El FBI y las policías de los cincuenta Estados norteamericanos ya no tendrán que concentrar sus trabajos e investigaciones en buscar y capturar delincuentes. Dentro de nueve días habrá uno habitando la Casa Blanca de Washington, lo que son paradojas de la vida y de la política, que además de gozar de inmunidad frente a una condena y decenas de juicios pendientes se convertirá en el hombre más poderoso del mundo, el que tendrá la palabra más relevante en la solución de los conflictos y dictará las disposiciones globales que nos afectarán a todos, sea cual sea nuestra nacionalidad, religión, ideas o color de la piel.
Su nombre, Donald Trump, no es nuevo para casi nadie que siga la actualidad, desde hace bastantes años. Ya fue presidente una vez y dejó un pésimo recuerdo con sus decisiones, amenazas e incompetencia para cambiar su actividad como especulador en negocios variados, que le permitieron enriquecerse a menudo de forma delictiva, a gestor de la Administración Federal más compleja, la que incluye prioritariamente la paz y seguridad internacional.
Cuesta mucho explicar desde la distancia cómo fue elegido en unas elecciones abiertas, democráticas y pulcras en el recuento de los votos. Pero los fanatismos y el odio a los contrarios, hacen milagros.
Para empezar, sin ni siquiera tomar posesión todavía de su cargo, ya anticipó que se rodeará de una 'Corte' integrada por algunos de los principales multimillonarios del país, capitaneados por el prepotente Elon Musk. Este parte como principal difusor desde su red social de la desinformación, la que juega con el regreso del nazismo, los intereses generales, empezando por los suyos y, de momento, hasta que rompa la colaboración -como es previsible para los expertos-, con el propio Donald Trump que ya le encumbró al segundo puesto del convertido en su Gobierno.
Los temores que Trump despierta en los cinco continentes ya tienen una base cierta, como son sus pretensiones imperialistas consistentes en extender más los territorios que están bajo su control. Nadie le reconoce conocimientos históricos o geográficos y menos de legislación sobre la soberanía de los países, pero sí está claro su egoísmo personal inescrupuloso del que ya había dado muchas pruebas antes de incorporarse a la actividad política.