Gran parte de las relaciones sociales, laborales y personales se producen ya en un panorama digital, en un mundo online sostenido por internet y las redes sociales que ha digitalizado casi todos los hábitos de la sociedad. La violencia machista incluida. Ha nacido un mundo nuevo, pero con los mismos vicios y las mismas desigualdades que arrastraba el de carne y hueso. El anonimato, la distancia, la intangibilidad y la poca regulación constituyen un caldo de cultivo perfecto para que la violencia sexual campe a sus anchas en el entorno virtual, ya sea a través del acoso continuado, la difusión de imágenes íntimas, la manipulación del rostro con Inteligencia Artificial (IA) o el envío de fotos de genitales a mujeres que nunca lo pidieron. Porque, una vez más, también aquí el blanco de ataque son ellas.
Según un informe de la ONU de 2020, el 73% de las mujeres de todo el mundo han estado expuestas o han experimentado algún tipo de violencia en línea. El mismo documento resalta que nueve de cada diez víctimas de la distribución no consensuada de sus imágenes íntimas son mujeres. En España, un informe del Instituto de las Mujeres indica que el 80% de las mujeres ha sufrido alguna situación de acoso en redes sociales y que dos de cada tres no lo denunció. La investigación más reciente sobre el asunto, elaborada por el Centro Reina Sofía de Fad Juventud y la Universidad Complutense de Madrid (UCM), advierte de la incidencia entre las más jóvenes: el 60,6% de las chicas de 16 a 24 años ha sufrido alguna forma de violencia sexual digital.
Los datos son dispares, escasos y todavía muy recientes, lo que hace que a día de hoy sea aún complicado medir la magnitud real de este problema, que corre el riesgo de normalizarse por la frecuencia con la que ocurre y porque en muchos casos los agresores son del entorno de las víctimas. En menos de 24 horas, 20minutos recibió decenas de testimonios de mujeres que habían sufrido todo tipo de violencia sexual digital. Relatos de acoso, humillación, violación de la intimidad y miedo que este periódico expone para mostrar las nuevas —o transformadas— formas de violencia machista con motivo del Día Internacional de la Violencia contra la Mujer, que se conmemora este 25 de noviembre.
Elena, 31 años: "Todavía se me remueve el estómago"
"He tenido que revisar mi carpeta archivada en el cerebro en la que tengo guardadas cada una de las miles de experiencias de violencia y abusos que los hombres han ejercido sobre mí", cuenta Elena, de 31 años. Sus primeros recuerdos se remontan a la adolescencia, cuando multitud de hombres, conocidos y desconocidos, la presionaban constantemente para que les enviase fotos de su cuerpo a través de un chat. "Si no se las enviaba, había dos alternativas. La más común, llamarme puta o acosarme durante días y meses para que se las acabase mandando. Por complacer, llegué a enviar alguna imagen 'insinuándome', algo que todavía a día de hoy hace que se me remueva el estómago". Pero lo más grave, cuenta, es que esa violencia la ha sufrido después, sobre todo por parte de sus parejas. "Te acababan haciendo el chantaje más vil y cruel, desde amenazas con dejar la relación, hasta insultos", relata.
Gabriela, 28 años: "Sentía que era mi culpa"
También Gabriela fue víctima de violencia digital por parte de una pareja. Tenía apenas 16 años cuando rompió con el novio con el que había mantenido una relación a distancia durante un año, en el que se habían mandado fotos y vídeos de carácter sexual. "En aquel momento yo tenía un blog. Días después de la ruptura, me llegó una amenaza anónima que hablaba de publicar esas fotografías en esa plataforma. Tenía que ser él", cuenta la joven. Entró en pánico y se cambió rápidamente la contraseña. Finalmente no sucedió nada, pero asegura que estuvo en "tensión" y "con miedo" durante meses. "Sentía que era mi culpa por haber mandado esas fotografías", reconoce.
