Flashes y limusinas; alfombras rojas y vestidos caros; cadenas de oro y chefs privados: Quevedo no solo ha entendido quién es, sino que lo ha aceptado. Bienvenidos a su luminosa nueva era.
A medianoche del 22 de noviembre, Quevedo publicaba al fin Buenas noches, un largo trabajo de estudio con el que vuelve a mirar de cara a la música tras su temporal desaparición anunciada con La última, canción con la que se despedía de la escena no sabíamos si para reencontrarse a sí mismo o para encerrarse en el estudio a hacer algo nuevo. Ahora, tras escuchar el álbum, podemos llegar a la lícita conclusión de que ambas cosas iban de la mano.
Al artista canarión nunca le sentó extremadamente bien la fama. Se puede ver en las pocas entrevistas que concedió durante su anterior etapa, siempre algo distante y encerrado, pero también en sus canciones. Su anterior trabajo de estudio, Donde Quiero Estar, es no solo un desembarco sobresaliente en la industria del disco, sino también el canto agónico de un chavalito de veinte años al que una ola de éxito pocas veces vista en la industria de la música lo sacó de su isla para lanzarlo al mar de un negocio plagado de peajes carísimos que se interponen con la felicidad al conquistar un sueño.
Y es que la ola Quevedo, a la que debería llamar en verdad tsunami, es quizá la más inmensa que hemos tenido en la historia de la música reciente en España: posicionó Cayó la noche, su primer remix, como el número uno de España; colaboró con Duki y Ed Sheeran, dos de los artistas más importantes del mundo, en Si quieren Frontear y 2Step; y colocó su session con Bizarrap, aquel tema ya mítico de Quédate, como la canción más escuchada del planeta durante tal cantidad de semanas consecutivas que es hasta complicado concretarlo. Todo esto, por cierto, en menos de seis meses; todo esto, por cierto, con solo veinte años.
La inercia lo llevó después a publicar Donde Quiero Estar, un álbum melancólico y nostálgico con el que logró el mejor estreno de un LP español en toda la historia de la industria musical, además del liderazgo indiscutible de las listas de ventas durante varias semanas consecutivas. Su música era imparable, pero él no.
Tras varias colaboraciones llegaría La Última, raperísimo tema con el que diría un adiós temporal a la música hasta recomponerse, recuperar la ilusión y volver a sentir ese cosquilleo, parafraseando literalmente uno de los versos de aquella canción, que lo recorría antes de hacerse famoso, cuando grababa Piel de cordero junto a su amigo La Pantera y sobre la mesa no había ni fajos de billetes ni golfis de oro, sino ceniceros repletos de chustas apuradas. Ahora, parece que ha entendido por fin quién es y dónde está.
Buenas noches es la aceptación final de que aquellos años no volverán; es el último traguito a la copa mientras te acomodas en el sillón y decides estar de chill porque, oye, no todo en esta vida es perfecto, pero en general las cosas van bastante bien. Es justo el meme de Chill Guy, que estos días se ha puesto de moda en redes sociales.
El álbum, cuya portada es una referencia clarísima a la mítica foto de Michael Jordan, ronda conceptualmente el mundo de la noche y el glamour que lo rodea; los colores rojo, dorado y negro aparecen por todo el arte del disco y te teletransportan a las copas finísimas con champán cristalino y las mullidas alfombras rojas separadas del resto del mundo por cordones bordeados de auxiliares de seguridad.
El trabajo empieza fuerte, sin introducción alguna, con Kassandra, un reguetón donde el artista narra una relación con una chica de la jet set mundial – su padre es guionista en Hollywood; su madre, bailarina en el ballet de Moscú –. Es sin duda el focus track del disco, pues pese a no ser la más comercial, sí es la que mejor sintetiza el imaginario del glamour y el éxito.
El disco prosigue con Duro, canción bailable que ya se publicó como single hace unos días, hasta llegar a Iguales, tema de hyperpop donde el artista ejemplifica otra de las intenciones del disco: "reguetonizar" diferentes estilos.
Quevedo pretende con este trabajo expandirse y experimentar, pero no adaptándose él, sino convirtiendo en reguetón otros géneros; el canario sabe perfectamente qué se le da bien, por lo que lo traslada a terrenos en los que quizá no es tan diestro. Esta canción, Iguales, juega con la autoconsciencia del hombre heterobásico que sabe que solo quiere abdominales, pasta y un Maclaren de asientos cosidos con hilo de oro.
En el siguiente tema, Gran Vía, Quevedo colabora con Aitana para hacer una canción perfectamente bailable – cuyos primeros versos ya mostró en TikTok – que si bien no es especialmente novedosa para la cantante catalana, sí bordea un registro muy diferente para alguien como Quevedo. Recuerda mucho a los años ochenta – en verdad, a lo que recuerda realmente es a Nochentera, de Vicco –.
