Valencia vuelve a sufrir los efectos de una nueva DANA, cuyas lluvias torrenciales han llevado a la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) a activar la alerta roja hasta este jueves a las 12.00 horas, lo que ha generado cierta inquietud en las zonas afectadas por el temporal anterior. Dos semanas después de la catástrofe ocurrida el 29 de octubre, todavía no se ha logrado una recuperación completa de la superficie ni de las infraestructuras y los suelos han alcanzado su límite de absorción. Han perdido su "efecto esponja", lo que significa que cualquier precipitación intensa podría "correr rápidamente" y generar nuevas complicaciones.
Así lo traslada a 20minutos Adrián Escudero, catedrático de Ecología en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), quien explica que la superficie de esos terrenos ahora actúa como si fuera "de plástico". "El suelo ha perdido su efecto esponja, pues la capacidad que tenía de embeber y captar agua está completamente perdida", señala al indicar que esto provocaría una gran "escorrentía superficial": "De cara a lluvias fuertes, una riada correría de forma mucho más rápida".
"El poder destructivo tiene que ver con la velocidad que coge el agua y, ante una nueva DANA intensa, las zonas afectadas de Valencia corren peligro", advierte el experto. En este sentido, recalca que la composición de los suelos de estos territorios, que los hace ya de por sí limitados para absorber líquido, es ahora un desafío mayor debido a la saturación que presentan.
La textura del suelo valenciano es un 63% intermedia (equilibrio entre arcillosa y arenosa) y un 30% solo arcillosa, según datos de la Generalitat. Escudero expone que estas superficies son "bastante hidrófugas", es decir, "les cuesta mucho empaparse y hacer que el agua se infiltre". Y es que sus partículas presentan una capacidad limitada de absorción en condiciones normales y, tras las lluvias del último temporal, han llegado a un punto de saturación.
Además, la situación empeora cuando se tiene en cuenta el estado del sistema de alcantarillado, que, en palabras del catedrático de la URJC, está "muy mal, bajo mínimos". El barro y el lodo han formado barreras en los sistemas de desagüe, obstruyendo el flujo normal del agua y, a pesar de los esfuerzos por limpiar las tuberías y drenajes, aún están lejos de estar completamente operativos.
"Hemos construido en sitios donde no tiene sentido"
Con todo, Escudero apunta a un problema de fondo: la construcción y urbanización en zonas que, por sus características, están expuestas a fenómenos meteorológicos adversos. En Valencia, la expansión urbana ha invadido áreas propensas a la inundación. "El problema es que hemos construido en sitios donde no tiene sentido y, además, hemos quitado todos los elementos naturales que podrían hacer menos destructivos estos eventos, como la vegetación", critica.
"Si tuviéramos toda una cuenca con árboles y vegetación, el agua se movería más lentamente, tendría más tiempo para infiltrarse y su carácter perjudicial sería mucho menor", asegura. Sin embargo, el ecólogo sostiene que las decisiones de urbanización y la falta de planificación territorial han dejado a muchas zonas en situación de vulnerabilidad ante estos eventos.
Las lluvias torrenciales, aunque comunes en climas mediterráneos, han aumentado en frecuencia y magnitud, haciendo que los fenómenos actuales sean mucho más extremos que en el pasado. Escudero advierte que estas dinámicas son normales, "pero no con tanta intensidad como ahora". "El cambio climático está provocando que estos fenómenos sean mucho más salvajes de lo que históricamente han sido".
"Tenemos un futuro próximo complejo, porque esto se va a repetir. Tenemos que tomar medidas serias en términos de coordinación del territorio y urbanización", apunta. Para ello, el experto subraya que es necesario mejorar los sistemas de seguridad y gestionar el riesgo de manera más eficaz, y también replantear cómo y dónde se construyen las viviendas e infraestructuras.
