En la obra Un mundo, de Ángeles Santos, unos personajes cuasi celestiales tocan música mientras arrullan a sus bebés. Otros bajan por una escalera a colocar estrellas mientras otra figura orienta el sol hacia un planeta edificado y cúbico. Llévese todo eso a casa por 1,10 euros.
Como los relojes fluidos de La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí, miles de obras de arte se moldean para configurarse en objetos de colección, recuerdo o regalo en las tiendas de las principales pinacotecas del mundo. Entramos en las tres más importantes de Madrid, la del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y el Museo Nacional del Prado, para averiguar quién está detrás de la adaptación de grandes obras de la historia y su conversión en objetos que acabarán dispersando el arte por medio mundo.
Tazas, tablas de skate, lapices, bolis, pinceles, joyas, postales, posters, libros, cojines, toallas, lámparas, abanicos, bolsas de tela, ropa y textil, libretas, peluches, vajilla, paraguas, alimentos de delicatessen… la lista de soportes que pueden portar una obra de arte es casi infinita.
La primera parada es el Thyssen-Bornemisza. El pasado año su tienda-librería ingresó 1,8 millones de euros gracias a la venta de la miríada de objetos inspirados en los cuadros y obras que la pinacoteca exhibe.
Ana Cela, directora de Publicaciones de la tienda-librería del Museo hace ver que la tienda es "una fuente de ingresos muy importante para que así se puedan seguir haciendo exposiciones, mantenimiento del museo y todas las actividades que realizamos, que son muchas". Además, "es una forma de comunicar sobre el museo y llegar a otros sitios". Imaginen a un tipo abriendo en Nueva York su paraguas de Orquídea y Colibrí de Martin Johnson Heade, obra del Thyssen-Bornemisza. Es una campaña de marketing inigualable.
En la tienda se pueden encontrar productos desde apenas euro y medio de una postal a un collar inspirado en la obra Galatea, de Gustave Moreau, diseñado para el museo por Sigfrido Martín y Chus Burés, con un precio de 2.326 euros, aunque una litografía podría llegar a costar 6.000. En medio, un totum revolutum de todo tipo de soportes, de papelería, complementos, textil, librería, alimentación, reproducciones… cualquier objeto es susceptible de portar una obra de arte.
Las más demandadas, las que más buscan lo clientes del Thyssen-Bornemisza son la Bailarina basculando (Bailarina verde), de Degas; Orquídea y colibrí cerca de una cascada, de Martin Johnson Heade; las pinturas de Mondrian y Kandinsky, y Van Gogh y los impresionistas. El perfil de comprador medio es el de una mujer, madura, con poder adquisitivo, que compra para ella y sus allegados, pero también hay un público infantil y cada vez más joven.
Respecto al soporte, "vendemos bien todo lo que es papelería, pero también los catálogos de las exposiciones, joyas y complementos, bisutería, decoración y menaje", explica la Ana Cela. "Hacemos todo lo posible con productos artesanos y proveedores locales", añade.
Erica Souza, responsable de la tienda, y su compañera Cristina, llevan años en la tienda del Museo Reina Sofía. El modelo de su tienda es externo, esto es, su empresa Palacios y Museos, paga un canon al museo por ocupar un espacio allí. El museo se mueve entre 120.000 y 160.000 visitantes al mes, lo que se traduce entre diez y doce mil ventas al mes en la tienda. La variedad en los perfiles de comprador es enorme, aunque los miembros de grupos culturales son los más propensos a comprar.
"Los abanicos se venden mucho, yo creo que es unión de tradición española y el museo", dice Souza. Postales, imanes de Muchacha en la ventana o El gran masturbador de Dalí, las totebags... están entre lo más vendido, junto con los objetos de El Guernica. Entre lo de precio más elevado, cosas como bolsos, decoración, máscaras o figuritas de Los Visitantes son de lo más demandado. Lo más barato son las postales, a 1,10 euros. Lo más caro, dos tapices inspirados en Picasso, uno de 3.000 euros y otro de 1.600.