Entrando ya en la mejor parte del disco, podemos encontrarnos con Chapiadora.com, un tema donde Quevedo se monta una historia completamente ficticia – y muy bien narrada – para hablarnos de pobreza y una mujer algo peculiar; con Por atrás, canción cuya temática no creo que haga falta explicar en un periódico y que utiliza la misma acertadísima fórmula que su exitosa Punto G; y con 14 de febrero, otro ejemplo más de las grandísimas capacidades narrativas del canarión.
Para entender el concepto de “reguetonizar” un género, en el siguiente tema, La 125, Quevedo se junta con Yung Beef para hacer una canción que, aun pudiendo ser perfectamente trap, el artista adapta a su estilo. De ahí prosigue con Halo, otra historia influenciadísima por la música puertorriqueña junto a uno de sus colegas de su primera etapa, La Pantera, hasta llegar a Mr Moondial, un tema junto a Pitbull – sí, sí, Pitbull; bienvenidos de nuevo al 2010; España acaba de ganar el mundial –, donde consiguen hacer la canción más pegadiza del álbum: reventará en discotecas, no hay ninguna duda.
Ya en este punto, comienza el bajón de revoluciones del álbum con Qué asco de todo, canción que recuerda mucho a XXXTentacion o Milo J, y Noemú, historia personalísima e íntima del artista. Como el cantante, parece, no quiere despedirse todavía, vuelve a apretar el acelerador con Shibatto, canción bastante esperada por sus fans que ejemplifica a la perfección la esencia de Quevedo, y Los días contados, colaboración con Rels B también muy bailable y pegadiza.
En la recta final entra a jugar El Estribillo, un tema experimental muy interesante que, vaya, no tiene estribillo, pero deja un coro abierto para que cada cual cante lo que quiera; y Amaneció, colaboración con los puertorriqueños De la Rose y De la Guetto que, según ha podido saber este periódico, Quevedo incluyó porque le pareció gracioso que ambos artistas, de la nueva y la vieja escuela respectivamente, se llamarán de una forma tan parecida. La canción tiene pinta de funcionar muy bien, por cierto.
Por último, como bello cierre, Quevedo se despide de sus fans con una preciosa carta, Buenas noches, en la que dibuja su situación actual. Al igual que en el mítico 20 de abril de los Celtas Cortos, el artista nos cuenta que vive como siempre, escribiendo letras y seleccionando ritmos, pero con algunos cambios respecto a cómo estaba hace algunos años. A diferencia de en su anterior álbum, donde cerró con un tema – también homónimo – donde se rasgaba la camiseta y dejaba ver que estaba machacado, ansioso y harto de todo, en Buenas noches nos cuenta que se acepta, que las cosas pintan bien y que le encantaría que hubiera unos buenos días.
Quevedo, con este álbum de música experimental “reguetonizada”, se ha consagrado no solo como una de las voces más impecables de nuestra generación, sino como un gran contador de historias: el artista tiene una pulsión trovadoresca que lo lleva a inventarse personajes – la hija famosa de la jet set, la trepa que se aprovecha de él, el amigo con el que se haría sicario – y tramas perfectamente conclusivas. Sus canciones tienen desarrollo, nudo y desenlace; no se me ocurre ningún otro artista de la escena urbana capaz de hacer lo mismo.
Aunque el álbum no ha contado con las colaboraciones mundiales que muchos esperaban, es un trabajo que viene para reforzar el amor de sus fans incondicionales, sí, pero también para abrirse puertas en las todopoderosas industrias de Latinoamérica – concretamente, en el mercado de Puerto Rico –. Esto se ve fácil no solo porque haya escogido palabras de allí para usarlas como títulos de sus canciones – "chapiadora" es un ejemplo perfecto –, sino porque la distribución de este nuevo trabajo viene de la mano de Rimas Entertainment, la efectivísima discográfica puertorriqueña que luce a Bad Bunny como su buque insignia (aun así, mantiene la relación con la española Taste The Floor como su agencia de management y booking).
Quevedo ha hecho suya la noche, alejando el runrún del barro, la sordidez y las esquinas meadas que puebla el imaginario de estas horas en casi toda la música mundial, para dibujárnosla como algo bello; algo lleno de color, flashes y oro de cara al público, pero algo íntimo, reconfortante e inspirador cuando se está a solas, con la espalda apoyada en el cristal de la ventana y los dedos coqueteando con un cigarro de liar.
Es un disco con el que brincar de fiesta, pero también digno de escuchar mientras se conduce despacio por carreteras interminables y alejadas de la ciudad, quizá con casitas viejas y postes de madera en los costados del arcén.