Finalmente, el Gobierno ha conseguido que el decreto ómnibus convertido la pasada semana en su peor derrota parlamentaria no haya descarrilado. Ha tenido que dejar en tierra algunas medidas económicas que viajaban en él pero ha logrado mantener en sus asientos todas las del escudo social que exhibe como baluarte y alternativa al que circularía con Feijóo y Abascal al volante: revalorización de las pensiones y del Ingreso Mínimo Vital, ayudas públicas al transporte y a la DANA o continuidad del veto a desahucios y cortes de luz y gas a familias vulnerables.

Comparado con la Ley de Amnistía el precio pagado a Junts para salvarlo se muestra barato: tramitar en el Congreso la moción de confianza exigida por los de Puigdemont, pero sin compromiso alguno de que se convoque, y añadir unos avales públicos para impagos a propietarios de alquilados vulnerables. Sánchez ha vuelto a sufrir, pero también a demostrar que ni curvas ni badenes, por inesperados que se presenten, le hacen perder la línea de la carretera.

Sánchez ha vuelto a sufrir, pero también a demostrar que ni curvas ni badenes, por inesperados que se presenten, le hacen perder la línea de la carretera

Los de Puigdemont han acaparado el protagonismo, han infringido a Sánchez un nuevo castigo público y han vuelto a erigirse en los únicos socios capaces de hacer temblar a Moncloa… pero finalmente han apoyado al Gobierno. Mientras, Feijóo, que lleva días intentando explicar su voto negativo a unas medidas con un mayoritario apoyo ciudadano, ve frustrado su objetivo de liderar un bloque parlamentario alternativo al de la investidura, con Junts de nuevo rondando a Sánchez y con un PNV más iracundo aún con Génova a cuenta de un palacete parisino del que los populares pretendían ignorar su historia.

Sánchez vuelve a dar muestras de una incombustible destreza al timón, aun a costa de someter a su Gobierno a una presión sin fin y a buena parte del país a una angustiosa incertidumbre. En esta ocasión, además, salvando el equipaje que más valoran sus votantes.