Sexo, política y cintas de vídeo

En la política, como en la pornografía, el consumidor acaba asumiendo que todo es mentira, pero el votante, como el voyeur, acaban autoengañándose: lo que verdaderamente importa no es la verdad, sino la capacidad de excitación. La distancia que hay entre la política vulgarizada de los tiempos que nos toca vivir y la política de hace tres décadas es el mismo trecho que va desde el erotismo hasta la pornografía. Por eso, muertas la sutileza y la inteligencia, la catarsis colectiva del nuevo milenio nos lleva a consumir vídeos generados por inteligencia artificial para excitar nuestros sentidos políticos primarios. En ese sentido, todos actúan igual, a izquierda y a derecha, porque todos tienen un mismo patrón de comportamiento: a falta de ideas propias, pasemos a destruir al rival político.

La inteligencia artificial como arma propagandística de destrucción política funciona en un mundo aborregado, polarizado y adicto al consumo exprés de subproductos insustanciales. En mi orden de prioridades, la inteligencia artificial la pondría al servicio de la creación de ideas y hasta de la sustitución de políticos lectores de argumentarios. Pero no. El presente de la política es una batalla ovejuna en línea, con trolls, bots, deep fakes, haters y vídeos para excitar el escarnio. Este autobús de la política española ya no lo conduce nadie desde hace años, pero si hay vida inteligente al volante, por favor, le pido que pare, porque me quiero bajar.

Es verdad, en cambio, que les funciona porque cuentan con la ayuda voluntaria o involuntaria de la mayor parte de la sociedad. Han encontrado en las redes sociales un arma de amplificación de pasiones cuando no de manipulación de los sentimientos, sean cuales sean. Igual da presentar al Papa con un abrigo polar, a Ábalos con un bañador en una tórrida playa o a Mazón en una taberna de costumbres disipadas. Son todos igual de insidiosos y desesperantes, pero se suman a la ola de la propaganda adaptable y personalizable de una sociedad somatizada por el poder de la estupidez. Y allí tienes a los creadores de estas paridas solazándose, y a quienes han encargado estas inmundicias monetizando posibles votos.

Mientras, la joven que lee este artículo no puede comprarse una vivienda, el jubilado apenas llega con su pensión a final de mes o la mujer de edad madura no encuentra un empleo digno después de toda una vida trabajando. Ellos, en cambio, juegan, porque no dan más de sí. A mí, todo esto me parece un verdadero insulto a la inteligencia, ya sea natural o artificial. Y gracia no me hace ninguna.

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