Eran apestadas. Daba igual que su embarazo fuera el fruto de una violación o del engaño ellas quedaban relegadas al peldaño más bajo en la escala social. Para el común de los mortales las madres solteras llevaban la carga del pecado personalizada en el hijo que habían parido fuera del matrimonio, una penitencia que habrían de soportar de por vida. Por ello eran tan frecuentes los abortos clandestinos, o los abandonos en inclusas donde guardaban el anonimato de la progenitora. En algunos conventos aún quedan los vestigios de aquellos tornos en que dejaban a sus bebes para que nadie viera la cara de quien lo hacía. Aquella deshonra brutal a que eran sometidas no es muy lejana en el tiempo y por desgracia aún quedan restos culturales de tan abyectos prejuicios que mas pronto que tarde habrán de sucumbir ante la realidad.
En España hay casi dos millones de hogares monoparentales de los que ocho de cada diez están encabezados por mujeres, lo que supone más del 10% del total. Datos apabullantes que certifican nuevos usos sociales en los que ya no caben los rancios estigmas que antaño hicieron la vida imposible a tantas mujeres. Aquel mantra que exigía el paso previo por la vicaría para contraer matrimonio antes de tener hijos ha saltado definitivamente por los aires hasta el punto de que ya en 2022 el número de mujeres que fueron madres con pareja o sin ella, pero sin estar casadas, superó a las que lo fueron habiendo contraído matrimonio.
Una tendencia al alza alimentada por la determinación de aquellas mujeres que sin tener pareja deciden ser madres por reproducción asistida y ser las responsables únicas de su progenie. Son en su mayoría las féminas que no están dispuestas a que el paso del tiempo ponga en riesgo su fertilidad mientras esperan o no la llegada de un príncipe azul que se convierta en el padre de sus hijos. Su determinación resulta con frecuencia heroica habida cuenta de que un solo progenitor asume la responsabilidad de la crianza cuando incluso los matrimonios se lo piensan mucho antes de tener descendencia por el coste económico que los críos suponen y las dificultades que conlleva la conciliación familiar y laboral habiendo niños de por medio.
Resulta por ello interesante la reciente sentencia del Tribunal Supremo ampliando de 16 a 26 semanas el permiso para cuidados del recién nacido de las familias con un único progenitor. La polémica residía en el hecho de que una familia biparental disfrutaba en su conjunto 20 semanas más de permiso para el cuidado de su hijo después de las seis obligatorias, lo que no pasaba de 10 para una familia monoparental. La magistrada entendió que lo que está en juego es la igualdad de derechos entre los menores recién nacidos y que ha de evitar por tanto cualquier forma de discriminación. El caso juzgado es el de una funcionaria pública pero el fallo parece claramente extensible a los empleados del sector privado. La acertada interpretación que hace el Supremo de una norma, en la que hasta ahora había lagunas legales y visiones dispares, es un avance significativo que no hace sino adaptarse a la realidad social.
España, al igual que más de media Europa, tiene en ciernes un problema demográfico de proporciones bíblicas. Los niños son cada día un bien más escaso y los incentivos para tener hijos no parecen ser lo bastante estimulantes para invertir la pirámide poblacional. En tales circunstancias habrá que poner en valor la osadía de quienes deciden emprender la aventura de ser madres en solitario dotándolas del mayor amparo posible. Tumbar los rancios estigmas de antaño y como poco dar a la madre soltera el reconocimiento social que su coraje merece.