De alguna manera el mundo más o menos comienza, después de Adán y Eva, convengamos, con la trifulca fraternal primigenia que se resuelve de mala manera con Caín matando a su hermano Abel. Como de eso no hay una certeza como tal, digamos puramente científica, puede que el rock sí tenga la respuesta. Y la tiene. Vaya si la tiene, Cada nueva banda que nace es como el alumbramiento mismo de la humanidad, una y otra vez, en un reincidente círculo infinito que vuelve a llevarnos al mismo desenlace cainita. No necesariamente, aunque sí frecuentemente.
Los hermanos Gallagher y su ira sin fin
Sin pensarlo mucho, porque ya estamos todos pensando en lo mismo: los Gallagher. Los hermanos peleones más famosos del universo, aunque no sepamos bien si situarlos en el antiguo o el nuevo testamento por aquello de haber entrado ya de lleno en el nuevo milenio. En las sagradas escrituras salen, sí, son ellos. Oasis. Lo dicho: el britpop empezó con Wonderwall y una década larga después estaba Noel tirándole una guitarra a la cabeza a Liam en un camerino en París. Fue más o menos así, quizás no literal, pero igualmente bíblico, que es lo que nos interesa aquí. Ahora dicen que vuelven, han confirmado un montón de conciertos y gentes de todo el planeta se han dejado un buen dinero, no ya en entradas, sino en vuelos y hoteles. La confianza en el ser humano sigue abrumando.
Luego están los Van Halen, que siempre se quisieron, que fueron uña y carne: Alex, el baterista, y Eddie, el mejor guitarrista de la historia del rock (seguro que así se afirma en algún versículo acabado en 'amén'). Estos se querían, si bien uno era el jefe, el icono, el emblema eléctrico de las seis cuerdas y el otro el escudero de la pegada desmesurada. Se pulieron la vida sin trastes y con demasiados tambores de guerra, de manera que ya solo queda uno. Eddie se fue sin apagar el amplificador y por eso Alex le tiene presente, ahora y por siempre, de manera que acaba de publicar sus memorias. Y se siente muy solo. Era su hermano.
La muerte de Malcom, de AC/DC
AC/DC son también en esencia una banda de hermanos, solo que está todo el mundo confundido pensando que el que mandaba era Angus. Es normal viéndole espatarrarse por el suelo electrocutado con su Gibson SG. Pero es el pequeño, así que resulta que siempre mandó el mayor, Malcolm, que era el macarra de la marca Grestch, fallecido en noviembre de 2017. Dos canijos malencarados en permanente combustión de mala hostia melódica para hacer del hard rock historia. Ni que decir tiene que se adoraban. Eran los dos contra toda la galaxia. El entierro con gaiteros y Angus metiendo en el féretro la guitarra de Malcolm trasciende todo lo que puedan significar himnos tan trascendentes como Back in black o Highway to hell.
Pero pasemos de la tumba a la rumba. De la muerte a la vida. No hay nada que una más España ahora mismo, y seguramente desde hace tanto que ni nos acordamos, que Estopa. Una relación entre hermanos como muy probablemente no hay otra en la música. Siempre tan juntos que hay en Barcelona (donde sea y en muchos sitios) un botón rojo para que cualquier ciudadano lo pulse si ve a uno solo, no sea que hayan secuestrado al otro. Nadie ha visto a David y José separados. No se descarta que sean siameses y que ambos anden rebuscando por la raja de tu falda los rescoldos de tus ganas. O lo que sea que busquen por culpa de un Fiat Panda. Sea lo que sea, lo harán a la vez, tal es su cósmica conexión.
Las idas y venida de los Bee Gees
Enfrentados y largamente separado han pasado sus vidas Chris y Rich Robinson, cantante y guitarrista de The Black Crowes. Estos más que quererse se aguantaron, lo cual no es poca cosa entre hermanos. Subieron como la espuma desde su debut, fueron la gran esperanza del rock, y bastante que no se pegaron delante de todos los que compraban sus discos y pagaban sus entradas. Problemáticos hasta el aburrimiento, lo dieron todo y, fue tanto y tan rápido, que a su manera merecen tanto las rentas como el castigo. Idas y venidas, reconciliaciones temporales, cruces de declaraciones, pullas fraternales. La definición de cainitas. Por enésima vez hicieron las paces en 2019, aguantaron la pandemia y siguen en activo dando buenos conciertos por el mundo. Ganan ellos y ganamos todos.
