La paja en el ojo ajeno

¿PREGUNTAR OFENDE? por Miguel Ángel Aguilar

¿Por qué miras la paja en el ojo ajeno y no echas de ver la viga en tu propio ojo? Se iniciaba el pleno del Senado a las 16.00 horas del martes 11 y todas las preguntas e interpelaciones que se sucedieron a los miembros del Gobierno se atenían a ese esquema del ‘y tú más’, de la ley del embudo, de hacer abstracción de las corrupciones del propio entorno para denunciar con escándalo las de la acera de enfrente, en el convencimiento de que las corrupciones del adversario dispensan indulgencia plenaria para las propias en que incurrimos y facultan para llevar a cabo su emulación. Porque como sostiene Juan Aranzadi: «La maldad del enemigo no es garantía de tu bondad». De modo que los portavoces de la oposición embestían incesantes con sus preguntas, centradas en los casos más flagrantes de corrupción, no precisamente en los más graves, sino en los más susceptibles de enrabietar al público de a pie.

Porque al público de a pie le llega más lo de Jésica por catálogo, con apartamento en la Plaza de España, viajes oficiales de acompañamiento ministerial y contratos en empresas públicas sin aparecer ni dejar rastro, que los cientos de millones de euros distraídos en el caso hidrocarburos o en el de Air Europa. Igual que hace unos años, cuando lo de Bankia, llegaron más al tendido de sol los obsequios de ropa interior de fino encaje a las amantes o las orgías en saunas varias pagadas con las tarjetas black, que los millones evaporados que se consideraban meros apuntes contables incorpóreos por los que nadie llegaba a interesarse. Se dice que los niños, lo que ven en casa. Así que incluso los miembros del Gobierno más retraídos a la hora de lanzar descalificaciones a los portavoces de la oposición, como es el caso de los titulares de Defensa o de Agricultura, Pesca y Alimentación, se animaron el martes a entrar en ese juego del fango, fango y fango sin dejar de aferrarse al orgullo como es su costumbre o apuntar una cita culta de la historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges.

En toda la tarde ninguno de los espadas bordó una faena de altura, ni de capa ni de muleta. Solo se vio algún lance suelto que enseguida fue aplaudido. La tribuna de prensa registraba un vacío muy notable como suele ser habitual, mientras el público suministrado por una agencia turística se iba relevando cada 20 minutos, tiempo máximo que resistían. Entonces di en pensar cómo cambiarían las sesiones del pleno del Senado con una medida tan sencilla como sería la aplicación del artículo 84 de su Reglamento, donde se prescribe que «los discursos se pronunciarán sin interrupción, se dirigirán únicamente a la Cámara y no podrán, en ningún caso, ser leídos, aunque será admisible la utilización de notas auxiliares».

Imaginan los lectores el alivio para todos que supondría la supresión de esas lecturas interminables que traen preparadas de casa, no solo para sus intervenciones iniciales sino también para las réplicas cocinadas antes de haber escuchado a sus oponentes. Otra propuesta, basada en el punto 3 de ese mismo artículo 84, tendría efectos dinamizadores al señalar que «quien esté en el uso de la palabra solo podrá ser interrumpido para ser llamado al orden o a la cuestión por el presidente».

Llamar a la cuestión impediría que los interrogados rehuyeran responder yéndose por los cerros de Úbeda. Ayer, el pleno de control al Gobierno se celebró en el Senado y también transcurrió en balde pero el público había variado. Eran alumnos de Bachillerato de Pedroñeras (Cuenca), capital mundial del ajo. Continuará.

Zircon - This is a contributing Drupal Theme
Design by WeebPal.