Los cierres industriales, aunque dolorosos para aquellas poblaciones afectadas, son casi siempre necesarios y a la postre económicamente inevitables. Un ejemplo es la clausura de las centrales térmicas de carbón, de las que ya prácticamente no queda ninguna en España, y que en su día suscitó protestas en aquellas comarcas que perdían su principal modus vivendi. El carbón es una industria en claro retroceso, muy contaminante, por la que no tenía sentido seguir apostando, ya que no permite cumplir con los objetivos de la descarbonización. No es ese, sin embargo, el caso de la energía nuclear, que no emite CO2, considerada limpia por la UE y cuya tecnología está floreciendo en todo el mundo. Ya me he referido en otras ocasiones al sinsentido del cierre programado por el Gobierno de los siete reactores en funcionamiento que nos suministran el 20% de la energía que consumimos. El pasado fin de semana, Almaraz (Cáceres) y su comarca se echó a la calle para protestar por la clausura de la central prevista para 2027, manifestación que reunió a todos los partidos políticos y entidades del municipio, gobernado por el PSOE.
El cierre de Almaraz no es un problema local, pues le seguirán las otras nucleares hasta el apagón completo en 2035. Por desgracia, el camino parece irreversible por la cerrazón gubernamental y la incapacidad de organizar una respuesta nacional desde la sociedad civil para frenar tamaño despropósito que los organismos internacionales de la energía desaconsejan con un amplio abanico de argumentos. En los últimos dos años, tanto la CEOE como la UGT se han posicionado a favor de prolongar la vida útil de las nucleares, junto a muchísimos expertos o a voces cualificadas como el exministro Jordi Sevilla. Había la impresión, la esperanza, de que al final se produciría una reconsideración del Ejecutivo, sobre todo a la vista de lo sucedido en Alemania, cuya crisis industrial tiene mucho que ver con un medioambientalismo buenista que liquidó las nucleares y abrazó el gas ruso.
Contra toda lógica, ya queda poca confianza de que en España vayamos a evitar ese error. Habría hecho falta que muchas más personas, en lugar de callar, hubieran hablado sin miedo, y una respuesta ciudadana activa frente al falso ecologismo que impone el cierre nuclear con argumentos trasnochados, aun sabiendo que será a costa de quemar más gas y encarecer el coste de la energía. Que las grandes tecnológicas como Amazon, Alphabet y Microsoft apuesten por el átomo para alimentar sus centros de datos y cumplir los objetivos de lucha contra el cambio climático indica cuán equivocado está el Gobierno en un plan energético que no es realista con las necesidades de la electrificación.