Una furgoneta de voluntarios descarga varias cajas en la rotonda del Pont Nou de Paiporta. Dos amigas se abrazan y consuelan el llanto a pocos metros de allí. Termina el día y se necesita un desahogo. Pero hay quien prefiere no pararse a pensar y sigue barriendo barro en penumbra. Una pareja baja a su perro a la calle, pero lo llevan en brazos, para que no se manche con el barro que trajo la DANA y que sigue en las calles. Son las 19.30 horas en Paiporta y ya es noche cerrada. Son muy pocas las personas que transitan por la calle, alumbrándose con la linterna del móvil o un frontal, en busca de comida caliente o a llevársela a sus seres queridos de mayor edad. Cuando cae la noche en Paiporta la imagen es aún más desoladora. La ciudad más afectada por la catastrófica DANA que arrasó Valencia el pasado 29 de octubre ofrece una imagen fantasmal.
"Cuando llega la noche me cuesta mucho dormir, incluso tengo pesadillas de recordar aquella noche trágica, cogimos mucho miedo, pensábamos que nos moríamos y tengo en la cabeza ese runrún. Esto no se olvidará nunca", cuenta Jesús, un vecino de 39 años que espera con una bolsa en el portal de su casa. Hay muchos portales de edificios abiertos y con la luz encendida. Los vecinos no pueden cerrar la puerta desde la riada y hacen guardias de vigilancia para evitar robos.
No hay palabras para describir la desolación que hay en Paiporta. El agua ha destripado los comercios que ahora solo quieres imaginar llenos de vida, pero están destrozados, con las puertas reventadas por la riada. En su lugar, los propietarios han puesto tablones de madera, mallas metálicas, bolsas de plástico o telas como una simbólica persiana. Otros locales no se han esforzado ni en tapar la vulnerabilidad que no se puede esconder. Por dentro están arrasados a través de ellos se puede ver la calle de detrás.
Toni, otro vecino de 55 años, relata que en el 70% del pueblo no hay luz: "Hay mucha inseguridad. Ya ha habido robos, en bajos sobre todo, vehículos... Ahora estamos más tranquilos, al principio era una locura, pero sigue habiendo inseguridad en las calles. Aquí llegan las 18.30 horas y esto es una ciudad sin luz, sin seguridad y hay alcantarillas abiertas. La gente se va a casa. Antes era una ciudad terrorífica, ahora es fantasmal".
No es el único que menciona los robos. También Nerea, de 23 años recién cumplidos, asegura que no ha sufrido "ningún percance" pero que "al principio había mucha tensión porque a varios vecinos les han intentado robar y entrar en sus casas. Ha habido mucho miedo y, de hecho, cuando cae la noche, enseguida hay tensión", dice cruzando un puente iluminado con varios focos provisionales. La mayoría de farolas las tumbó la riada.
Las oscuras calles se iluminan también por las sirenas de los vehículos 4x4 de emergencia, patrullas de la policía local, los camiones de bomberos o del Ejército, que continúa trabajando con maquinaria pesada en la limpieza de calles, pero también desatascando alcantarillas con palas o las propias manos. Puñado a puñado.
"La noche es triste, se hace larguísima y ves todo el rato lo mismo", tercia Jose, de 52 años, que acompaña a Nuria, de 19. Ella, en pijama, continúa: "Llegan las seis de la tarde y no ves ni la calle. Y a estas horas, que serán las 20.30, no hay nadie, porque a la gente le da miedo. Te entra la tristeza, porque sabes que al día siguiente te vas a levantar y vas a ver lo mismo. [Hay] días mejores, días peores, pero ya es un aburrimiento constante. Te levantas, te pones las botas y te bajas. Llegas, te las quitas y te sientas, y en la tele y en redes ves todo el rato lo mismo".
No hay forma de despertar de esta pesadilla y conciliar el sueño es difícil es estas condiciones. Encarna, de 65 años, se toma "medio trankimazin todos los días" para dormir. Necesita calmar la ansiedad que le produce ver su pueblo sin nada. "No queda nada, ninguna tienda, ningún bar... no queda nada. Pero no lo pienso, porque si no, me entra una ansiedad... Por la parte del centro está todo a oscuras. Ahora aún se puede andar, pero el otro día era todo trastos y barro. Y un olor insoportable", lamenta. "Hemos estado un poco abandonados", dice al despedirse.
Jose, de 44 años, vuelve en bici de trabajar, pero antes de llegar a casa ha de conseguir comida caliente para que cenen sus hijas. No es que no tenga gas o falte luz, es que no hay comercios donde comprar productos frescos, explica con prisa. A su lado escucha Pepa, de 61 años, que vuelve de casa de su hermana, que le ha dado pollo. "No se puede dormir. No se puede descansar. Te echas y piensas que esto es una pesadilla pero luego te levantas y miras por la ventana y ves que es la realidad. Es aterrador. Otros pueblos pueden abrir tiendas, pero aquí nada. Dependemos de que nos den comida caliente", se desahoga. "No tenemos nada. Esto es desolador, es impresionante lo que aquí ha pasado, pero bueno, saldremos adelante", se fuerza a pensar.
Lushai, un joven voluntario llegado desde Barcelona la semana pasada, cuenta que "por las noches normalmente los voluntarios tenemos que salir porque está oscuro y es peligroso". En su caso, camina una hora para llegar a Valencia, donde se asea y duerme.
-"¿Sabes de alguien que necesite ayuda?", pregunta una de las últimas voluntarias que se ven por las calles. "Llevamos una hora buscando qué hacer".
-"Estamos cansados ya", responde una vecina que empuja un carrito recién cargado en un puesto de ayuda. "Yo ahora ya duermo tres horas. Y como. Pero estábamos sin poder dormir ni poder comer", añade su compañera.
En las calles hay muchas alcantarillas a rebosar sin trampilla con una silla de plástico encima para evitar caídas. El agua sigue presente en la localidad, que vuelve a mirar al cielo por la llegada de la nueva DANA que ha puesto en alerta roja a Valencia. Este miércoles por la noche no llueve, pero se escucha correr por las alcantarillas. Uno de los escenarios más dantescos lo ofrece la estación de MetroValencia de Paiporta, completamente devastada. Bien podría servir a Bayona para rodar la segunda parte de 'Lo imposible'.
De camino a la estación del metro, la imagen es propia de un contexto bélico. No hay luz, los coches se amontonan a los lados de la calle y en las rotondas esperando una grúa que los lleve al desguace y el Ejército trabaja con maquinaria pesada. Un vecino observa por la ventana la escena mientras conversa con un militar.
Los vecinos destacan su agradecimiento a todos los voluntarios. "Los soldados, la gente de a pie y, sobre todo, los voluntarios han sido los que nos han ayudado. Los políticos nos han dejado solos. Ha sido una vergüenza. Aquí han muerto más de 70 personas [la última cifra es de 64, pero llevan días sin actualizarla] que ya no van a volver y eso es un daño irreparable", recalca Rubén con la voz quebrada.
El dolor se palpa en toda la población. Raquel, que es voluntaria en el Ayuntamiento, cuenta que lo que más le pide la gente son "abrazos". Los necesitan para afrontar el futuro, aunque ahora mismo no tienen valor de pensar en eso. "Ni queremos ni podemos pararnos a pensar... y ya veremos lo que nos depara el futuro".
-"Sempre amunt", se despide dando las gracias.