Eran los héroes de Roma, para el pueblo llano las estrellas del Imperio. La afición por las carreras de cuadrigas superaba a las luchas de gladiadores, quizá más sangrientas pero no tan emocionantes. Los aurigas se jugaban igualmente la vida por la violencia que comportaba el afán de alcanzar la victoria. Rara era la competición que no registraba algún muerto o herido. Y había dinero, mucho dinero en juego con un sistema de apuestas relativamente parecido al que hoy opera en los hipódromos, pero en el que los amaños eran entonces moneda corriente.
Aunque la gente sabía o intuía las trampas, muy pocos renunciaban a elevar el nivel de adrenalina apostando por sus aurigas favoritos, que solían ser esclavos, no como Ben-Hur y Messala en el imaginario de Hollywood.
El lugar donde tenían lugar aquellas competiciones frenéticas era el circo, pista rectangular con una espina central donde los carros giraban hasta completar las siete vueltas estipuladas. El Circo Máximo de Roma, ubicado entre el monte Aventino y el Palatino, fue el mayor y más esplendoroso de los estadios dedicados a las carreras de cuadrigas. Con más de 600 metros de largo y casi 120 de ancho, albergaba hasta 250.000 espectadores. Del Circo Máximo solo queda la explanada convertida en parque recreativo y escenario de conciertos, pero Roma exportó ese modelo por todo el Imperio, como fue en Tarragona, que tuvo su gran circo en lo que es hoy la plaza de la Font donde se ubica el ayuntamiento de la ciudad. Esa plaza ocupa tan solo la cuarta parte de la arena del antiguo circo, lo que explica su trazado rectangular y da idea de la magnitud de aquel hipódromo.
Para hallar vestigios sólidos que patenticen lo que fueron esos estadios hay que viajar a Oriente Próximo. En el sureste de Turquía se hallan las ruinas de Afrodisias con restos de lo que configuraba las gradas de un gran circo, aunque su estado de conservación dista mucho del impresionante hipódromo romano situado en Tiro, en el sur del Líbano. Allí se puede caminar bajo las gradas y apreciar el lugar donde se preparaban los aurigas con sus carros antes de saltar a la carrera. Aún conserva elementos de la espina central y hasta las piedras que señalaban la meta. Es con diferencia el complejo arqueológico del mundo que mejor evoca la atmósfera de ese espectáculo que tanto apasionaba a la plebe hace 2.000 años.
Cuando tuve la oportunidad de visitar aquellos vestigios no había nadie. Tan solo una alambrada rodea el complejo que se puede recorrer en su totalidad y contemplarlo sentado en sus gradas. Tiro, con ese circo único y el resto de sus extraordinarios yacimientos arqueológicos, fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1984 por la Unesco. Es una ciudad rebosante de historia, cuyas reliquias vuelven hoy a correr serios riesgos, como en la guerra que enfrentó al Líbano con Israel en 2006, al ser considerado por el Ejército hebreo como uno de los bastiones de Hezbolá.
Con la incursión israelí en el sur del Líbano algunas bombas han causado ya estragos en zonas próximas y el temor es que pueda ocurrir allí lo que sucedió en Alepo, la ciudad mas bella de Siria, también Patrimonio de la Humanidad, que las bombas barril de la aviación rusa redujeron a escombros. Ni que decir tiene que lo prioritario son las vidas humanas, pero la comunidad internacional tampoco puede permanecer impasible y consentir que las guerras acaben con las huellas de la historia de la humanidad. No habrá mas carreras de cuadrigas en el circo de Tiro, pero nos permitan al menos imaginarlas.