La difícil vuelta a la normalidad un mes después de la DANA: "No hay alegría, estamos bajos de moral"

En la calle principal de Chiva, ya no hay coches apilados donde un día hubo montañas, y el fango, aunque aún está presente, ocupa cada vez menos superficie. Pero precisamente cuando se cumple un mes de la mayor catástrofe natural de España, la vida dista mucho de ser la que era antes de ese fatídico 29 de octubre que ha dejado 222 muertos y cuatro desaparecidos en Valencia.

Aún hay lodo en los garajes, personas con movilidad reducida atrapadas en casas y comercios cerrados. Casi 10.000 niños seguían esta semana sin escolarizar en toda la provincia. De los 57 centros de salud que fueron afectados por la DANA, cinco funcionan en condiciones precarias (Catarroja, Aldaia, Alaquàs, Paiporta y Picanya) y la movilidad, aunque ha mejorado en las últimas semanas, sigue siendo complicada. "Seguimos en fase de auxilio y emergencia", resume a este medio Lorena Silvent, alcaldesa de Catarroja.

Las cicatrices de la zona cero de la DANA aún son visibles y la sensación es que la tromba de agua que arrasó hasta 75 municipios de la Horta Sud se llevó consigo vidas, casas y coches, pero también la rutina y el mañana.

Chiva

Loli Hernández lo sabe bien porque ella es una de las personas que aún hoy no ha podido volver a su casa. "Estoy viviendo en casa de una hija en Valencia, es muy triste tener que dejar tu casa, mucho", cuenta a este medio nerviosa mientras observa desde abajo la que un día fue su terraza. "Mi casa está bien, pero nos desalojaron porque el suelo del edificio ha cedido tres metros". Mientras habla, la destrucción detrás de ella sigue siendo total en Chiva. Por las calles de esta localidad de 16.000 habitantes ya no hay enseres que recoger ni apenas fango, pero el barranco del Poyo que divide el municipio en dos, ese torrente por el que el agua cayó con fiereza, sigue patas arriba. Los árboles están arrancados y los bajos de esos edificios, derruidos.

"La psicóloga me ha dicho que no venga a Chiva para que no vea todo esto, que mientras menos lo vea me irá mejor; estoy muy triste, es desolador", continúa Loli mientras una vecina se para a saludarla en mitad del puente. María Ruiz coincide con ella: ver su hogar así duele, y ella tiene que hacerlo a diario porque las ventanas de su casa dan al barranco. Aquí es imposible desconectar de la tragedia. "No hay alegría, estamos muy bajos de moral".

A unos metros más arriba, en la Avenida Ramón y Cajal, donde varias farmacias y comercios han podido abrir de nuevo, una decena de vecinos se reúne en el bar. Son las 10 de la mañana y la cerveza ya corre por la barra. "Aquí nos desahogamos un poco, hablamos entre nosotros, nos ayudamos", detalla Andrés junto a otros dos vecinos.

Andrés este mes no va a cobrar, pero hace hincapié en que su realidad no es tan terrible como la de otras personas. "Al menos estamos vivos. Lo material va y viene, pero la vida no". Él, como todos por aquí, tiene una historia que contar que aún hoy le pone los pelos de punta. "Subimos a lo más alto y recuerdo a vecinos agarrados a las ventanas y yo no podía hacer nada por ayudarles", relata mientras se frota el brazo. "Lo recuerdo y me pongo malo". Su miedo aquella noche no era que la vivienda se anegara, sino que colapsara por completo tras el impacto de una veintena de vehículos. "Esto hay que vivirlo, es muy duro".

Paiporta

A 30 kilómetros de Chiva, Paiporta trata de retomar una normalidad que, para la mayoría, se antoja un privilegio. Un olor intenso recuerda lo que ocurrió no hace tanto. Cerca del casco antiguo y vestida con un EPI, Celia Prats limpia lo que queda de su centro de estética, que estuvo en pie durante 21 años. "Estamos normalizando una situación que no es normal", explica. "Ahora estamos un poco más tranquilos porque ya no vemos el desastre cada día cuando nos levantamos. Se han retirado coches, lodo y estamos intentando empezar a retomar y empezar a tener ingresos en casa, que ahora tampoco hay". Su mayor problema, según detalla, es que los servicios de electricidad, fontanería y pladur están saturados. "Quiero reabrir lo antes posible, pero esto no va a ser rápido". Si los días no son normales para ella, las noches tampoco lo son desde aquella DANA. "Me despierto cada dos horas, sobresaltada. Ahora estamos ocupados, pero cuando esto pase...".