Rocío, 37 años: "Vivía con el móvil apagado"
El caso de Rocío, de 37 años, es otro claro ejemplo de la violencia perpetuada a través de internet. Tras romper la relación con un chico con el que se había estado viendo durante meses, empezó a recibir llamadas y mensajes de alto contenido sexual a diario. "Centenares, especialmente de madrugada", cuenta. Ese chico había publicado su número de teléfono en foros de contactos para sexo. "Fueron semanas de un agobio inimaginable. Me sentía invadida, no dormía bien y me daban taquicardias constantemente. Vivía con el móvil apagado porque cada vez que sonaba, mi cuerpo se estremecía. Sentí que había perdido el control de mi intimidad… y de mi vida".
Caterina, 25 años: "Muchos están a nuestro alrededor"
A Caterina le crearon un perfil falso en OnlyFans con imágenes suyas. "Ahí me di cuenta de que muchos están a nuestro alrededor. Gente que conozco, personas que he visto en persona, incluso amigos míos, me mandaron mensajes avisándome de la 'estafa', porque habían perdido 25 euros. Ahí dije, 'gracias por avisar, pero ¿cómo que has pagado?'... No nos damos cuenta de que el chaval con el que has ido al colegio pagaría por verte desnuda, y ese es el problema", cuenta. Hace poco sufrió otra de estas situaciones. Recibió un vídeo en redes sociales de un hombre masturbándose y eyaculando con un mensaje en el que indicaba que lo estaba haciendo mientras veía su perfil. "Ese día estuve con asco en el cuerpo todo el día, simplemente por ver una cosa que no quería ver, que me mandaron sin pedir permiso. Ese día incluso no quería ni cruzarme con ningún hombre".
Marta, 26 años: "Ha marcado mi forma de ser"
Marta, que prefiere contar su historia desde el anonimato, cuenta que un solo suceso le dejó huella a la hora de relacionarse. Tiene ahora 26 años, pero tenía 22 cuando un chico al que había conocido a través de una aplicación de citas le mandó una foto de sus genitales. "Me dio asco, además de que no tenía nada que ver con lo que estábamos hablando. Lo primero que hice fue decirle que no me gustaban esas cosas. Pero lo peor vino después. Empezó a pedirme él también fotos y las conversaciones ya solo se centraban en eso y en más fotos de su miembro. Hasta que dejé de hablarle. Entonces comenzó con las llamadas, le bloqueé, y al tiempo no sé cómo consiguió mi perfil de Instagram para insultarme", explica.
Desde ese momento, dice, su forma de relacionarse con chicos cambió por completo. "Ya voy con el miedo de que me pueda pasar algo parecido. Me ha cohibido en muchas otras cosas, mi perfil de Instagram lo volví privado. Y, aunque ha pasado un tiempo y creo que este chico se habrá olvidado de mí, solo hablarlo implica remover uno de los momentos que más han marcado mi forma de ser".
Mismas causas, nuevas formas
Las consecuencias emocionales son graves. Van desde la vergüenza a la ansiedad, el estrés, la angustia, el deterioro de la autoestima, el aislamiento o los problemas para conciliar el sueño. El informe publicado la semana pasada por Fad Juventud revela que una de cada cuatro víctimas jóvenes de violencia sexual digital se acaba aislando socialmente y una de cada cinco ha llegado a autolesionarse o tener ideas suicidas tras haber pasado por una situación de este tipo. En el 52,8% de los casos, el agresor era una persona conocida, generalmente una persona no muy cercana (36%), un amigo (23%) o la pareja (27%). Una violencia que se materializa sobre todo en la recepción de contenido sexual no consentido (en el 22% de los casos) y el acoso por el aspecto físico (21%), pero que también contempla el acoso (16%) y la presión para enviar fotos o vídeos de tipo sexual (13,9%).
"Es una traslación de la violencia machista al espacio digital, donde ocurren millones de interacciones de lo que ocurre también en la vida real. Es decir, toda esa cosificación de la mujer, el objetivar a las chicas y toda la virulencia que ya hay en la sociedad. La violencia digital responde a las mismas causas, pero adquiere nuevas formas", explica a este periódico Anna Sanmartín, directora del Centro Reina Sofía de Fad Juventud.
