Tras la vergonzosa e inaudita escena del viernes en la Casa Blanca, las cosas son lo que parecen. La segunda presidencia de Donald Trump va a ser horrible, mucho peor de lo que con prudencia quisimos creer cuando ganó las elecciones para no caer en el desaliento. Sin ningún contrapeso, ni en el poder legislativo ni dentro del Partido Republicano, que el trumpismo ha transformado en una formación reaccionaria, el personaje está desatado. No tiene ningún problema en mentir descaradamente y carece de empatía con sus semejantes, sobre todo si cree que son débiles.
Para este nuevo mandato se ha rodeado de figuras arrogantes y prepotentes que le rinden pleitesía babosamente, y que representan una amenaza para la propia democracia norteamericana. La rastrera actuación del vicepresidente J.D. Vance en ese encuentro en el despacho oval con la prensa, refleja una voluntad premeditada de humillar al presidente Volodímir Zelenski por negarse a firmar una capitulación sin condiciones de seguridad, pactada con Rusia a espaldas de Ucrania.
La administración norteamericana quería quedarse con parte del pastel con la explotación de sus tierras raras. Se trataba de que el país agredido aceptase un reparto acordado previamente. La mentalidad gansteril de la nueva administración norteamericano se evidenció en el tono de las amenazas, que alcanzaron lo personal contra el presidente ucraniano, que dio de nueva una lección de dignidad. Todo ello para gran deleite de Vladímir Putin, que ejerce sobre Trump una enorme influencia, lo que hace sospechar la existencia de misteriosos vínculos personales.
Lo que está claro es que Estados Unidos ya no está al lado de Ucrania, sino de Rusia, y que ha dejado de ser un país fiable para los europeos. Cuanto antes salgamos de la estupefacción y el lamento, mucho mejor. Tras la traición norteamericana, armas son amores y no buenas intenciones. El apoyo al pueblo ucraniano ni puede ser solo retórico ni limitarse como hasta ahora a la ayuda económica para sostener un Estado fiscalmente fallido por la guerra. De forma urgente, tiene que complementarse con un esfuerzo armamentístico, lo que significa que, en paralelo, los países europeos tienen que tomar ya el mando de su seguridad y unirse en esa tarea para ser eficaces y eficientes. Hay que aumentar y reestructurar radicalmente nuestra industria de defensa para eliminar la multiplicación de modelos diferentes de carros de combates, aviones y barcos de guerra, misiles y todo tipo de artillería. La mejor manera de asegurar la paz es prepararse para la guerra, y no para dentro de unos años, sino para pasado mañana. Hasta ahora creíamos contar con el paraguas de Estados Unidos, y que la disuasión nuclear nos mantendría al margen de conflictos bélicos convencionales en las fronteras europeas.
Tristemente, el mundo ha cambiado, y la Rusia de Putin cuenta con un aliado en la Casa Blanca que odia, al igual que el Kremlin, lo que representa en valores la Unión Europea. En este momento crítico, los europeos necesitamos líderes de verdad, que olviden las cuitas partidistas y el cortoplacismo, que no pretenden sacar un provecho en clave de lucha interna. Urge la unidad de los demócratas, de los europeístas, y sobre todo hay que enviar armas a Ucrania.