En la hora más triste

Estoy perdido viendo la tragedia de estas inundaciones. Sin saber qué decir, ni qué hacer. Lo que han hecho los reyes de ir a abrazar a algunos damnificados me ayuda en cierto modo en la distancia, en la impotencia de consumidor remoto de noticias. O no tan remoto, hoy o mañana podría llegar aquí esa pesadilla de agua, del agua que a veces tanto necesitamos y que ahora nos mata.

El gesto de los reyes de ir a dar un abrazo, a recibir los improperios, el barro y el dolor, tal vez ayude a consolar a los afectados, pero quizá también era necesario para los que esta vez nos hemos librado, a los que desde cierta distancia contemplamos ese horror. A fin de cuentas los reyes están para eso, su poder ejecutivo sólo tiene competencia en los símbolos, en las personas.

Estoy tan perdido que tengo que escribir esta línea para no venirme abajo. Tengo en la palma de la mano un mapa en tiempo real, un cristal mágico que obedece al dedo, casi un Aleph, una máquina prodigiosa que muestra dónde llueve, la dirección del viento, la presión; también puedo ver el cielo, las nubes (con algunos minutos de retraso). Tantas tecnologías y tantos poderes de todo tipo y siento que no se han aplicado todavía. Aún llueve a mares en otras ciudades, la tormenta se acerca. ¿Cuántos pisos he de subir? ¿Qué pongo en la mochila de supervivencia?

Esta desidia de las instituciones obliga a estar alerta. Quizá el fallo multiorgánico no se debe al nepotismo, burocracia, cleptocracia, ineptitud… Quizá lo han hecho para que espabilemos. Una especie de entrenamiento sobre la marcha. Es posible que las instituciones se hayan deteriorado tanto que aunque quisieran actuar bien ya no tuvieran fuerzas, reflejos, valor. La rutina hay que ensayarla muchas veces.

En todo caso, como nada indica que hayan asumido la responsabilidad, es mejor prepararse y prevenir. Preparar un equipo básico de aguante, que pese y ocupe poco, que contenga lo esencial. Los papeles, los papeles digitales, los pendrives, o mejor las memorias portátiles, cargador extra, agua, alimentos de ataque, almendras, nueces peladas, calcetines de repuesto, mantas, ropa térmica, linterna, mechero… yo qué sé.

Ante la devastación de Valencia regurgita el infierno de Gaza, Beirut, Ucrania, que ya se iban desvaneciendo al roce de la costumbre.

Estoy perdido en este país maravilloso que cada día da indicios de que funciona un poco peor, que exige más, que las instituciones (cinco o seis unas encima de otras y a menudo unas contra otras) ejercen despotismo deslustrado, brutalidad aséptica, usan jergas confusas, neolenguas orwellianas. Me acuerdo a todas horas de Por qué fracasan los países, que no he leído, que tiene el premio Nobel de economía de este año. Aquí lo estamos viviendo y muriendo en directo, en el día a día.

Estoy perdido en mi propia incompetencia, pero pensaba que el resto funcionaría mejor. Tengo en la palma de la mano el mapa del mundo en tiempo real, las nubes, esos satélites, tantos prodigios. En esta crisis que quizá no ha hecho más que empezar no se han utilizado las tecnologías que nos ayudan y nos dan miedo, la IA, el GPS (o, cuando sea, Galileo), la red de satélites, el superordenador MareNostrum, la nube, el big data, el sentido común. ¿Acaso un móvil normal no debería llevar un chip extra que funcione siempre, con energía mínima, con una pila exclusiva, y que permita localizarlo en cualquier sitio?

De acuerdo que edificamos en barrancos, en las faldas de los volcanes y en sitios peligrosos. Y luego dicen que el alquiler es caro. Tenemos mapas de riesgo, de zonas inundables… ahora mismo se construyen autovías lentísimas en algunas de esas zonas. De acuerdo que estas avenidas brutales, como también fue la que arrasó el camping de Biescas, ocurren de vez en cuando y que apostamos a que no nos tocará, pero advierte la ciencia –y lo vemos cada día-- que ahora son más frecuentes.

La presencia de los reyes quizá ha servido para transmitir a las personas destrozadas el afecto y el abrazo de las personas que no entendemos nada y estamos lejos –tampoco muy lejos-- y no sabemos qué hacer y estamos perdidas.

Sin desastres la vida ya exige demasiado a todas horas, la vida ya nos inunda cada día. Y parece que el Estado ayuda menos de lo que agobia. Aunque no seas autónomo sientes sus cuchillas. Quizá eso podría explicar el auge de chiflados que de repente llegan a lo más alto solo por gritar que están fuera del sistema.

Entonces, a veces consuela saber que hay una representación que va a dar un abrazo cuando todo se ha hundido, y a recibir las quejas y los lamentos y el barro. Quizá es la única misión de los reyes actuales, ir a abrazar, igual cuando se alza la copa que cuando se levanta el féretro.

Si la tecnología que arregla las cataratas y predice cómo se pliega una proteína no se aplica bien, con rapidez y amplitud de miras, si se retiene o se utiliza como arma política, todo se va al carajo. Si los drones se sacan a tiempo y permiten un margen de diez minutos para salvar vidas las propias administraciones justifican la infinita burocracia que les ha hecho olvidar para qué están y a quién deber servir.

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