No es extraño que el presidente del Gobierno diera síntomas de cansancio en la ceremonia de la Fiesta Nacional, a donde acudió por primera vez sin la compañía de su mujer, Begoña Gómez. A Pedro Sánchez los problemas se le empiezan a acumular en el inicio de este curso político. La única excepción a sus jirones es la investidura de Salvador Illa, con efectos muy positivos en la normalidad institucional de Cataluña, pero a cambio de un concierto económico pactado con ERC que hace trizas el federalismo del PSOE y escuece muchísimo en el resto de los territorios. La resiliencia del líder socialista es de sobra conocida y su final todavía no está escrito, un anuncio erróneo en el que cae repetidamente la derecha. No obstante, a Sánchez se le han abierto tres rotos que si no remienda pondrían fecha de caducidad al sanchismo.
El primero, y más determinante a corto plazo, es la fragilidad de la legislatura. Este martes el Gobierno debería presentar en Bruselas el plan presupuestario, cosa que no sucederá porque Junts tumbó la propuesta de déficit público y techo de gasto hace un mes, y hasta hoy no se conocen avances en la negociación. Moncloa lanza el mensaje de que la legislatura no peligra porque no haya Presupuestos, aunque se hace difícil creerlo. Lo más probable es que acaben llegando a un acuerdo que permita al partido de Puigdemont anotarse otro tanto en el despiece del Estado en Cataluña, y a Sánchez lucir nuevas Cuentas.
El segundo, y que más mina su autoridad, es el aroma de corrupción. Por un lado, la trama Koldo, con la implicación del exministro Ábalos y exsecretario de Organización socialista, un escándalo con muchas aristas que pueden acabar alcanzando al presidente del Gobierno. Y, por otro, el caso Begoña, que nos recuerda aquello que decían los romanos sobre la mujer del César. Más allá de la discutible actuación del juez Peinado, el asunto no deja en buen lugar a la primera dama en cuanto al uso que ha hecho de su posición. El psicodrama que Sánchez organizó en abril pasado con la falsa amenaza de dimisión, el ataque a los medios críticos y el recurso a expresiones como "máquina del fango" empeora la calidad del debate público.
Y, por último, el ruido interno dentro del PSOE, donde es imposible que la crítica se circunscriba solo a unas pocas figuras (Page, Lambán, o los referentes históricos como González, Guerra, Jáuregui, etc.). Las luchas por el poder en las federaciones van a cruzarse con un desánimo bastante extendido por las cesiones a los independentistas, primero con la amnistía, y ahora con el concierto catalán, al que el Gobierno también siempre dijo que no, y que deja al PSOE ante el abismo de no volver a ganar nunca más en la inmensa mayoría de los territorios.