Demonios II

Me encontraba en estado de shock, pero aún sobrevivía cordura como para apreciar lo cerca que había estado de completar mi propósito.

La ventana siempre me llamó con su espeluznante canto de sirena. Aquella vez casi me descuelgo por ella, literalmente. Llegué a sacar un tercio del cuerpo por el marco. Anochecía. Mi momento favorito del día. Al menos, hasta aquella ocasión. Al verme fuera y mirar hacia abajo, los siete pisos de altura me dieron vértigo, espantándome. Porque tras el salto no me esperaría el séptimo cielo sino una hostia del quince. Sin soltarme del poyete, me dejé resbalar hacia dentro. Caí de culo, perdiendo el equilibrio por completo y mi cabeza rebotó contra el linóleo, produciendo un sonido hueco. No sentí dolor. El shock no me lo permitía. Me incorporé permaneciendo en una posición muy cómica, despatarrada y con cara de tonta. Me faltaba la baba colgando. El miedo resonaba con fuerza en mi interior. Sentada, con el vacío de mi casa rodeándome, intenté recuperar el ritmo de mi respiración.

«Esto se tiene que acabar», pensé con amargura.

Me levanté, por fin, llevándome una mano a la nuca. Al mirarme los dedos vi finos hilillos de sangre. Me encogí de hombros con indiferencia, limpiándome las gotas en el pantalón y fui a la cocina. Agarré lo primero que encontré: un paquete de pan de molde sin corteza y una botella casi vacía de whisky. Una decisión descabellada más. Con esos dos elementos sin sentido entre ellos me encerré en el baño, la única habitación de mi apartamento sin ventanas. Atranqué la puerta con el cubo de la fregona y levanté tras él una absurda barricada con toallas y rollos de papel higiénico. Pasé allí la noche, escondida en mi propia casa, escondida de mí misma. Hundida al pensar que no recordaba cuándo el control de mi vida se resbaló. ¿Acaso no me bastaba con el sexo de Elizabeth? ¿El estupendo y rasurado sexo de Eli? ¿El maravilloso placer lésbico junto a Eli? ¿…? ¿Ni siquiera con la escritura, que era mi arte y lo más importante de mi vida, lo único que amaba de verdad? Aunque solo fuera por consumir la compra que había hecho un par de días atrás…

Por la mañana me duché, pensé en masturbarme con el chorro del agua, pero no tenía ganas ni para eso. Deshice el higiénico muro preguntándome si debería buscar un buen loquero y lo descarté tan pronto como se me ocurrió. Temerosa de volver a caer en el impulso suicida, salí de casa sin saber muy bien a dónde ir. Pensé en Elizabeth, pero desde hacía tiempo me aburría sobremanera con ella. Ni siquiera el sexo me llenaba ese vacío. Un vacío tanto metafórico como físico. Se había vuelto impersonal, predecible. Apenas quedaba rastro de ese erotismo tan salvaje que había descubierto y tanto me encantaba. Los mordiscos que le tatuaba en el cuerpo a aquella mujer se quedaron huérfanos, ya que Elizabeth había transformado sus correspondientes bocados en someras caricias de lengua, nada sensuales. Más bien artificiales. Como programadas. Ahora toca lamer aquí tres segundos. El lametón de las diez en el pecho izquierdo. Abrazo de lengua con movimientos circulares a las diez y dos minutos. Saca tu tarjeta y ficha. Yo pongo la ra… Jamás pensé que aquello podía acabar tan deprisa.

© Sara Levesque

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