Un estudio científico desvela que el megalodón no era una versión gigante del tiburón blanco

Un ambicioso estudio científico dirigido por la Universidad DePaul (Estados Unidos) ha aportado revelaciones sorprendentes sobre la biología del megalodón, el imponente tiburón prehistórico que dominó los océanos mundiales entre hace 15 y 3,6 millones de años. Esta investigación, que acaba de publicarse en la prestigiosa revista 'Palaeontologia Electronica', no solo esclarece las dimensiones reales de este depredador marino, sino que también aporta claves fundamentales para comprender por qué ciertos vertebrados acuáticos pueden alcanzar tamaños gigantescos mientras otros no.

El profesor Kenshu Shimada, experto en paleobiología de la Universidad DePaul, ha coordinado este trabajo junto a un equipo de 28 especialistas internacionales en anatomía de tiburones, fósiles y vertebrados procedentes de nueve países. La investigación ha proporcionado una nueva perspectiva sobre el Otodus megalodon, superando las limitaciones que supone conocerlo principalmente a través de restos fósiles fragmentarios como dientes, vértebras y escamas, sin contar con esqueletos completos.

Tradicionalmente, se había asumido que el megalodón era simplemente una versión gigantesca del actual tiburón blanco (Carcharodon carcharias), una imagen perpetuada tanto en estudios científicos anteriores como en producciones de ciencia ficción. Sin embargo, el análisis exhaustivo de una columna vertebral fosilizada casi completa hallada en Bélgica, perteneciente a un ejemplar de unos 11 metros, ha permitido reconstruir con mayor precisión las proporciones reales de este coloso marino.

Las verdaderas proporciones del megalodón

Para determinar las dimensiones completas del megalodón, el equipo investigador analizó las proporciones entre cabeza, tronco y cola en relación con la longitud total en 145 especies actuales y 20 extintas de tiburones. Este enfoque innovador, que se aleja de las comparaciones basadas únicamente en el gran tiburón blanco, ha permitido establecer que la cabeza del megalodón ocuparía aproximadamente un 16,6% de su longitud total, mientras que la cola representaría un 32,6%.

Aplicando estos cálculos al espécimen belga, cuyo tronco mide 11 metros, los científicos han estimado que su cabeza mediría aproximadamente 1,8 metros y su cola unos 3,6 metros, lo que arroja una longitud total de 16,4 metros para este individuo concreto. "Sin embargo, sabemos que este no era el límite superior de la especie", explica el profesor Shimada en declaraciones recogidas en el estudio.

Las evidencias más impresionantes proceden de vértebras halladas en Dinamarca, que alcanzan los 23 centímetros de diámetro, considerablemente mayores que las del ejemplar belga, que miden 15,5 centímetros. Si estas vértebras danesas representan las más grandes del cuerpo, el individuo al que pertenecían podría haber alcanzado los 24,3 metros de longitud. "La longitud de 24,3 metros es actualmente la mayor estimación razonable posible para O. megalodon que se puede justificar basándose en la ciencia y el registro fósil actual", señala Shimada, quien pertenece al Departamento de Ciencias y Estudios Ambientales y al Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad DePaul.

La clave del gigantismo: forma corporal e hidrodinámica

Quizás el hallazgo más revelador del estudio es que la forma corporal del megalodón probablemente se asemejaba más al actual tiburón limón (Negaprion brevirostris), con un cuerpo más estilizado y aerodinámico que el del gran tiburón blanco. Esta característica morfológica resulta determinante para comprender el gigantismo en especies marinas.

Los investigadores observaron que otros vertebrados acuáticos gigantes actuales, como el tiburón ballena (Rhincodon typus), el tiburón peregrino (Cetorhinus maximus) o diversas especies de cetáceos, comparten esta característica de cuerpos relativamente delgados. La razón es puramente hidrodinámica: los cuerpos grandes y robustos resultan ineficientes para el desplazamiento en el medio acuático.

