lujo. Lo digo porque poder deshacerse de 600 boniatos por una mesa VIP, ya son palabras mayores.
Con una pretensión largo más profesional que El Rayo, el Mad Fight Stadium es como el hermanito poligonero del Caesars Palace. Cuenta con 600 localidades, que la noche del viernes parecen estirarse a 700, y un centrado ring arropado por una pantalla gigante que promociona la velada. A lo largo de la noche, la liza será ocupada por pesos gallo, wélter y pesado. Esta última categoría, sólo la conquistarán dos macizas bestias ágiles que lanzarán bolados iguales al sonido de bombonas de butano estrellándose contra el suelo. Todas las peleas son amateurs, salvo dos profesionales. Una distinción notable en la indumentaria (sin camiseta, ni casco) y en el número de asaltos (cuatro, en vez de tres), pero no en el coraje de los competidores. Al Mad Fight Stadium nadie ha venido a mamonear.
La palestra está repleta. Una demografía de lo más variada en edad y sexo, que demuestra la pluralidad a la que se están abriendo los deportes de contacto. Sandra Blanco, psicóloga de 30 años, quien además de haber acudido a la velada del viernes 7, también practica boxeo, asegura al preguntársele por su interés en la materia: “Empecé hace un poco menos de 3 años. Es un deporte en el que prácticamente nunca te aburres, siempre tienes algo nuevo que practicar y además te pica mucho. Me hace querer superarme continuamente. Sin olvidar la parte mental. Te obliga a trabajar la frustración y el control de ti mismo, la desesperación, la disciplina”.
Interrogada, después, por el prejuicio del totalitarismo masculino en el boxeo, la psicóloga lo tiene claro: “Es inútil comparar a chicos con chicas todo el rato. Hay chicas muy buenas que hacen un boxeo superbonito. Dentro de este mundo suele haber mucho respeto y apoyo. Jamás me he sentido menos por ser mujer. Ni me han tratado mal. Al contrario, siempre he recibido ánimo y cariño por parte de todos”, sentencia Blanco.
Dentro de este mundo suele haber mucho respeto y apoyo. Jamás me he sentido menos por ser mujer. Ni me han tratado mal.
A las 21:15, asoman los primeros duelos. La electricidad de los grandes acontecimientos es palpable, de no ser por la deshidratación popular. A nadie parece invocarle la sed las bebidas 100% sin alcohol del Mad Fight Stadium. Incluida la cerveza. Se diría un sacrificio organizado en honor al absentismo obligado de los púgiles. Pero aquí nadie ha pedido opinión… Lejos de monjiles rituales, la cosa se revela más como un asunto de licencias. Nada solidario, en fin.
En los vestuarios, Santiago Espinoza está suelto como un regaliz al sol. Para ser la segunda pelea amateur de esta jovencísima promesa pugilística de tan sólo 18 años, sobrelleva la tensión con risueño desinterés. Y lo mismo se puede decir de su colega, Gerardo Argumanez. De no ser por el atuendo, es difícil asumir que su objetivo, en breve, será demoler a dos hombres sobre quienes no saben nada. Ambos han venido a las órdenes de Ángel Bastidas, patrón del gimnasio Izumi de Madrid.
“Desde pequeño, mi cultura siempre estuvo relacionada con el boxeo. Me crié viendo a figuras como Sugar Ray Leonard, Roberto Durán, Cassius Clay, y había una gran influencia del boxeo en Venezuela”, comenta el entrenador Bastidas. “Ahora parece que con Topuria, Maravilla Martínez, Kiko y otros boxeadores que han empezado a darse a conocer en España, el interés ha regresado. Lamentablemente, no hay un apoyo a nivel gubernamental. Vemos cadenas como Brooklyn y Fightland, que han despertado el interés de las personas. Después, ellos quieren un boxeo real, que es donde estamos nosotros, el boxeo de la vieja escuela, donde aprendes a boxear y a hacer un trabajo profesional. Se debe educar a la población para que comprenda que el boxeo no es violencia ni brutalidad, sino un deporte bien estructurado y entrenado”, concluye el preparador del Izumi Club.
“Yo empecé a boxear a los 15 años, en Argentina, por motivos de salud física”, confiesa Santiago Espinoza. “Yo era un niño muy gordito y el boxeo me ayudó a mejorar mi cuerpo y mi autoestima. Este deporte no tiene nada que ver con violencia o criminalidad, como piensan algunos. No lo haces obligatoriamente para convertirte en campeón. Se hace para ganar disciplina; confianza en uno mismo. Y hasta para tener una vida a su alrededor. Que es lo que yo tengo. El gimnasio, el boxeo, es como mi otra casa”, razona el bisoño peleador.
Los combates de esta gala del puñetazo madrileño se van sucediendo. Todos son boxeadores con agallas dispuestos a dar hasta las tripas. En el caso de los dos jóvenes -y ya grandes- púgiles del Izumi Club, presentan un par de fantásticas batallas, en las que sus dos rivales trepan por montañas de agotamiento que los colocan en las cimas de la agonía. Gerardo y Santiago, culminan la encrucijada con el embriagador llamado de la victoria en los gestos. Sin embargo, sólo Gerardo se alza con la merecida victoria a los puntos. Santiago Espinoza, aún vencedor a ojos del público, y con un lenguaje del golpe políglota, de gran octanaje, que ha dejado a su contrincante a poco de sucumbir al llamado de la lona, debe lamentar un combate nulo. No hay razones de magnitud para la decisión. Y se impone una atmósfera de duda e irritación en el mini-estadio.
El boxeo nacional ha podido mejorar en atención del público, en interés popular por su práctica y en la contemplación espléndida de dos cuerpos enfrentando su psicología corporal, pero no ha barrido sus catacumbas. En este país de Mamá, Dios y la tortilla de patata, el boxeo sigue manchado por la trampa, adormilado en la enfermedad del trueque. Administrado, mal que les pese a sus amantes, al ritmo de cloaca de intereses varios. Pero, ¿qué sería este deporte sin su polémica? Sólo queda confiar. La próxima vez, quizás, haya más suerte. Lo que no se puede, eso lo saben todos, es dejar de pelear.