Los Gobiernos son frágiles por naturaleza. Les cuesta lo suyo hacerse con el poder y algunas veces más aún conservarlo. Su continuidad siempre está expuesta a la contrariedad más inimaginada. Todo el mundo piensa enseguida en una moción de censura que los mande al paro tras un par de discursos críticos en el Parlamento. Pero los riesgos son más variados y a menudo inimaginables. Hay variedad de ejemplos.
Echando un vistazo a las vicisitudes políticas internacionales enseguida viene a la memoria la caída de dos jefes de Estado, que gozaban de buen respaldo y cayeron al vacío político desde la cama. La cama puede ofrecer más riesgos para los ejecutivos que las presiones y críticas de la oposición. La tentación de la cama en su sentido más tentador y sus preámbulos para ocuparla pueden proporcionar momentos inolvidables de placer, pero también motivo de disgustos y contrariedades familiares también políticas irreversibles.
En España estamos asistiendo a uno de esos escándalos picarescos que empiezan con alusiones a palmadas rechazadas hasta concluir violando el principio del "no es no". El morbo que solían despertar los incidentes relacionados con el sexo lleva varios días con comentarios y especulaciones sobre los excesos con las mujeres de Errejón, un político de segunda fila, con posibilidades frustradas cuando trascendieron los testimonios que le obligaron a presentar la dimisión de su cargo.
Pero el pésimo ejemplo de falta de respeto a la mujer de un político que se movía por las cámaras propugnando el respeto a la mujer puede acabar con el agravamiento de la coalición del partido y en la crisis abierta hasta puede romperse la coalición que sustenta al Gobierno de Sánchez y derribarle del poder, cuya defensa es frágil, no tanto por culpa de Ábalos y Koldo: también por los chirridos ajenos de unas camas que no respetaban la obligación del "sólo sí es sí".