Lo más complicado de la excelencia no es lograrla, sino batirla; lo más difícil no es sacar la mejor nota posible en un examen, sino superarla y conquistar una nueva plusmarca en el futuro. Bad Bunny, rey de la música latina y el pop mundial, llevaba varios años con este problema rondando sus manos, sin embargo, con su nuevo álbum ha logrado batir los límites que él mismo se había marcado.
Vivimos épocas extrañas para hacer pop, pues el pop ha muerto: devorado por otras corrientes musicales que lo parasitan o incluso devoran, el género madre de históricos como The Beatles o Michael Jackson ha dejado de ser eso mismo, un género, para transformarse en una etiqueta o cajón desastre donde cultivar un sonido que llegue a miles o millones – o miles de millones –; el pop ya no es un estilo, sino una fórmula; ya no es un género, sino un sinónimo de best-seller.
En este contexto musical, quien mejor ha sabido aprovecharse de la coyuntura popera para hacer literalmente lo que le dé la gana en la música ha sido Benito Antonio Martínez Ocasio, quizá mayormente conocido como Bad Bunny. Rey indiscutible de la música latina, y por extensión del pop en español – y ya no solo en español –, el puertorriqueño acumula 70,1 millones de oyentes mensuales en Spotify y se bate en duelo todos los días contra Taylor Swift y Billie Eilish por el sobrenombre de artista más escuchado del mundo, llevándose muchas jornadas del año el codiciado titulito.
Tras despegar en 2016 con el remix de Diles, una histórica canción encumbrada como la mejor de todo el trap latino, el artista firmó con la disquera Rimas para producir X100pre, disco también de trap considerado de culto en la escena internacional.
Como su ambición por su carrera en solitario no tenía freno, en 2020 sacaría tres álbumes, Yo Hago Lo Que Me Dé La Gana, Las Que No Iban A Salir y El Último Tour Del Mundo, con los que conseguiría colocarse no solo como el rey indiscutible en habla hispana, sino como el artista más vendido del mundo durante aquel pandémico año.
Aquello también le parecía poco, por lo que en 2022, tras varios singles que colapsaron las listas de éxitos de todo el mundo, volvería con su gran golpe maestro, Un Verano Sin Ti. Este trabajo, un álbum conceptual que juega mediante sus sonidos con la idea de pasar un día completo en la playa, fue el gran disco – en lo que a ventas se refiere, al menos – de la década y pasó a convertirse en el álbum más reproducido de toda la historia de Spotify. Un disco que está a años luz del segundo en ventas y, se suponía, ni siquiera el propio Bad Bunny podría superar. Pero no ha sido así.
Tras Nadie sabe lo que va a pasar mañana, álbum de 2023 que pasó relativamente desapercibido para los números que acostumbra a hacer el boricua, Bad Bunny ha vuelto en enero de 2025 con Debí tirar más fotos, su disco más personal, trabajado, conceptual y, sobre todo, político.
Si el pop como género ha muerto y ahora ese nombrecito escabroso con sonido a explosión de gaseosa solo es un sinónimo de comercial, Bad Bunny se ha apropiado por completo del concepto para usarlo como ariete y colarnos un mensaje de amor hacia su tierra; el de Puerto Rico ha envuelto con papel de regalo comercial un producto sofisticadísimo y comprometido para que cada uno de nosotros queramos llevarnos un ejemplar a casa.
Debí tirar más fotos es un disco largo, de diecisiete canciones y algo más de una hora de duración, donde Bad Bunny aprovecha el reguetón, dembow, salsa y demás estilos caribeños para colar un exquisito y necesario mensaje político.
El leitmotiv del disco es claro: Puerto Rico está cambiando y Bad Bunny se arrepiente de no haber tirado más fotos de su hogar; Puerto Rico se está convirtiendo en un simplón paraíso de turistas y millonarios, al igual que Hawaii, donde ahora es más fácil conseguir una pizza con ingredientes del otro lado del mundo que un quesito de hojaldre tradicional. Y no quiere que eso pase.
Debí tirar más fotos es un gigante homenaje a su país que comienza con Nuevayol, impresionante dembow que homenajea a la diáspora boricua en la ciudad que no descansa. El tema asciende con una producción exquisita hasta su transición a Voy a llevarte pa PR, reguetón de sonidos modernos que deja paso después a la brutal Baile inolvidable.
