Hartazgo. Vergüenza. Impotencia, mucha impotencia. Enfado… Es lo que muchos están sintiendo estos días con todo lo que está pasando. Y no hace falta vivir en Valencia o tener a algún familiar o amigo que viva allí para sentirse así de avergonzado, así de cabreado.
El nivel de la respuesta política está siendo tan mezquino, tan incompetente, tan desastroso, que desespera. Desespera porque hay gente que sigue buscando a sus familiares. Desespera porque se hacen muchas visitas o reuniones de comités de crisis, pero la basura sigue ahí todavía. Desespera porque, una semana después del desastre, muchos todavía no saben cómo van a salir adelante. Han perdido sus casas, han perdido sus negocios, han perdido su vida, mientras en los despachos se habla de quién tenía la culpa y de quién tenía que haber activado las alertas.
Da mucha vergüenza cómo algunos están aprovechando todo esto para seguir embarrados en lo mismo, en difundir bulos, en contar mentiras, en sacar partido político o profesional de todo esto, porque sí, aquí también hay mucho oportunista.
Escribo esto sin saber todavía qué ha pasado en Estados Unidos. Sin saber todavía si este escenario que es tan desolador puede serlo aún peor con Trump de nuevo en la Casa Blanca.
El futuro es tan poco atractivo que entiendo perfectamente a quienes piden irse. "Vivir aquí es vivir permanentemente crispado, convivir con la mentira y con la desinformación". Lo he escuchado mucho estos días, de gente muy cercana. De gente que ha vuelto con la esperanza de poder crear aquí una vida y que se ha dado con la realidad de bruces.
La imagen que hemos dado es insólita. Cómo un país como el nuestro, con la capacidad de respuesta que tenemos, con los profesionales de emergencias curtidos en mil catástrofes, estamos, una semana después, con miles de personas viviendo en situaciones muy precarias.
La mayor catástrofe que hemos tenido en años nos ha puesto frente a una realidad de ineptitud insoportable. El cabreo es más que comprensible. Entiendo la frustración de toda esa gente. Lo que no entiendo es que muchos intenten sacar rédito político y personal de ese cabreo. Hay tanto postureo en todo esto que apesta. Apesta tanto como el barro acumulado en las calles de Sedaví, Aldaia, Paiporta o Chiva. Apesta como el agua que sigue estancada en muchos campos. Apesta como los silencios atronadores de quienes siguen mirando lo que está pasando como si no fuera con ellos.
Los políticos se definen siempre a sí mismos como servidores públicos. Bueno, pues no creo que haya mejor servicio público ahora mismo que atender y ayudar a las personas que más lo necesitan, a los que lo han perdido todo. Pónganse a ello ya, cuanto antes.