Ha causado una impresión imborrable el espectáculo vivido el domingo pasado durante la visita de los reyes don Felipe y doña Letizia, del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, al municipio de Paiporta donde las turbas se abalanzaron sobre la comitiva reduciendo a cero la distancia, que es el signo distintivo del poder. Los Reyes aguantaron la embestida, escucharon a los indignados, intentaron comprender su frustración, brindaron el consuelo de su proximidad y se ofrecieron para ser portadores de sus quejas y para activar que fueran atendidas con la mayor celeridad posible.
En cuanto al desborde multitudinario con imágenes sin pulimento alguno su impacto nos devuelve a la antología de textos sobre el poder de William Shakespeare donde bajo el título de Con inquietud reclina la cabeza el que lleva una corona figura un texto de La vida del rey Enrique V, Acto IV, Escena I en el que se cuestiona "¿qué poseen los reyes que no posean también los simples particulares, si no es el ceremonial, el perpetuo ceremonial?" Y de ese ceremonial en Paiporta no quedó vestigio alguno.
Luego señala que "una empresa padece bastante cuando se quebranta la jerarquía, escala de todos los grandes designios" y se pregunta "¿por qué otro medio sino por la jerarquía, las sociedades, la autoridad en las escuelas, la asociación en las ciudades, el comercio tranquilo entre las orillas separadas, las prerrogativas de la edad, de la corona, del cetro del laurel, podrían debidamente existir?" Y concluye, "quitad la jerarquía, desconcertad esa sola cuerda, y escuchad la cacofonía que se sigue". En Paiporta pudimos observar que la más alta jerarquía sin contento -recordemos la fuga del presidente Sánchez- es más desgraciada y miserable que la más baja jerarquía con contento. Además de que quien se manifestara feliz con haberse acarreado la malquerencia y la animosidad del pueblo es tan perverso como sería el proceder que desaprueba, es decir, el de adularle para adquirir su amor.
En todo caso, a falta de un vocabulario de la mirada que haya clasificado sus modalidades se impone establecer al menos las diferencias entre la mirada recta y la de través, la mirada prensil, la que llega al objeto y queda en él agarrada y la mirada blanda que resbala sobre su superficie sin encadenarla, en un deslizamiento de caricia. La mirada que mira más allá de lo que mira, y la otra, corta, que parece no alcanzar al objeto al que se dirige. La mirada indiferente, la intensa, la vaga. La mirada voluptuosa y la reflexiva, la clara y la turbia, a las que se refiere el doctor Gustavo Leoz en su ensayo La expresión en la mirada. Los periodistas no pueden renunciar a la condición de testigos oculares de los acontecimientos porque su presencia es garantía contra la tergiversación. Y saben como los actores o los políticos que están siempre intervenidos por la mirada y el oído del público ante el que comparecen, que les está leyendo, escuchando en versión sonora o contemplándoles en versión audiovisual.
Que para dar más emoción y contagiársela a los oyentes y espectadores se manchen deliberadamente de barro, finjan estar delante de las ametralladoras o añadan ruidos propios del combate que a la distancia donde se encuentran serían imperceptibles forma parte de la galería de trucos que vienen de antiguo y que analizaremos otro día. Vale.