Baile inolvidable es uno de los mejores temas del disco y quizá una de las mejores canciones de la carrera de Bad Bunny. Salsa con tintes tradicionales de más de seis minutos, el tema es un homenaje al baile y, otra vez, a la isla. Una canción pegadiza y comercial que no debería ser ni pegadiza ni comercial por su estructura.
Tras este trío inicial impresionante, el disco atraviesa varias canciones hasta llegar a Veldá, la colaboración comercial del disco junto a Dei V y Omar Courtz, y sigue bajando por reguetones de muy buena calidad hasta Turista, una de las tristes del álbum. En ella, Bad Bunny juega con el concepto del viajero, aquel que va a un lugar y solo tiene tiempo para conocer los lugares más bonitos y decorados, pero llevado hacia el amor pasajero.
Desde ahí, prosiguen otro par de canciones hasta desembocar en Lo que le pasó a Hawaii, el tema que le da sentido al álbum; el golpe conceptual que explica todo. En ella, Bad Bunny habla claro, dejándose de metáforas y referencias para cantar en el estribillo “quieren quitarme el río y también la playa; quieren el barrio mío y que abuelita se vaya”, esgrimiendo durante toda la canción un potentísimo discurso contra la gentrificación y turistificación que sorprende en el artista en español más escuchado del mundo.
Tras este tema, el boricua se sumerge en Eoo, impresionante canción – producida por Tainy, el gran genio de la música urbana – que aglutina los diferentes estilos de reguetón a lo largo de la historia, y pasa por la homónima del álbum, DTMF, tema más personal donde el cantante cuenta sus actuales inquietudes. Finalmente, el disco acaba en La mudanza, una historia muy chula donde Bad Bunny explica cómo se conocieron sus padres.
El disco es bueno, buenísimo, y está muy politizado. El discurso es muy eficaz no solo porque el artista y su equipo lo hayan revestido de aparente reguetón banal – pop – y canciones de amor, sino porque es claro a la par que eficiente: ama a su isla y no quiere que la destrocen para convertirla en otra sucursal más del mercado de destinos exóticos de Estados Unidos. El discurso es emocionante y bellísimo.
Bad Bunny ha sido siempre un artista sin demasiados peros a la hora de pronunciarse políticamente, sin embargo, nunca lo había hecho de esta forma. Por ejemplo, en los visulizers de las canciones – las imágenes fijas que se ponen en los vídeos de Youtube que no tienen videoclips –, ha metido infografías que cuentan la historia colonial y esclavista de la isla, algo realmente novedoso en el género urbano a estas alturas tan vertiginosas.
Por supuesto, el disco ha tenido una recepción genial y no ha tardado ni 24 horas en lograr 100 millones de reproducciones solo en Spotify; además, es #1 en ventas en 68 países a la hora de redactar este artículo. Esta tremenda acogida no se debe solo al bailable producto que el artista ha conseguido empaquetar, sino también a que la situación que relata sobre Puerto Rico se vive en otros muchos lugares no solo de Latinoamérica, sino también de la misma España: ¿acaso no están convirtiendo El Palo de Málaga, o Cimadevilla de Xixón, en dos enormes hoteles para turistas? ¿no es más fácil ya conseguir en el centro de Madrid una hamburguesa y una ensalada césar que un cocido típico? ¿los centros históricos de ciudades como Toledo, Burgos, Granada, Santiago de Compostela, Sevilla, Zaragoza y Pamplona, o los archipiélagos canario y balear, no son directamente enormes resorts para turistas extranjeros que pueden permitirse lujosas estancias a cambio de reducir a los locales a pobres inquilinos que deben abandonar sus barrios de toda la vida? El disco de Bad Bunny ha conseguido conectar con tantísima gente en tan poco tiempo porque ha situado en el centro del discurso un problema que, si bien él cuenta como endémico de Puerto Rico, afecta a muchos otros sitios: ha logrado, como hacen los buenos artistas, colocar en el foco un conflicto global desde una historia local.
De momento, el artista de treinta años ha conseguido engrandecer aún más su leyenda y sacar un álbum comprometido, bellísimo, bailable y sorprendente. Ahora solo queda ver qué pasará con su esperada gira, la cual ya monopoliza rumores y chácharas en la sorprendida industria musical.