Trabajar en una tienda llena de objetos preciosos tiene sus riesgos, como querer llevárselo todo a casa. "Cuando llega algo nuevo nos damos un margen de una semana o dos de verlo todos los días y entonces ya se nos van pasando las ganas de comprárnoslo", explican con humor Erica y Cristina. "Luego hay cosas que las coges un poco manía también, porque ya las ves todo el rato, se las compran muchas, muchas veces", añaden.
Muchos años, miles de personas, decenas de idiomas y culturas distintas… las anécdotas y las peticiones son de lo más variopinto. "Nos han pedido muchas veces El Guernica en color", cuentan. También les han preguntado si los cuadros del museo son los originales, y que "dónde están expuestas las cosas de la Reina Sofía".
Completando el triángulo del arte, llegamos al Museo del Prado. Una característica distintiva de este museo es que su tienda está orientada a los visitantes, por lo que no es posible acceder a ella sin una entrada. "La exclusividad del producto es el principal denominador”, explica Cristina Alovisetti, Directora Gerente del museo. La tienda del Prado es una sociedad mercantil estatal creada en 2006, de la que el Museo del Prado es el accionista único y cuyo objetivo es “contribuir a la financiación del Museo con la explotación de los derechos de sus obras como vehículo además de la imagen del Museo".
Las obras más recientes tienen derechos de reproducción y si sus titulares no lo autorizan no se pueden usar en productos, ni reproducirlas. Pero, ¿tienen derechos las obras del Prado, cuyos autores murieron hace cientos de años? "La propiedad intelectual de la obra en sí obviamente caduca. En el caso del Prado, donde tenemos una colección de arte clásico, no tiene derecho en sí la obra, pero sí el archivo fotográfico. El uso de ese archivo, que es un archivo del museo, es el que tiene esos derechos", explica Alovisetti. En el Prado está prohibido hacer fotos sin autorización, por lo que así es posible explotar los derechos de sus obras, como pasa en otros museos por todo el mundo.
La tienda del Prado tiene de media una facturación en torno a 6 millones y medio de euros anuales. "Gestionamos dinero público con una obligación de rentabilidad", expone la gerente. Además, su celo está en que las reproducciones se parezcan "lo más posible a la realidad, porque está equilibrada la imagen, porque la obra está restaurada, etcétera".
El producto de precio más elevado es ahora el facsímil de El perro Semihundido, de Goya, por 990 euros. "Realmente es llevarse un trocito de una obra del museo en un facsímil", subraya Alovisetti, que revela que obras como Las Meninas y El Jardín de las Delicias, El caballero de la mano en el pecho, El perro Semihundido, Las majas o La Mona Lisa son de las obras que más buscan sus 3,3 millones de visitantes anuales, en soportes de todo tipo, incluidas colecciones de objetos hechos en cristal de La Granja. Pero "la guía del museo es la publicación sin ningún lugar a dudas más rentable", con más de 820.000 ejemplares vendidos en diez idiomas, incluido el coreano, el último en incorporarse.
"Cuando hay exposiciones temporales, obviamente hay su surtido específico para la temporal y luego no podemos mantener siempre los básicos durante 14 años… las postales sí, pero el resto se va renovando", explica la responsable sobre la variedad.
Algo que une a las tres pinacotecas es que todas tienen equipos destinados a la creación de sus propios productos siempre que es posible, con artistas, directores de arte y diseñadores que atienden a las demandas de los clientes y a las exposiciones temporales para renovar o ampliar los productos a la venta.
Sea como fuere, el arte demuestra que es plástico, flexible, atemporal y mimético, capaz de colonizar cualquier superficie y de seguir interesando y siendo un objeto de deseo, colección… o de regalo y recuerdo.
Natalia Sánchez, una mexicana en la tienda del Thyssen-Bornemisza
La colaboración entre el IED Madrid y la tienda del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza cuenta ya con un gran recorrido de más de una década. «Las y los estudiantes desarrollan una serie de productos con una estampación inspirada en una obra de la colección permanente del museo», explica Beatriz Amann, directora académica del IED Madrid.
Uno de ellos es seleccionado y ve cómo su trabajo se convierte en una colección que se vende en el museo. La joven mexicana Natalia Sánchez, de 25 años, ha sido la ganadora de este año, adaptando la obra A Girl in Japanese Gown. The Kimono, del estadounidense William Merritt. Hablamos con la joven sobre esta experiencia.