Son incontables las bandas de hermanos. Los Bee Gees se llevaban razonablemente bien, aunque pasaron por épocas de importantes batallas de egos, a pesar de lo cual Barry, Robin y Maurice Gibb estuvieron afinando juntos sus falsetes literalmente hasta la muerte. The Kinks pasan por haberse odiado más incluso que los Gallagher, que en esto (como en tantas otras cosas) no dejan de ser unos copiones de Ray y Dave Davies. Complicadillas cuando menos, con algunos pocos puñetazos ahora ya olvidados por la madurez que dan los años, han sido las relaciones en el seno de Kings of Leon con el devenir de los años, más que nada porque se trata de un cuarteto con tres hermanos (Caleb, Nathan y Jared Followill), con el agravante de que el cuarto en discordia es su primo Matthew Followill.
De The Beach Boys a The Corrs
Montar un grupo musical con tus hermanos tiene una especie de maldición inherente, pues las peleas siempre aparecen más rápido que si no existieran lazos familiares y, al mismo tiempo, se aguantan muchas más situaciones desagradables (por si fuera poco, es muy poco habitual que tras una ruptura logren triunfar por separado, lo cual les condena de por vida). En esto fueron pioneros los Everly Brothers allá por los años cincuenta del siglo pasado, que acabaron abruptamente por una borrachera en pleno concierto de Phil que sacó de sus casillas a Don: estrelló su guitarra contra el suelo y se largó. Dos décadas después se reconciliaron a su manera por el interés de la necesidad económica, pero no fueron más que compañeros de trabajo obligados.
Con su pinta de buenos chicos y yernos ideales, The Beach Boys acumulan innumerables trifulcas, como a su manera -diferente, pero con un patrón evidente- también fueron encadenando John y Tom Fogerty en la Creedence Clearwater Revival, Gregg y Duane Allman en The Allman Brothers o Michael y Rudolf Schenker en Scorpions (el segundo sigue al pie del cañón, el primero causó baja allá por 1979). La historia de los Jackson Five es de sobra conocida, con los problemas de básicamente todos los demás para aceptar el talento y el inevitable liderazgo de un pequeñín llamado Michael Jackson. Otros se llevaron razonablemente o al menos han conseguido ir progresando adecuadamente: Arcade Fire, Jonas Brothers, Thirty Seconds to Mars, The Darkness, The Corrs, Stone Temple Pilots… y luego está la Kelly Family, donde pasó de todo, como en todas las familias, solo que esta era especialmente numerosa y asimiló el éxito y luego el olvido con infinitas turbulencias.
Barón Rojo, los dioses del rock
Un par más para terminar. Los hermanos Armando y Carlos de Castro fueron dioses del heavy rock en los ochenta con Barón Rojo, pero justo por eso empezaron los enfrentamientos con Sherpa y Hermes Calabria, los otros dos en discordia dentro del cuarteto. La suya es la enemistad más duradera y famosa del rock español, pues aunque volvieron a reunirse allá por 2010, la cosa terminó todo lo mal que cabía esperar, en una eterna pelea de dos contra dos (por lo que los hermanos siguieron con la formación y, de hecho, continúan). Sin peleas, aunque no necesariamente más tranquila, fue la andadura musical de Cristina y Amparo Llanos, cantante y guitarrista de Dover, convertidas en todo un fenómeno social en los años noventa del grunge y la eclosión del rock alternativo a nivel planetario. Siempre bien avenidas, no fueron las batallas intestinas, sino su inesperada deriva hacia la música de baile y los ritmos africanos lo que las llevó directitas al acantilado, pero esa es otra historia para otro rato.
Y, bueno, claro, cómo olvidar a Radio Futura (Santiago y Luis Auserón) o Mecano (José María y Nacho Cano). Tiene que molar montar una banda con tus hermanos, aunque casi mejor que las cosas no vayan demasiado bien o, por lo menos, no tanto. Cuando el éxito se desmadra, los integrantes rápidamente intentan repartirse los personajes y nunca se sabe a quién le va a tocar hacer el papel de Caín o representar a Abel. Es mucho jugársela, aunque echando un vistazo a los aquí nombrados y a las canciones que nos dejaron, está claro que las uniones fraternales sacan a la superficie lo mejor del talento innato. Aunque sea a puñetazos.