El miedo en los ojos de Maryam

Khadija Amin

El 20 de enero, una mañana fría, desperté temprano y me preparé para ir a la oficina. Tenía varias tareas por hacer, entre ellas preparar una entrevista importante. Mi computadora estaba abierta y las ideas fluían mientras comenzaba mi jornada. De repente, sonó mi teléfono, era un mensaje de WhatsApp de Maryam, una joven periodista que conocí meses atrás. Decía: "Señora Amin, ¿puedo hablar con usted?". Sin pensarlo mucho, respondí: "Sí, no hay problema". Unos segundos después, recibí una videollamada. Debido a que mi oficina estaba algo concurrida, decidí ir al pasillo para tener más privacidad. Y al ver el rostro de Maryam, me sentí inquieta. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, y su voz, entrecortada y temblorosa, mostraba un miedo palpable.

“Señora Amin, tengo mucho miedo”, me dijo con voz quebrada. “No sé qué hacer. No hay un lugar seguro para nosotras aquí”. Lo que más me impactó fue la desesperación en su voz. Maryam, una valiente periodista afgana, había sido amenazada en varias ocasiones por su trabajo. A raíz de esto, decidió huir de Afganistán, buscando refugio en Pakistán con la esperanza de encontrar un futuro más seguro. Sin embargo, la triste realidad era que seguía sin estar a salvo.

Maryam continuó, tratando de contener su llanto: “Alquilé una habitación, pero ya no me siento segura. La gente aquí me observa de una manera que me hace sentir vulnerable y sin protección”. La angustia en sus palabras se reflejaba en su rostro, estaba atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Había huido de un país donde la vida de las mujeres estaba en constante peligro, solo para encontrarse con un nuevo país donde los peligros persistían, aunque de una forma distinta. La vulnerabilidad de las mujeres afganas no conoce fronteras, y Maryam lo había experimentado en carne propia.

“Pensé que al menos aquí podría estar tranquila, pero me equivoqué”, dijo, con la voz llena de tristeza. “Siento que no tengo un lugar donde encontrar paz”. No solo Maryam, sino muchas mujeres afganas se encuentran atrapadas en un ciclo sin fin de miedo y huida. La guerra, las amenazas y la violencia las empujan a escapar, pero no siempre encuentran la seguridad que buscan. Para muchas de ellas, el exilio no es la solución, sino una prolongación de sus sufrimientos.

Maryam describió con más detalle su situación: “En el vecindario, todos me miran como si fuera una extraña. No me siento bienvenida, no me siento segura. Y lo peor es que no puedo confiar en nadie”. Sus palabras me hicieron pensar en el destino de miles de mujeres que, como ella, buscan un refugio fuera de su país, solo para encontrarse con otro tipo de amenazas. Vivir como mujer refugiada, lejos de su tierra natal, es una lucha constante por encontrar seguridad, dignidad y un lugar donde puedan vivir sin temor.

Vivir como mujer refugiada, lejos de su tierra natal, es una lucha constante

Le pregunté a Maryam: “¿Has considerado pedir ayuda o conectarte con alguna organización que pueda brindarte apoyo?”. Ella asintió lentamente, pero su expresión mostraba que ya no tenía muchas esperanzas: “Lo intenté, pero no es fácil. Aquí no hay muchas opciones para nosotras. Todo es complicado.”

Miles de mujeres afganas, tras huir de la opresión y la violencia, se enfrentan a una nueva forma de sufrimiento en los países donde buscan refugio. La lucha por encontrar un lugar seguro para vivir es aún más difícil cuando se es una mujer en una sociedad patriarcal, donde los derechos de las mujeres a menudo se ven vulnerados.

“A veces me arrepiento de haber huido. Tal vez debería haberme quedado en Afganistán, al menos allí tenía un propósito claro”, me confesó Maryam. “Ahora solo siento que estoy huyendo de un lado a otro sin encontrar paz”. Su declaración me dolió profundamente. Lo que ella esperaba como una solución, ahora se veía como una cadena más que la mantenía atrapada. Sin embargo, su fuerza y determinación seguían siendo evidentes. A pesar del miedo y la desesperanza, seguía luchando por algo más que sobrevivir.

Le dije: “Maryam, sé que la situación es difícil, pero no estás sola. No te rindas. Hay muchas mujeres como tú que están luchando, y tu voz es importante. No dejes que el miedo te consuma”. Ella, aunque aún con la voz quebrada, asintió. “Lo sé, pero algunos días se siente como si ya no tuviera fuerzas. Estoy agotada”.

Mirando su rostro, pude ver que detrás de sus palabras había una resiliencia que aún no había desaparecido por completo. El dolor y la angustia estaban ahí, pero también había un destello de esperanza. Maryam aún creía que, a pesar de todo, podía encontrar una salida a su sufrimiento, aunque no sabía cómo. Finalmente, le dije: “Tu historia importa, y es la historia de tantas otras mujeres afganas que están luchando por un futuro mejor. No pierdas la esperanza, porque hay un futuro en el que podemos vivir sin miedo, aunque ahora parece distante”.

Mientras la conversación llegaba a su fin, me quedé pensando en las miles de historias similares, mujeres que han sido desplazadas, que han dejado atrás su tierra natal y sus familias, solo para encontrarse con nuevas formas de violencia, inseguridad y desesperanza. La lucha por encontrar un refugio seguro y digno es una batalla constante, y el camino hacia la paz y la libertad aún está lleno de obstáculos.

El relato de Maryam, como el de muchas otras, es una llamada de atención sobre la situación que enfrentan las mujeres afganas, tanto dentro de su país como fuera de él. Mientras tanto, la esperanza sigue siendo el faro que las mantiene en pie, luchando por un futuro en el que, algún día, podrán vivir sin miedo.

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