Después de escuchar las últimas noticias de Venezuela, Nicolás Maduro no se marchará de la presidencia de Venezuela a pesar de ser derrotado en las elecciones, ser condenado por las organizaciones internacionales – ONU, UE, OEA – y por numerosos gobiernos; por el contrario, lo que pretende es que nos vayamos los amigos. El primero, España, paradójicamente su mejor aliado siempre bajo el asesoramiento del expresidente Zapatero, que tras el ridículo mundial ha tenido que exiliarse en otras galaxias donde nunca hemos vuelto a verle la cara.
Como se ve que al madurismo no le hizo gracia que el tibio Gobierno de Sánchez fuese a remolque del resto del mundo exigiendo que el dictador abandonase y aceptando que el ganador de las elecciones tuviera que exiliarse en Madrid para no correr peligro, el Parlamento venezolano acordó adoptar medidas de gran calado para castigar a España, incluido su Gobierno, y reivindicar incluso que cambiemos nuestra Constitución democrática, suprimamos la monarquía y destituyamos al rey. Faltó que lo borremos del mapa europeo.
Así lo anunció, con su bravuconería y capacidad de odio antiespañol habitual, el presidente de la Asamblea, Jorge Rodríguez, casualmente hermano de la polémica vicepresidenta del país, Delcy Rodríguez, de triste memoria en la historia reciente de la corrupción entre los dos países, tan hermanados hace escasos días en cuestiones políticas. El jefe del poder judicial – la pantomima que sustituye al corrupto militar – ha reivindicado que se rompan todas las relaciones diplomáticas, consulares y comerciales con España.
Después de escuchar semejantes amenazas lo primero que hace imaginar es al embajador de España y a todo el equipo de la Embajada haciendo maletas apresuradamente para no perderse el vuelo de las cinco para regresar a Madrid, donde nadie les amenaza. Mientras tanto, habrá que esperar a ver cómo reacciona la siempre imprevisible Moncloa, como centro de todas las decisiones, ante semejante afrenta de un amigo que por lo que se concluye, dejó de serlo.