Gaza: dos no hacen la paz si uno no quiere

Un refrán castellano nos enseña que dos no se pelean si uno no quiere. Puede que sea así en el ámbito de las relaciones personales, pero cuando los protagonistas son los pueblos —poco importa a estos efectos si están reconocidos como Estados o no— lo que ocurre es justo lo contrario: dos no hacen la paz si uno no quiere.

¿Quieren la paz Hamás e Israel? Hoy por hoy, y aunque sea a regañadientes, parece que sí. Pero no lo hacen porque hayan cambiado sus convicciones. Lo único que han cambiado son sus conveniencias y, honestamente, no pondría la mano en el fuego porque, en el caso de Tel Aviv, esas conveniencias vayan más allá de la devolución de los rehenes. ¿Qué puede Hamás ofrecer a Netanyahu una vez que haya entregado al último de ellos?

Incluso si el acuerdo alcanzado entre Netanyahu y Hamás es sincero, el proceso no va a ser sencillo. Israel llega a este momento con moral de victoria, pero consciente de que las armas no le van a llevar ya mucho más lejos de donde está. Ninguno de los grandes objetivos de la campaña —la destrucción de Hamas y la vuelta a casa de los rehenes— está a su alcance. En realidad, no lo estuvo nunca. Netanyahu siempre supo que todo había de terminar en una negociación, y puede felicitarse de que sus fuerzas armadas hayan logrado llegar a este momento en una posición de fuerza por la que Tel Aviv ha pagado un alto precio en bajas militares, estrecheces económicas y, sobre todo, reputación internacional.

Hamas, por su parte, no esperaba una derrota tan severa, quizá porque fueron los primeros sorprendidos de la escala de la masacre que sus milicianos consiguieron provocar el 7 de octubre de 2023. El horror de lo ocurrido entonces contrarrestó buena parte del peso de la sangre palestina en la opinión pública occidental. Decenas de miles de muertos después, la franja de Gaza no va a estar mejor en 2025 de lo que estaba en 2023. Los más poderosos aliados de Hamás —Irán, Siria y Hezbolá— han salido muy debilitados del enfrentamiento con Israel y, en el frente político, parece probable que el presidente Trump consiga revitalizar los acuerdos de Abraham. Pero el pasado, pasado está. El liderazgo de Hamás todavía cree que puede recuperar el control de la Franja si se le da tiempo suficiente. Vocaciones no le faltan y, para tratar de conseguir ese tiempo, sacrifica el principio que hasta hace poco hacía imposible el acuerdo: no se devolverían rehenes sin un alto el fuego definitivo.

¿Qué va a pasar ahora? Es probable que, a pesar de las acusaciones mutuas que vamos a vivir en los próximos días, se llegue a ese alto el fuego temporal que a ambos bandos conviene. Pero hay obstáculos en el camino. Sobre el terreno, lo que el ejército israelí tiene por delante es complicado. Se trata de una retirada bajo presión, en un terreno urbano en el que resulta difícil moverse sin presentar vulnerabilidades ante un enemigo que rara vez ha dado la cara. Puede que los milicianos de Hamás estén dispuestos a olvidar el odio que les mueve —exacerbado tras quince meses de bombardeos— y obedecer la orden de alto el fuego, pero ¿cómo saberlo? Para el soldado israelí cualquiera de las sombras puede ser un francotirador, cualquiera de los obstáculos en su camino una trampa letal, cualquier ciudadano un terrorista y cualquier objeto abandonado un explosivo improvisado. No envidio el trabajo de quien tenga que diseñar el conjunto de reglas de enfrentamiento que pueda sacarles de Gaza con seguridad en estas condiciones.

Se trata de una retirada bajo presión, en un terreno urbano en el que resulta difícil moverse sin presentar vulnerabilidades ante un enemigo que rara vez ha dado la cara

En circunstancias tan difíciles como las de la Franja, es prácticamente seguro que durante los primeros días de la tregua habrá enfrentamientos letales. Puede que algunos de ellos sean provocados a propósito por una u otra parte, pero la mayoría serán producto del error, el odio y el miedo. Los soldados israelíes no son máquinas, y tampoco lo son los milicianos de Hamás. Pero eso ¿a quién le importa? Tanto Israel como Hamás tendrán muchas excusas para romper el acuerdo. ¿Lo harán? Por si sirve de botón de muestra, hay que recordar que en el Líbano se sostiene la tregua entre Israel y Hezbolá a pesar de los frecuentes incidentes de los primeros días.

Sin embargo, la situación en la Franja es diferente. En el Líbano, ambos bandos estaban de acuerdo en volver al statu quo prebélico. Esa vuelta era, en sí, una derrota de Hezbolá, que había prometido que no firmaría una paz por separado con Israel; pero no era una derrota existencial, como para Hamás podría ser la continuación de la guerra por parte de Israel una vez devueltos los rehenes.

En circunstancias tan difíciles como las de la Franja, es prácticamente seguro que durante los primeros días de la tregua habrá enfrentamientos letales

El liderazgo de Hamás —o lo poco que queda de él— no tiene ya demasiadas cartas para jugar en esta partida. De ahí que haya cedido a la presión de los mediadores bajo condiciones que el pasado mes de mayo rechazaba de plano. Pero ¿qué ases se guarda en la manga Netanyahu? Es imposible saberlo. Cualquier acuerdo de paz tiene para su gobierno un elevado coste político, y la tentación de aprovechar los incidentes que se van a producir para renovar los combates dentro de unas pocas semanas será muy fuerte. Me gustaría poder confiar en que el controvertido primer ministro valore lo mucho que Israel tiene que ganar con un acuerdo de paz en el que Hamás no será destruido, pero en absoluto saldrá impune. Sin embargo, estaría bien que, por una vez, la comunidad internacional se muestre unida para recordárselo.

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