Una de las tendencias más llamativas que ha apuntado Fitur este año nos acerca a los orígenes y nos aleja del turismo de masas, de los destinos de moda, de la postal mil veces vista y reproducida en una foto en la que diminutos, a la derecha, con una sonrisa y los ojos cerrados, aparecemos nosotros. Se trata del turismo de origen, por británico nombre heritage holidays, y consiste en regresar por unos días o unas semanas al lugar del que procede nuestra familia, con la intención de que el árbol familiar complete sus ramas con nombres de antepasados o, sencillamente, para una comprensión más profunda de algunas manías o costumbres.
Hace unos diez años, durante un recorrido por Irlanda en el que pergeñaba una ruta literaria para mis viajeros, me encontré una sorprendente cantidad de americanos de cierta edad que exploraban las zonas más pobres de la isla; querían ver la cabaña o la aldea de la que el hambre expulsó a sus bisabuelos. De paso, pescaban en los estupendos arroyos de la zona. Pensé entonces en la visita de Fidel Castro a San Pedro de Láncara en 1992, con Manuel Fraga a su vera, donde homenajeó a su padre, otro de los muchos gallegos emigrados a Cuba. O en Emilio Estévez, hijo de Martin Sheen, hijo de Francisco Estévez, natural de Parderrubias, una parroquia de Salceda de Caselas (Pontevedra), que con su película The Way avivaron la fascinación por el Camino de Santiago que ellos mismos habían experimentado en su particular viaje a los orígenes.
Ahora dos o tres generaciones separan a las generaciones más jóvenes de las migraciones internas de los 60 y 70: muchos de ellos ya no volvían al pueblo cada verano. Las casas se perdieron, los apellidos son otros. Lo conocido se ha convertido en un misterio. Y muchos desean encontrarse en ese lugar de la foto en la que diminutos, a la derecha, con una sonrisa y los ojos cerrados, aparecían sus abuelos.