Una cara de chico bueno

Lo primero que cabe decir de Iñigo Errejón es que tiene cara de chico bueno. La vida y las personas dan muchas sorpresas. Es el caso. Cuando Podemos emergió con fuerza en la política española enseguida destacaron dos líderes brillantes, aunque diferentes, a las que la opinión popular enseguida se atribuyeron buenas perspectivas de futuro: Pablo Iglesias e Iñigo Errejón.

Buenos amigos y compañeros de iniciativa, aunque tanto por su aspecto como forma de expresarse muy distintos, y quizás por eso mostraban una imagen complementaria ante el futuro. La actividad revolucionaria de Iglesias llegó incluso a una vicepresidencia fugaz del Gobierno para pasar al ostracismo de los fracasados, pero la de Errejón se mantuvo desde la serenidad y seriedad que la avalaban.

En la debacle que sufre la política española seguía activo y para la mayoría como un líder correcto, sin grandes pretensiones de brillantez, pero apariencia de solvencia, con un secreto en su vida y actividad cotidiana que pasaba inadvertido para muchos hasta que un día muy reciente se reveló algo tan importante y tan opuesto a las ideas que defendía: falta del respeto a las mujeres.

Casi nadie lo entiende si no fuera por la cantidad de acusaciones que empiezan a caerle y por su propia y confusa confesión. Su aspecto físico y su prestigio personal permiten asegurar que puesto a establecer relaciones sentimentales con mujeres de todos los niveles no le faltarían. El escándalo provocado por las revelaciones de su falta de respeto y agresividad invita a reflexionar que algunas veces tras la imagen de las personas hay algo más.

El respeto a la igualdad entre sexos, que durante siglos fue desdeñada, es uno de los avances sociales más dignos de admiración y respeto que las sociedades avanzadas han incorporada a su convivencia. La situación ha mejorado, la mujer ha recuperado la dignidad y consideración que merece desde cualquier aspecto que se contemple.

Pero el ejemplo que ahora protagoniza Errejón, devuelve el desánimo. No es un descarriado de la sociedad el que incurre en un atentado de esta naturaleza para satisfacer sus vicios o deseos carnales. Es una figura importante, de formación solvente y hasta ahora comportamiento ejemplar, quien se revela como agresor de la dignidad femenina y lo oculta bajo su apariencia de ciudadano ejemplar.

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