Facebook ya suena a red social obsoleta. Como Fotolog, como MySpace. Pero, en realidad, sigue omnipresente y se ha esparcido hasta cambiar nuestra forma de relacionarnos. Facebook ahora es Meta y es también propietaria de Instagram y WhatsApp. Facebook está hasta cuando no estamos en Facebook.
Facebook nos ha colonizado. Google, también. Las instituciones de la UE nunca entendieron con la suficiente amplitud de miras la revolución de Internet y dieron casi vía libre a estas empresas con sedes que parecían parques de atracciones. Hoy, estas compañías saben más de nosotros que nosotros mismos, tienen cribados los gustos e intereses de todos y centralizan el superpoder de elegir lo que vemos. Y lo que no vemos, claro.
Ya es demasiado tarde. La UE ya no sabe cómo parar este particular oligopolio, muy moderno en técnica y estética, aunque también representante de la literalidad timorata de los yanquis que, al final, empobrece la pluralidad de la cultura europea. Lo sufre el periodismo como género literario. Las dobles intenciones de la riqueza de nuestro vocabulario no siempre son comprendidas por las reglas de juego de estas startup y la capacidad creativa se ha ido mermando para no ser castigados por los buscadores. Son ellos los que posicionan cada trabajo en un lugar más o menos vistoso.
La calidad narrativa del periodismo que abre mentes es más complicada de medir. No basta con algoritmos. Así que estas plataformas han ido premiando una perversa 'última hora' constante, al gusto de la impaciencia del usuario. Y lo que impacta ha fagocitado a lo que importa.
Es una realidad. En los buscadores, es más fácil encontrar un textito especulativo simplemente porque se 'colgó' ayer mismo que un valioso artículo cuidado y contrastado que se publicó hace diez años. No es un detalle insignificante, regalar el control del tráfico de la autopista de la información a unas multinacionales deja a los medios de comunicación atados de pies y manos, da alas a las fake news que se multiplican en la celeridad del bullicio de usar y olvidar y empuja a una sociedad más manipulable por desmemoriada. Porque sólo recuerda lo último. Pero da igual. Porque quizá da lo mismo el acceso a la perspectiva periodística. El negocio está en comercializar la información de nuestra intimidad, ese rastro que dejamos con cada movimiento que damos frente a las pantallas. No nos ven como ciudadanos, somos consumidores impulsivos.