Calles llenas, bares llenos. Tardes de fin de año, Navidad, todo eso. El gentío inmenso ha oído que España es lo mejor de los mejores y nos lanzamos a las calles, tiendas, comercios, bares. Las cenas han empezado como comidas pero se extrapolan. Somos los mejores de los mejores, del antiguo primer mundo, que ahora no tiene ni nombre, en la era de los eufemismos se dice, quizá, países desarrollados. Lo mejor.
Bares, copas ilimitadas, como los gigas de los datos, en principio todo era ilimitado, luego ya se fue limitando, como el telómero ese. El telómero es el fin del mundo. La gripe, el covid, el catarro que dura desde noviembre, el catarro post Halloween. El catarro es lo que nos defiende de los virus malos, una barrera bio eco, molesta pero no mortífera.
Bares, copas, juergueo, barullo. La España fiestera se derrama por los centros deslumbrantes de luces y efectos, láser, diodos, leds, amor. El amor salta de las redes y se echa a la calle, bares, copas, tiendas. El amor ha salido al encuentro de los cuerpos, como en tiempos analógicos. Es amor por gps pero cara a cara, todo bajo las hileras de satélites que puntean los cielos de Aemet.
Si llueve, si nieva, si sopla el ventarrón helado… bares,fiestas, barullo y juergueo. Vuelan las tarjetas, el datáfono es el cuentakilómetros de la felicidad, piiip, ¡aceptada! Hay organismos públicos hackeados, casi todos los datos vuelan libres, por unos euros se revenden mil almas con todos los números.
Somos lo que compramos, la fiebre se desborda, las filas de la lotería llegan hasta el infinito y más allá, nos fascina lo aleatorio, el azar puro, la lotería de Babilonia borgiana triunfaría enseguida: por eso no se hace. Las deportivas vuelan, Cenicienta llevaría zapatillas, como la reina y los magnates de Silicon Valley. Las marcas brillan como becerros de oro, compro luego existo.
Ortea dijo lo de la circunstancia, que se podría actualizar, o activar, como yo soy yo y mi compra. Muchos repartidores no saben en qué ciudad están porque todas son iguales y el móvil les guía igual aquí que allá, las calles y las personas son intercambiables, al fin hemos llegado al zen de no ser nada, solo el móvil hirviendo en la mano.
Calles llenas bares llenos rebosantes de alegría y felicidad que sólo puede existir en el apretujamiento, fuera soledades y ascetismos, bastante ascéticos somos a la fuerza todo el año, menos en las fiestas del pueblo/barrio. Gimnasios llenos y sudor vaporizado, and compartido, cuerpos y máquinas y auriculares, cascos, cada cual en su multiverso. Estos días afloja la soledad de gimnasio y arrecia el juergueo, la comida y cena de empresa e un gran invento.
Los gobiernos quieren existir también en estos días de grandes efluvios y juergas y calles rebosantes de dinero a crédito y del otro. Revolving es lo que se revuelve a la hora de devolverlo. La RAE aún no ha admitido ese término, normalizar el revolving del estómago. Los gobiernos tienen que hacer triple esfuerzo para existir en Navidad y fin de año, por eso lanzan leyes, decretos, discursos en sus teles… ¡Hoy, la semana de 37,5 horas!
Bajar las horas teóricas podría ser una forma de evidenciar las horas reales. ¡Hacen falta mil asesores más para valorar esta medida! ¡Adelante! Amazon ha cambiado de idea: ya no admite el teletrabajo que impuso la pandemia.
Luego todo eso hay que votarlo, pero si llega al público un mensaje corto aumenta la euforia: 37,5 horas, el mejor de los mejores, al menos esta temporada. El lujo es la señal de que estás vivo, aunque sea lujo de mantero da igual, mejor, más barato, misma marca. Más riesgo, al menos para el vendedor clandestino. Lujo de aventura. Se acaba el mundo como siempre o más, hay que apurar. Apártense vacas.
El país de la hostelería se echa al centro, a los bares, heladerías, terrazas con estufas pre cambio climático, ¡más butano! Lo mejor es la variedad, el no verse, el ensimismamiento procesionario, la algarabía a dos o tres grados y el calor interior, ansias de algo, o sea, una nueva vida, quizá mañana o el año que viene. Entretanto esta es fabulosa, esta vida, amistad, cuerpos analógicos vibrando como móviles. ¿O son los móviles? Que corra el licor legal, todo es legal en el primer mundo occidental. Los centros de datos nos llevan en volandas a los bares. No hay robot que pueda emular esta euforia.
Ni siquiera hacen falta rebajas para que esté todo petado. La compra es la prueba de que alguien está vivo, en plenitud y a tope de esperanza. Las fiestas son pura confianza: habrá mañana… puesto que tengo que pagar todo esto.