Un ciudadano español ha sido secuestrado esta semana por un grupo yihadista al sur de Argelia. El gobierno trabaja en la resolución de los hechos. Se trata de una práctica habitual en este tipo de organizaciones terroristas, que usan el secuestro como vía de financiación, y ahora, además, viven un florecimiento de escisiones precisamente en la región del Sahel.
De siempre, los secuestros han conformado una fuente de enriquecimiento terrorista. En el ámbito del yihadismo, las víctimas más habituales son periodistas o cooperantes. Se encuentran en el terreno y a menudo causan más revuelo entre la opinión pública y ese, además del dinero, es otro objetivo propagandístico. Tradicionalmente, la mayor parte de gobiernos occidentales han pagado los rescates o llegado a acuerdos, salvo EEUU. Cuando el ISIS se autoproclamó en 2014, difundió varios vídeos de rehenes, otra vez periodistas, utilizados como mensaje de desafío a Occidente. Todos fueron decapitados.
En 2009, varios cooperantes españoles fueron secuestrados por Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) en Mauritania. Dos años después, en un campamento de refugiados de Argelia, otros cooperantes terminaron en manos yihadistas y trasladados a Malí. Meses después, todos serían liberados. El periodista Javier Espinosa, el fotógrafo Ricardo García Villanova o el periodista Marc Marginedas fueron capturados por el ISIS en Siria en 2013. Tras cerca de seis meses de cautiverio, consiguieron la libertad. En 2015 le tocó al reportero Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre, presos de Al Qaeda durante 299 días. Y así, un oscuro etcétera.
Las vías de financiación del terrorismo están diversificadas. Desde redes de apoyo formadas por ayudas externas hasta el comercio ilícito, como tráfico de drogas, armas o personas. Al Qaeda, de hecho, estrechó lazos con las FARC en el mercado de la cocaína y también se hizo fuerte con la venta de heroína. Tanto ISIS como Al Qaeda han utilizado a menudo el control de recursos naturales del mercado negro del petróleo, minas de oro, minerales, piedras preciosas o carbón. Además del cobro de impuestos y tasas, se valen del blanqueo de capitales, el financiamiento estatal encubierto o el cibercrimen, que se ha convertido en un valioso recurso. Los secuestros son otro que, además, causa mayor revuelo mediático.
¿Por qué entre Argelia y Malí?
Desde hace unos años se está reviviendo un brote de acción de organizaciones yihadistas a escala internacional y regional. El ISIS sufrió una gran derrota en 2019 a manos de la fuerza de cooperación internacional, y su estructura, aunque descentralizada, precisa ahora de un ulterior enriquecimiento. Para ello se aprovechan de la crisis en la región.
El ISIS ha experimentado transformaciones significativas en los últimos años, adaptándose a los cambios geopolíticos de Medio Oriente y África. Tras la caída del régimen de Bashar al Assad en diciembre de 2024, trata de aprovechar la transición para restablecer su armamento. Ahora está incrementando su presencia en África Occidental, especialmente a través de su filial conocida como Provincia de África Occidental del Estado Islámico (ISWAP). Una expansión que ha intensificado los conflictos en la región.
Es el “cinturón de golpes de Estado de África”. Así titulan los analistas la región del Sahel. Tras años de descontento general, exacerbado por la ineficacia de ciertos gobiernos democráticos ante la violencia insurgente e islamista, Malí, Burkina Faso y Níger han vivido golpes militares entre 2020 y 2023. Pero lejos de instaurar una era de seguridad en el Sahel central, la zona ha experimentado un incremento de agentes extremistas.
Son casi incontables los grupos armados que cooperan, compiten y actúan de forma independiente entre sí. Los yihadistas de Jama’at Nusrat al-Islam wal-Muslimin (JNIM, la rama de Al-Qaeda en el Sahel, también llamada Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes), los de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Boko Haram o el Estado Islámico del Gran Sahara (EIGS). A estos se suma la proliferación de otros entes armados de diversa índole, tanto étnica como de auto-defensa, entre los que se encuentran los Voluntarios para la Defensa de la Patria en Burkina Faso, los rebeldes tuareg o los mercenarios del grupo Wagner. Luchan unos contra otros, y unos con otros.
La reorganización estatal en la zona ha provocado la expulsión de antiguas fuerzas coloniales como Francia, y la tendencia en la región perpetúa una desvinculación de Occidente para profundizar su cercanía con Rusia. Un mantra que queda reflejado a través de la nueva entidad controlada por el Ministerio de Defensa ruso llamada Africa Corps, en remplazo al grupo Wagner.
Rusia, que había profundizado sus relaciones con Malí desde que las juntas militares tomaran poder en 2021, ha estrechado también lazos con Burkina Faso y Níger, y ahora afianza aún más su sintonía con Argelia. En paralelo, la Unión Europea no ha renovado su mandado de misión de formación en Malí, conocida como EUTM Mali, liderada hasta el pasado mayo por España. En este hervidero de apoyos y cisiones, el terrorismo islámico encuentra un perfecto caldo de cultivo para fortalecerse.
La zona, lejos de florecer tras las renovaciones gubernamentales, vive un crecimiento de su conflictividad interna, de la que bebe una actividad terrorista multiforme. El Sahel, colindante en parte con Argelia, es otro hervidero de presiones, y por ello la OTAN decidió en 2022 incluirlo en su Concepto Estratégico para la próxima década. Ahora queda por ver si cómo se articula la respuesta nacional ante este último secuestro, que se produce en medio de un caos estratégico.