El hecho diferencial ibérico

En España, como en Venezuela, los ricos también lloran. El otro día asistí por casualidad a la intervención de Oskar Matute, el elocuente parlamentario de Bildu, en la sesión de control al Gobierno. Es un diputado con la cabeza bien amueblada, que se dice, y nunca perteneció a Herri Batasuna, como se dice también, sino a Ezker Batua, la izquierda Unida del País Vasco. En los años oscuros del terrorismo, él recibía el desprecio gestual de Otegi y los suyos en el pequeño parlamento vasco. Pero tenía arrojo en el discurso y empaque personal. Varios representantes públicos vascos, bajo tierra por culpa de la ETA, lo podrían atestiguar si vivieran.

Ahora Matute ha cambiado ligeramente de ideología, porque integrarse en una coalición conformada por Herri Batasuna y Eusko Alkartasuna exige ademanes inequívocamente localistas. Matute pidió al presidente Sánchez que el Salario Mínimo Interprofesional se elevara en Navarra y Euskadi. ¿Por qué? Porque cunden menos 1.134 euros en Vitoria o San Sebastián que en Albacete o Badajoz. Que suban también el salario mínimo en el Barrio de Salamanca, La Moraleja o Sarriá, pensé.

La situación nos sitúa a los españoles en un lugar raro, excéntrico, único en Europa y en el mundo. Fuera de nuestras fronteras, los movimientos separatistas de izquierdas representan a regiones cuyo poder adquisitivo es notablemente inferior al promedio del Estado del que desean separarse, defenderse o desvincularse. Los católicos del Ulster viven mucho peor que los protestantes probritánicos, poseen los peores trabajos, los peores negocios, las peores casas. Los bretones o los corsos tampoco alcanzan el nivel de vida del francés medio. Por no hablar, más allá de Europa, de los aborígenes australianos o los xhosas sudafricanos frente a los blancos que los colonizaron.

En España, la represión se disfraza de bienestar. Aquí, los autoproclamados "indígenas de Europa" (léase los vascos en algún divertido discurso nacionalista) no pueden quejarse de cómo les va. Si cometes o justificas un asesinato político, el Estado te persigue y reprime, es cierto. Pero la represión económica es mucho más sutil, sibilina: el Estado proporciona a la supuesta población oprimida unas condiciones de vida que le permiten acumular más riqueza que sus vecinos, todo con el objetivo de mantenerla con un salario mínimo interprofesional proporcionalmente más bajo. Ni Maquiavelo habría ideado una maniobra represiva tan retorcida.

Karl Marx nos dio una falsilla para comprender el mundo, una falsilla que todavía hoy, pese a los horrores del comunismo, sirve de punto de partida para el análisis político si te piensas de izquierdas. Las condiciones materiales, amén de modelar la autopercepción y la ideología, señalan a opresores y oprimidos, si es que los hay. Los opresores, por mor de su opresión, acumulan la riqueza material y los oprimidos la pierden. Así de simple. Vas a cualquier país, a cualquier región y te dicen que hay un conflicto político, pones la falsilla y empiezas a situarte: kurdos y turcos, palestinos e israelíes, lapones y suecos, ¿vascos y españoles?

En este Estado nuestro, cuya maldita o bendita desintegración nunca termina de producirse, hay unas nacionalidades que se sienten víctimas y agraviadas, pero disfrutan de mayor confort material que el resto de los habitantes del país, mejores pensiones, mejores ahorros y, pronto, mejor salario mínimo interprofesional. Solo Madrid, en el centro —con tantos apellidos de sonoridad euskérica en su élite, por cierto—, les podría superar en renta, pero tampoco: en Navarra y las tres provincias vascas se gana más, de media, que en el núcleo irradiador (la foralidad sale más rentable que la capitalidad, parece).

Dos veces, en referéndum, rechazaron los ricos ciudadanos noruegos la entrada de su país en la Unión Europea. Temían perder su poder adquisitivo por contagio con el sur, por convivir con los que tienen menos y necesitan más. En España nuestros noruegos —aunque tan morenos como el resto, me temo— quieren gestionar solos su riqueza, una riqueza lograda también con mucha inmigración, con mucha mano de obra y con mucho esfuerzo del resto de la península. Pero España sigue cerca, entre ellos incluso, pues algunos de sus ciudadanos y hasta de sus votantes se consideran españoles; quizás si la brecha económica se hace más grande, consigan que más vascos se sientan ajenos a los demás habitantes de España, como quiere la Liga Norte en Italia o la extrema derecha flamenca en Bélgica. En definitiva, que en España tenemos ligas nortes de derechas, PNV, Junts, Aliança Catalana, y es lógico y normal, pero también, curiosamente, de izquierdas. Gran hecho diferencial.

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