Un hombre solo

En la habitación de un hospital de Roma se está muriendo un anciano. Los médicos hacen su trabajo y tratan de contener a la muerte que se acerca, pero todos saben que, al final, esta ganará. El viejecito que se muere se llama Jorge, viene de Argentina, es cura y hace 12 años que le eligieron para un trabajo que no quería ni le gustaba: ser papa. Dirigir la Iglesia católica.

Hay una cosa entre todas que llama muchísimo la atención: la tremenda soledad de este hombre. Hace ya 12 años (se cumplen dentro de tres semanas) que renunció para siempre a su mundo, a sus amigos, a la poca familia que le quedaba; se vistió de blanco y empezó a subir, alejado de su vida anterior, el camino del calvario para el que los cardenales le habían elegido.

Ha vivido todo este tiempo rodeado de gente, pero ha estado siempre solo. Al contrario que sus predecesores, nunca quiso tener una 'persona de confianza' en quien descargar su corazón. El papa Ratzinger tuvo siempre a su secretario, Georg Gänswein. Juan Pablo II confiaba en Stanislaw Dziwisz. Pablo VI, en el eficaz Pasquale Macchi. Juan XXIII contó toda su vida con el emotivo Loris Capovilla. La sombra y el apoyo de Pío XII era una monja alemana, Pascalina Lehnert. Pero el papa Francisco no ha tenido junto a sí a nadie semejante, y no lo ha tenido porque no ha querido: siempre pensó que, con el trabajo que tenía que hacer, era peligroso confiar demasiado, o demasiado largamente, en alguien. Y se quedó solo.

Cuando escribo estas líneas está aislado en el hospital, pero la poderosa maquinaria vaticana que él se empeñó en reformar –la Curia– quiere hacernos ver que apenas le pasa nada: sigue tomando decisiones, nombrando obispos de aquí y de allá, haciendo llamadas y colgando tuits. En su estado, eso es imposible, desde luego. Todo eso, incluidas las llamadas, lo hacen otras personas en su nombre. Quizá sea eso lo más espeluznante: constatar que la Curia funciona sola, como el castillo de Kafka; que no necesita a nadie, ni siquiera al papa. Y que lo único que queda de este es un anciano que se apaga mientras se queda profunda, desolada y definitivamente solo.

En la extraordinaria película Las sandalias del pescador, que Michael Anderson dirigió en 1968, el poderoso cardenal Leone (encarnado por Leo McKern) habla con el papa Kiril I (la mejor interpretación de Anthony Quinn en toda su vida). Están los dos en los aposentos del pontífice. Y le dice el cardenal: "Todos vuestros predecesores llegaron al momento en que Su Santidad se halla ahora, el momento de la soledad. Tengo que deciros que no hay remedio para ello. Permaneceréis aquí hasta el día en que muráis, y cuanto más viváis, más larga será la soledad. Utilizaréis a este o a aquel hombre para el trabajo de la Iglesia; pero, cuando el trabajo esté hecho, o el hombre demuestre su incapacidad, lo alejaréis y buscaréis a otro. Necesitáis afecto (…) Podréis tenerlo algún tiempo, pero lo perderéis de nuevo. Os guste o no, (…) esto es un calvario, Santidad, que apenas habéis empezado a subir".

Jorge Bergoglio, papa Francisco, está terminando de subir el suyo. Da cierta lástima imaginarlo ahora. Solo por el esfuerzo que ha hecho en estos 12años, sería justo que desde la cumbre se viese, al menos, algo hermoso.

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