Es curioso que ya no veamos a nadie leyendo en el metro o en el autobús y, sin embargo, los chavales y las chavalas abren un libro en cuanto cruzan la puerta de casa (sobre todo, ellas). Esto dice el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España, de la Federación de Gremios de Editores, que lo jura y lo perjura. Hoy se lee más que nunca, y quienes más lo hacen son los jóvenes de entre 14 y 24 años. Los medios lo cantan. Las editoriales lo aplauden. Los influencers lo ignoran. El ministro de Cultura nos felicita y se felicita a sí mismo.
Debemos concluir, entonces, que la gente se queja de vicio o de problemas inexistentes. Esos profesores de instituto que hablan del escaso vocabulario de sus alumnos viven en otro planeta; esos viajeros del metro que solo ven pantallas en su entorno han perdido el norte. Simplemente, no toman las líneas adecuadas. En la suya van currantes dormidos o estudiantes hipnotizados por TikTok.
Cuando uno habla con editores tampoco parece que su percepción cuadre con el estudio. "Se vende poco", suelen decir, aunque bien podría ser que usen el plural como eufemismo para hablar de tus ventas particulares. "Desde 2008, nada ha vuelto a ser lo mismo", añaden. Todo se desmorona. Las librerías cierran. Amazon, ese monstruo, devora cuanto puede. "Tu anticipo será menor, claro, lo siento, es lo que hay".
El sector editorial lleva desmoronándose demasiado tiempo y, sin embargo, sigue en pie. Se dice también que ha desaparecido la clase media entre los escritores. Escribir es como vivir en un país del tercer mundo: unos pocos lo tienen todo y la mayoría casi nada. Hay que levantar muros altos y electrificados para que ambas clases convivan sin tocarse. Y, entre medias, campa la libertad. La libertad, como vamos sabiendo, es elegir a quién obedeces: si a este magnate o a aquel otro, sin que la ley se interponga en tu libre albedrío.
Los grandes grupos editoriales amplían su poder y los peces pequeños son devorados por las ballenas. Las editoriales que antaño competían con los grandes por un escueto campo literario ya están en el estómago de algún gigante, y se nota. Mientras tanto, los autores que se autoeditan y venden por Amazon, en realidad, no hacen más que sacar unos euros a sus primos y cuñados desde un cetáceo aún más despiadado. Pero a lo mejor también es solo una percepción lisérgica y debemos esperar a que salga una encuesta fiable.
Ahora, cuando el desafío es sobrevivir a tanta oferta de ocio, resulta que se lee más que nunca. Cada medio segundo, una distracción. Si no estás en una red social, tienes que estar en otra. Pasar con el dedo los reels de Instagram puede resultar aburrido, incluso desesperante, pero engancha. Para mostrar su repulsa a Musk, nuevos y viejos influencers se mudan a BlueSky, pero también existe Mastodon y Threads y hasta una tal Nostr, red atrapadora, descentralizada y fetén, por si las demás no te llenan del todo.
Que los niños y los adolescentes lean tanto es una sorpresa que parecía solo posible para la magia de Tezanos, pero estamos ante una encuesta del gremio de los editores. Y el futuro se anuncia aún más complejo para la lectura. Se habla ya de juguetes con inteligencia artificial incorporada: china o norteamericana o, quizás, rusa. Si ahora calmamos al niño con un chupete o un móvil, en el futuro tendrá su propia muñeca apaciguadora, con voz, movimientos, capacidad para entender lo que necesita y acunarlo, vestirlo, acariciarlo o besarlo mientras los padres leen —seguro— en el salón. Los niños podrán estrellar a sus acompañantes contra la pared, y el robot seguirá siendo afectuoso. Hasta su rebelión final, claro.
Y, por supuesto, se leerá más que nunca. Lo dirán las encuestas. "Hola, amigo, me acaban de enviar un cuestionario, me preguntan si leo algo ¿qué digo?". Y el robot contestará lo más conveniente para que el mundo siga siendo perfecto: "Di que lees a Cervantes, a Shakespeare y al último premio Planeta".