"El problema es que muchas de estas cuestiones no constituyen delito. Lo que hay que hacer, por tanto, es mucha pedagogía y sensibilizar para que empecemos a identificarlo, porque en muchas ocasiones ni ellas mismas lo ven tan grave", defiende la directora del Centro Reina Sofía de Fad Juventud, que echa en falta una mayor implicación de las plataformas y las empresas tecnológicas.
Una IA desnudatoria diseñada con cuerpos de mujeres
Hace poco más de un año trascendió el caso de una veintena de menores que habían falseado desnudos de compañeras a través de la Inteligencia Artificial (IA) en Almendralejo (Badajoz). Es quizás la manifestación más reciente de la violencia sexual digital, aunque realmente hace años que se está usando. "El primer caso documentado de deepfakes sexuales es de 2017, cuando apareció un hilo en Reddit de varios varones que compartían vídeos de caras de actrices de Hollywood en cuerpos de actrices porno", cuenta Jacinto Gutiérrez, miembro de DiViSAR, un proyecto que estudia la digitalización de la violencia sexual en apps y redes sociales.
Gutiérrez explica que se trata de un fenómeno que empezó teniendo como diana a mujeres conocidas, políticas, activistas, actrices o periodistas, pero que ha acabado extendiéndose a la sociedad general. El propio estudio de FAD revela que un 13% de los jóvenes españoles admite que ha manipulado imágenes de otras personas y que un 6,4% ha sido víctima de ello. El problema es que cada vez hay más páginas que se publicitan con completa impunidad ofreciendo paquetes de deepfakes e incluso cobrando por ello.
"Hay un mercado emergente y muy lucrativo con este tipo de contenido sexual, y cuando nos acercamos a esos repositorios vemos que se suele hacer con el círculo cercano al agresor. Es muy habitual que quieran desnudar a la prima, a la vecina, a la compañera de trabajo, de la universidad, etc.", asegura. También aquí hay una dimensión de género importante. Prácticamente todas las manipulaciones de carácter sexual tienen como víctimas a mujeres. De hecho, Gutiérrez sostiene que lo más probable es que esos "bots desnudatorios" no funcionen con la misma efectividad con imágenes de varones, ya que están "entrenados y diseñados con fotos de mujeres".
Guardar las pruebas y denunciar
Este tipo de violencias tienen varias particularidades. En primer lugar, que los agresores presentan una muy baja empatía con las víctimas, precisamente por el hecho de que no están viéndolas en persona cuando están ejerciendo esa violencia. El teniente Daniel Moreno, jefe de los equipos de mujer y menores (EMUME) de la Guardia Civil, cuenta que reciben todos los días algún tipo de denuncia relacionada con el ámbito digital. "Estamos hablando de delitos que cuesta mucho denunciar, primero porque son episodios en los que ellas mismas quizás han compartido un contenido íntimo, y si ya les da vergüenza compartirlo con su entorno, con nosotros más", explica a este periódico.
También está el miedo y las coacciones que sufren por parte de los autores, que se aprovechan de haber conseguido un contenido íntimo de la víctima para chantajearla y seguir pidiendo más imágenes. "Cuando ya dan el paso y se atreven, les pedimos todas las pruebas que tengan. Conversaciones, imágenes, vídeos... todo lo que nos puedan aportar para demostrar el delito es útil. Y, a partir de ahí tenemos que diferenciar entre autor conocido o desconocido, porque si es alguien de su entorno, como una pareja que lo ha hecho por despecho, es más fácil de investigar", detalla.
El anonimato, la audiencia y la conectividad son los tres rasgos que destaca el teniente Moreno en torno a este tipo de delitos. El anonimato, porque muchas veces se esconden bajo un perfil falso; la audiencia, porque se trata de una violencia que se exhibe en internet a un público muy extenso; y la conectividad, porque se produce las 24 horas del día, los siete días de la semana. "Antes estaba más limitado en el tiempo y, ahora, en cualquier momento se pueden cometer estos delitos sin necesidad de estar junto a la persona, como sí ocurre con un delito tradicional", concluye.