La pasada semana un joven de 17 años fue apuñalado delante de su instituto de Gerena (Sevilla) por otro chico de 19 años. El motivo habría sido, presuntamente, una riña de celos. El típico “qué haces mirando a mi novia”. Una derivación más del constructo dominación-control-posesión característico, por cierto, de contextos de violencia de género, que sobrepasa su idiosincrasia hasta influir incluso en la agresividad ejercida hacia otros hombres, en especial si radica en la rivalidad sentimental.
Este martes se ha producido un caso de similares características: un hombre ha matado de varias puñaladas a otro, novio de su expareja, una mujer que también ha resultado herida levemente, en un domicilio de la localidad vallisoletana de Viana de Cega.
Más allá de los casos de conducta antisocial o explosiones de ira, las ideas de posesión y pertenencia hacia la pareja también llegan a motivar otras formas de conducta agresiva. Lo vemos a través, por ejemplo, de la instrumentalización de los hijos en contextos de violencia vicaria, o en el propio enfrentamiento entre hombres. Riñas fuera de discotecas, peleas en los recreos, quedadas en plazas para pegarse… como si un puñetazo a un tercero solucionara un asunto de dos, o como si la violencia solucionara algo en general.
Se dice que Disney hizo mucho daño en las expectativas del amor romántico, pero también cierta herencia cultural sigue marcando asuntos de la actualidad. Como la idea medieval del batirse en duelo por una dama como demostración de valía, aunque en realidad subyaciera una posible cosificación de la mujer al ser tratada como trofeo sin derecho a opinión. Los patrones derivados del machismo se manifiestan de distintas maneras y siguen influyendo entre los adolescentes.
A menudo se confunde protección con posesión e, in extremis, con coerción
Según el último Barómetro de Juventud y Género, el 44% de los jóvenes cree que el chico debe proteger a su chica. Pero, ¿qué significa proteger? A menudo se confunde protección con posesión e, in extremis, con coerción. La protección sana se articula en el respeto, el cariño, la confianza y el cuidado. Todo lo que nazca de la hostilidad, suele terminar en toxicidad. El mismo estudio revelaba otro dato singular: el 27% de los encuestados cree que los celos son normales en una relación, porque son “una prueba de amor”. ¿Lo son? ¿Acaso amamos mejor si nos acompañan el miedo y la inseguridad? Es notable la diferencia entre géneros. El 37% de los hombres estaba de acuerdo con esa afirmación, frente al 17% de las mujeres.
Los celos, en función de su configuración, pueden ser inocuos. Son universales. Lo mollar radica en cómo afrontarlos y en evitar que se transformen en apego posesivo. Pueden ser cognitivos, emocionales o conductuales. Los cognitivos son aquellos que se fundamentan en la interpretación de una amenaza, o la creencia de que la pareja está involucrada con otra persona. Los emocionales implican sentimientos de ira, tristeza o inseguridad. Los conductuales conforman aquellas acciones que buscan confirmar o mitigar la amenaza percibida a través, por ejemplo, de la vigilancia o las confrontaciones.
Se pasa de una simple inseguridad hasta el síndrome de Otelo, un trastorno caracterizado por los celos patológicos e infundados, llamado también celotipia delirante. Del mismo emergen conductas obsesivas, ansiedad, frustración y una pérdida de control. Aunque no hace falta una patología para cruzar la línea roja. Ocurre en todos los estratos sociales, culturas y edades. En la primavera de 2020, un individuo intentó apuñalar a otro por unas “desavenencias por celos”, en Baleares. El crimen del concejal de Llanes, Javier Ardines, cometido en 2018, fue planeado porque el asesino había descubierto que su mujer y el edil mantenían una relación secreta. En marzo de 2021, un conductor de ambulancias acuchilló a un enfermero en Madrid porque sospechaba que su pareja mantenía una relación con él. El pasado agosto, en Tudela de Duero, un hombre agredió a otro con un arma blanca, también por celos.
La inseguridad es inherente al ser humano. Las infidelidades, a menudo, también. No son casos de violencia de género, pero sí subyacen dinámicas similares. Una consecuencia más de la idea de pertenencia. Por eso no solo urgen técnicas de control de la ira. Se trata, otra vez, de aprender a querer. Cuando el sentimiento se torna posesión y la rivalidad se hace venganza, no es amor.