Hay muchos ciudadanos que de un tiempo a esta parte se preguntan ingenuamente quién gobierna en España e incluso piensan que Pedro Sánchez, el polémico primer ministro que ya se ha ganado por anticipado el título, nada envidiable, de peor presidente de la democracia es quien decide. Están equivocados.
Quien gobierna es quien manda y actualmente el que manda, dispone y ordena, es un tal Carles Puigdemont, un político cobarde, un golpista que fracasó y huyó corriendo al extranjero y, desde su refugio en Bélgica, controla un pequeño partido de extrema derecha en Cataluña del que se sirve para ejercer el poder que las urnas le han regateado.
Puigdemont, de ideas cortas y ambiciones amplias, aspira a destrozar la imagen de nuestro país por el mundo, descuartizarlo y quedarse para él una parte donde cuenta con algunos seguidores y el rechazo de la mayoría de los habitantes. No goza de grandes méritos ni personales ni políticos, pero si de capacidad para exigir y permitir que el presidente Sánchez continúe residiendo en La Moncloa hasta que a él le interese.
Cuenta para ello con la ambición de poder de su tutelado y la capacidad que demuestra para acatar las órdenes que Puigdemont le va dando. Conforme evolucionan las cosas, y la debilidad política de Sánchez aumenta, sus ambiciones se van frustrando, y cumplir las órdenes que le van llegando desde Waterloo cada vez le resultan más comprometidas: "Presenta una moción de confianza en el Congreso y, si no, adiós a los presupuestos". Sánchez duda y seguramente se lo pensó bien antes de responder.
"Eso no, que en una de estas la pierdo", respondió, y si la pierdo, quizás pensó, el sucesor no te va a ser tan condescendiente. "Pues entonces, vente a verme, pasa por esa humillación, y hablamos". Al fin parece que como a Puigdemont le gusta mucho viajar: Sánchez cederá y enviará a un delegado de plena confianza para ponerse a su disposición y atender sus nuevas exigencias antes de fotografiarse juntos.