En la plaza de Paiporta, Salva vuelve de rescatar un disco de Julio Iglesias embarrado y la documentación de su coche. Lo ha encontrado, por fin, este jueves. Junto a su hermano, limpia su negocio, un estanco que ahora está vacío pero que pretende reabrir a través de la ventana el próximo lunes. "Estamos algo mejor, aunque en la casa no haya nada".

Unos metros más adelante, decenas de personas hacen cola en uno de los puntos que la ONG World Central Chicken tiene habilitados en Paiporta, entre ellas Raquel, que atiende a este medio aferrada a su carro naranja. "He venido con mi amiga para coger comida porque, como en mi casa somos cuatro, no damos abasto para limpiar todas las cosas, así que mientras nos den de comer...".

Massanassa y Catarroja

Caminando barranco abajo, la devastación es total, una imagen que contrasta con las calles algo más limpias y despejadas de Paiporta. En la entrada de Massanassa, donde antes había un descampado en el que los vecinos paseaban a los perros, ahora hay un cementerio de coches, una de esas 60 campas habilitadas a las que han desplazado los miles de vehículos que hasta hace nada colapsaban las vías principales. Por ella caminan Jaime, de 28 años, su tío y su perro. "Se siente incredulidad", cuenta el joven psicólogo detrás de una mascarilla. "Estamos normalizando esto porque es una forma de supervivencia porque poco se puede normalizar la situación como está un mes después. Perdí a mi padre y el día a día es complicado, conectas con diferentes emociones, la incertidumbre sobre el futuro...".

Estamos normalizando esto porque es una forma de supervivencia

El colegio que tienen a pocos metros continúa cerrado. Es uno de los aproximadamente veinte centros escolares que continúan inoperativos porque sus infraestructuras siguen comprometidas por las humedades. Trece ya no volverán a abrir sus puertas por problemas de mayor "calado". En esos casos, según la Conselleria, "hará falta instalar aulas prefabricadas y en otros incluso construirlos de nuevo".

De los 10 centros educativos de Catarroja, por ejemplo, solo tres funcionan, según cuenta a 20minutos.es la alcaldesa, Lorena Silvent, que habla de una situación de "auxilio". "Todavía hay lodo en los garajes, el agua en muchos edificios tiene poca presión, a nivel sanitario no es una situación óptima y gente mayor con movilidad reducida no puede salir de casa". Silvent, que critica la "falta de coordinación" todavía a día de hoy, asegura que "para nada" están en la "fase de reconstrucción" e incide en las dificultades que atraviesan los vecinos cada día. "Están desesperados. Estamos pasando un duelo porque nuestras vidas se han destruido. Todo lo que concebían se ha desmantelado".

Estamos pasando un duelo porque nuestras vidas se han destruido

Alfafar, Benetúser y La Torre

Por la Avenida Camí Nou, una arteria fundamental que conecta Massanasa con Alfafar, Benetúser y La Torre y donde apenas se ven comercios abiertos pero sí mucho barro seco, camina con su mochila Vicent, un estudiante de 18 años vecino de Carcaixent. De allí salió tres horas antes para llegar al instituto en el que estudia la FP de cocina, un trayecto que antes completaba en 40 minutos, pero asegura que le compensa: "Salir está muy bien porque así tienes más vida social y no estás todo el día metido en casa".

A la vuelta de la esquina, en una calle de Alfafar colindante con La Torre, Javier quita con un plumero el polvo de su coche. Frente a él, en una parada de autobús, más de 20 personas esperan una lanzadera para llegar a sus casas. Nadie se extraña de la imagen que ven porque limpiar los coches se ha convertido en algo habitual. "Si no lo limpio parece que no lo uso y se lo llevan, por eso pongo un cartel", explica. Y es que la nueva normalidad en todos esos municipios afectados es poner un folio con un mensaje claro: "El coche funciona; si molesta, llamen".

También lo es tener que desplazarse a otras localidades para comprar. "Hay muy pocos supermercados y comercios abiertos. Si vas a buscar una pila tienes que irte a Valencia como mínimo". Para él, "la normalidad aún no ha llegado" un mes después y no cree que pueda hacerlo pronto. "Estamos dejados de la mano de Dios".

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