La cruda situación del Valencia: un club histórico desguazado por Peter Lim y condenado ahora a luchar por evitar el descenso

La expresión no es mía, la tomo prestada de otro valencianista, Vicent Molins, que ha abordado con acierto en un libro con ese título y en varios artículos la deslocalización del fútbol profesional. Describe el proceso de pérdida de identidad de los clubes a manos de magnates o fondos de inversión extranjeros cuyo único objetivo es el negocio, sea con la compraventa de jugadores, con operaciones inmobiliarias o con las influencias desde los palcos. La identidad, el sentido de pertenencia e incluso el proyecto deportivo se convierten, en el mejor de los casos, en el cascarón de un huevo vacío.

Eso es hoy el Valencia de Lim. Un club sin estructura y a la fuga, un artificio desguazado poco a poco por la desidia de su máximo accionista. El nefasto arranque liguero del equipo de Rubén Baraja es la consecuencia de ese proceso, que se veía venir desde hace años, no la causa. Pero en el fútbol son los resultados los que desencadenan los acontecimientos. Y en Mestalla, tras la derrota de este lunes ante la UD Las Palmas, un rival directo, ha prendido una mecha. Falta por ver de qué dimensiones será el petardo.

Vaya por delante que el valencianismo está purgando sus propios pecados, pero la penitencia, que se alarga una década, se ha agudizado hasta niveles muy dolorosos en el último lustro. Justo desde que Peter Lim, el multimillonario singapurense al que las anteriores fuerzas vivas valencianas y valencianistas sirvieron el club en bandeja, unos por acción y otros por omisión, decidió dinamitar el proyecto exitoso deportivo de Marcelino García Toral y Mateu Alemany coronado con la Copa del Rey de 2019. Lim no aceptaba que nadie le hiciera sombra, ni en los fichajes ni en los triunfos. Comenzaron las protestas y empezó a desinvertir a marchas forzadas.

Un desmantelamiento en diferido que rebajó el listón deportivo de un club histórico, acostumbrado a jugar en Europa y a competir por los puestos altos de la tabla, a evitar el descenso, que dejó la plantilla en un conjunto de juveniles y cedidos sin experiencia ni jerarquía y colocó, tras un rosario interminable de entrenadores (muchos de ellos inexpertos), a una leyenda como Baraja de escudo y parapeto de Lay Hoon Chan, su mano derecha y presidenta también a la fuga.

En Mestalla hace años que reina un ambiente mayoritario de resignación, como si una parte de la afición asumiera con vergüenza y silencio anteriores cheques en blanco y alfombras rojas a salvadores interesados. En la grada ha habido deserciones, pero también ha entrado savia nueva y joven, y de ahí el elevado índice de asistencia temporada tras temporada pese a la devaluación ya no del equipo, sino del club. El colectivo Libertad Valencia CF, formado por aficionados de base, ha promovido, con mayor o menor seguimiento, manifestaciones, vaciados de Mestalla y acciones judiciales. Pero la maquinaria de Meriton, la empresa de Lim propietaria del 91% de las acciones de la SAD, ha ido sorteando o desactivando las iniciativas mediante cortinas de humo y cómplices necesarios.

La última es la reanudación del ‘nuevo’ estadio (las obras llevan paralizadas desde 2009), una obra faraónica de otra época que ya sepultó al club en una monstruosa deuda que nos ha traído hasta aquí. Además, ¿alguien se cree que un propietario que no es capaz de invertir en su plantilla con riesgo cierto de descenso va a finalizar un estadio para 70.000 espectadores con una deuda que presumiblemente no podrá pagar?

Y en este punto está el Valencia. Colista con solo 6 puntos en 10 jornadas. En un club normal, con un proyecto normal y un nivel de exigencia normal serían números inasumibles y motivo de destitución del entrenador. Pero este es el club moldeado por Lim, comandado a distancia desde Singapur, donde el director deportivo carece de autonomía para aprobar la llegada de un cedido y los ejecutivos solo tienen la opción de callar y obedecer. La solución estructural solo puede pasar por un cambio de propiedad que recupere una gestión simplemente normal de un club de fútbol.

Con su empeño por limpiar el balance y por reactivar los planes inmobiliarios, el máximo accionista parece enviar señales de venta al mercado. El problema es que, a nivel deportivo, el Valencia puede haber llegado a un punto de no retorno y el cambio accionarial se produzca demasiado tarde, es decir, en segunda división. Ya no es alarmismo, es la realidad. Solo queda cruzar los dedos para que, tras su fuga, quede algo del club.

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