Seguramente dentro de unos años nos preguntarán nuestros nietos, nuestros amigos, ¿cómo te enteraste tú de que esto del cambio climático nos iba a cambiar la vida? ¿Cuándo caíste en la cuenta de que no había marcha atrás? ¿Dónde estabas cuando…?
Puede que la escena le parezca un poco forzada. Pero créame que habrá un momento en el futuro en el que echaremos la vista atrás y nos preguntaremos por qué no lo evitamos antes. Por qué no hicimos nada.
Yo, si me lo preguntaran, sí que sabría decir cuándo, me acuerdo perfectamente. Estábamos hablando de las previsiones para los próximos 50 años. Las habían dado desde una de las muchas cumbres sobre el clima de las que informábamos cada dos años. En concreto fue durante la de Río de 2012. Allí empezaron a sonar las alertas, allí empezaron a encenderse todas las luces rojas. Quienes llevaban años estudiando nuestro planeta lanzaron el SOS: o hacíamos algo ya o estábamos en un punto de no retorno. Y, como siempre pasa, decidieron que con una imagen gráfica entenderíamos todos el calibre del problema del que estábamos hablando.
Enseñaron una simulación hecha por ordenador con las zonas del planeta que en los próximos 50 años quedarían completamente inundadas por el agua. Hablaban de la subida del nivel del mar, lo que más preocupaba, y del calentamiento global, la consecuencia que sería más dramática, la que más nos afectaría porque perderíamos casas, perderíamos parajes, perderíamos espacios. Habría islas que desaparecerían.
Nosotros decidimos contar a nuestra audiencia cómo afectaría todo eso a España. Y sí, lo han adivinado. Había una simulación en la que se inundaba todo el litoral valenciano. También parte de la ciudad de Barcelona. La imagen era hipnótica: una foto real de la ciudad se empezaba a teñir de azul. Casas, carreteras, campos…
Estos días me ha venido muchas veces a la cabeza aquella imagen. Entonces algunos hablaron de alarmismo. De agoreros de un futuro que quedaba muy lejos y que, quizás, ni siquiera llegara a ocurrir. Y es verdad. En aquella cumbre los plazos eran mucho más amplios. No nos daban 10 años. Ni 12. Nos daban más, pero nosotros nos hemos encargado, a base de tozudez, de que eso pase ya.
Lo que hemos visto en Valencia no ha sido una simulación. Ha sido una DANA. Y ella no ha teñido amablemente de azul pueblos y localidades enteras como hacía aquella simulación de Río. La DANA nos lo ha llenado de un color marrón que sigue, dos semanas después, manchándolo todo: las casas, las carreteras y el futuro de mucha gente.
Estos días se celebra en Azerbaiyán otra de esas cumbres sobre el clima. Nos dirán muchas cosas, nos recomendarán otras tantas, o no, porque faltan demasiados mandatarios para pensar que se llegue a algún compromiso. El clima no importa. Y debería ser prioritario en las agendas de todos los despachos. Que se lo pregunten a los valencianos.