Esta observación explica por qué el gran tiburón blanco, con su cuerpo robusto que se vuelve aún más corpulento a medida que crece, no puede superar ciertos límites dimensionales (no más de 7 metros) debido a restricciones hidrodinámicas. "El megalodón resolvió este problema evolutivo desarrollando un cuerpo proporcionalmente más estilizado", explican los investigadores en su publicación.

Nuevos datos sobre la biología del megalodón

El estudio también ha permitido reevaluar otros aspectos biológicos fundamentales de este depredador prehistórico. Por ejemplo, un ejemplar de 24,3 metros habría pesado aproximadamente 94 toneladas, una masa colosal que, sin embargo, se desplazaría a velocidades de crucero relativamente modestas: entre 2,1 y 3,5 kilómetros por hora, similares a las del gran tiburón blanco actual.

Los patrones de crecimiento registrados en el espécimen belga sugieren que el megalodón daba a luz crías que ya medían entre 3,6 y 3,9 metros, un tamaño impresionante que supera la longitud de muchos tiburones adultos actuales. Estos bebés megalodones se alimentaban mediante un comportamiento conocido como oofagia (consumo de huevos no fertilizados dentro del útero materno), un rasgo que comparten con algunos tiburones actuales.

Otro aspecto intrigante revelado por el estudio concierne a la extinción del megalodón. Los patrones de crecimiento inferidos, junto con el registro fósil conocido del megalodón y el linaje del tiburón blanco, respaldan la teoría de que la aparición del gran tiburón blanco hace aproximadamente 5 millones de años probablemente contribuyó a la desaparición final del megalodón debido a la competencia por los recursos alimenticios.

¿Qué era el megalodón?

El Otodus megalodon fue un tiburón extinto de proporciones gigantescas que dominó los océanos durante el período Neógeno. Perteneciente a la familia Otodontidae, este depredador aparece en el registro fósil hace aproximadamente 20 millones de años y desaparece hace unos 3,6 millones de años, coincidiendo con importantes cambios climáticos globales y alteraciones en los ecosistemas marinos.

A diferencia del esqueleto de los mamíferos, el de los tiburones está compuesto principalmente por cartílago, un material que se descompone rápidamente tras la muerte y rara vez se fosiliza. Por esta razón, la mayor parte del conocimiento sobre el megalodón proviene de elementos duros como dientes, que pueden alcanzar los 18 centímetros de longitud, vértebras calcificadas y escamas dérmicas conocidas como dentículos.

"Muchas de las interpretaciones que hicimos son todavía tentativas, pero están basadas en datos y servirán como puntos de referencia razonables para futuros estudios sobre la biología de O. megalodon", concluye Shimada, quien mantiene la esperanza de que algún día se descubra un esqueleto completo que permita contrastar las hipótesis planteadas en este estudio.

¿Por qué algunos animales marinos pueden ser gigantes?

Este estudio sobre el megalodón ha aportado claves fundamentales para comprender el fenómeno del gigantismo en el medio acuático. La hidrodinámica juega un papel crucial: los cuerpos estilizados permiten un movimiento eficiente incluso a grandes tamaños, mientras que las formas robustas imponen límites al crecimiento.

Además, el medio acuático proporciona flotabilidad, reduciendo el efecto de la gravedad sobre organismos de gran tamaño, un factor limitante en el medio terrestre. La disponibilidad de alimento y la termo-regulación son otros factores que facilitan el desarrollo de especies gigantes en los océanos.

¿Cómo se compara el megalodón con otros depredadores marinos actuales?

Con sus potenciales 24,3 metros de longitud y 94 toneladas de peso, el megalodón superaba con creces a cualquier depredador marino actual. El gran tiburón blanco, considerado hoy el mayor tiburón depredador, apenas alcanza los 7 metros en los ejemplares más excepcionales. Incluso la orca, el mayor depredador marino actual, con sus 9,8 metros de longitud máxima, quedaría empequeñecida frente al coloso prehistórico.

Esta diferencia de tamaño habría otorgado al megalodón capacidades de caza extraordinarias, permitiéndole atacar a presas de gran tamaño como ballenas primitivas, cuyas evidencias de depredación se han encontrado en el registro fósil en forma de marcas de mordeduras en huesos fosilizados.

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