Lección de historia y para la historia de un McCartney eterno en su posible adiós a España

Salvo por la ligera merma vocal que desde hace tiempo le llevó a sacar 'Yesterday' de su repertorio, poco se ha dejado Paul McCartney este lunes en el primero de sus dos conciertos en el Wizink Center de Madrid, con todo el aforo agotado, para dar una lección de seis décadas de historia para la historia.

No le han faltado humor, ganas ni arrojo a sus 82 años para completar cerca de tres horas de "show" (más el ensayo previo, al que también ha asistido público) ni mucho menos repasos a todas sus etapas artísticas desde la era primigenia de The Quarry Men, pero sobre todo como miembro de The Beatles y Wings.

Los 60 minutos que tardaron en agotarse todas las entradas ya daban idea de las ganas de disfrutar de esta cita, tanto por los 8 años transcurridos desde su último concierto en el ya desaparecido estadio Vicente Calderón, como porque, dada su edad y el lapso que suele pasar entre visita y visita, esta podría ser su última incursión musical en España.

Lo ha hecho acompañado de un trío de viento metal, los Hot Horns, y de su banda de toda la vida, con Paul "Wix" Wickens (teclados), Brian Ray (bajo/guitarra), Rusty Anderson (guitarra) y Abe Laboriel Jr (batería), además de un impresionante despliegue de luces y pantallas y un colosal escenario que ocupaba casi un tercio de la pista.

Con pocos milenials y aún menos zetas entre ellas, unas 15.600 personas según cifras de la promotora han tenido el privilegio de asistir a esta velada "íntima" para los estándares más habituales de esta leyenda viviente, acostumbrado a los estadios.

"¡Hola, España! ¡Buenas noches, Madrid! ¡Estoy muy feliz de estar aquí de nuevo!", ha exclamado en español para el delirio de sus seguidores, que minutos antes lo recibían como a un ángel descendido hasta la tierra, concediéndole inmediata bula por los 15 minutos de retraso tan inhabituales en un británico.

La complicidad y el buen rollo han sido constantes desde que ha sonado 'Cant Buy Me Love' y McCartney ha retirado el dedo del mástil de su bajo como si ardiera, una energía igualmente prendida poco después con 'Got To Get You Into My Life' y la entrada de los metales, que le han deparado el primer gran aplauso de la velada.

The Beatles han ocupado buena parte del repertorio, más de la mitad, no solo éxitos más masivos como 'Drive My Car', también cortes menos manidos como 'Getting Better', celebrados todos como el catecismo de la música.

Después, con 'Let 'Em In' de Wings, ha soltado la guitarra para iniciar un tramo sentado al piano en el que por ejemplo ha sonado la delicada 'My Valentine', que escribió para su mujer Nancy, así como encendidas interpretaciones de 'Maybe I'm Amazed' y de 'Nineteen Hundred and Eighty-Five', con las que la banda en su conjunto ha mostrado su potencia y engranaje perfecto.

"Muchas gracias", ha dicho subrayando la "c" a la española cuando, a la hora de concierto, todo era una fiesta de "oé-oés" que ha continuado con un viaje a los orígenes, cuando The Quarry Men grabó su primer tema en Liverpool, 'In Spite of All the Danger', antes de marchar a Londres y grabar su sencillo inaugural ya como The Beatles, 'Love Me Do', con su arreglo imprescindible de armónica.

En el ecuador y subido a un enorme podio integrado por pantallas ha interpretado 'Blackbird', reconvertida en una de las principales escuchas del grupo en Spotify tras la versión de Beyoncé, y 'Here Today', dedicada a John Lennon. Lo ha hecho completamente a solas con su guitarra en una sección en la que la belleza de su exposición desnuda ha suplido la lógica merma de su voz a los 82 años.

No han dejado de sonar después 'Now And Then', publicada el año pasado tras recuperar gracias a la IA material de unas grabaciones inéditas de John Lennon, así como la energizante 'Jet', 'Lady Madonna' (convertida en reivindicación de los logros femeninos) o 'Something', dedicada a su autor, su "hermano" George Harrison, en uno de los instantes más coreados y emocionantes de la noche.

Quedaba el final de fiesta todavía, la jovialidad contagiosa de 'Ob-La-Di Ob-La-Da', la escurridiza 'Band on the Run', el grito de 'Get back', la belleza del mensaje de 'Let it Be' y un tremebundo 'Live and Let Die' con explosiones de fuego como si de una escena real de James Bond se tratara.

A la vuelta para los bises ha querido pasear con las banderas española, británica y la arcoíris del orgullo, además de interpretar piezas aún fundamentales como 'Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club', 'Helter Skelter' o el remate total con 'The End', el último tema que grabaron los cuatro Beatles juntos en el estudio antes de la salida de Lennon.

Pero si ha habido un final vibrante ha sido, justo antes de esos bises, con la imprescindible 'Hey, Jude', convertida en una catarsis de gargantas al unísono con la conciencia de que, por mucho que vuelva a sonar en Madrid esta canción alguna vez (que lo hará), nunca lo volverá a hacer como esta noche en la voz de su histórico y eterno autor.

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