En febrero de 1997 se produjo una de esas noticias científicas que dio la vuelta al mundo en pocas horas y que suscitó numerosos debates y polémicas por igual. Unos investigadores escoceses mostraron al mundo que habían sido capaces de clonar a una oveja, a la que llamaron Dolly, una referencia irónica a la cantante norteamericana de country Dolly Parton y al origen de ese animal. Habían podido obtener una oveja a partir de un embrión unicelular reconstruido con el núcleo de una célula de la glándula mamaria de otra oveja. Dolly era un clon de esa oveja que había aportado esas células.
La clonación de animales se había obtenido en ranas en los años 50 y 60 del siglo pasado, pero hasta el nacimiento de Dolly los mamíferos parecían resistirse a ser clonados. Naturalmente, ese primer animal clonado a partir de células adultas lanzó una carrera para replicar experimentos de clonación en otras especies. A partir de 1997 y en los años siguientes, diferentes grupos de investigación lograron clonar a vacas, cabras, cerdos, caballos, ratas, ratones, conejos, hurones… y, claro, se asumió que, si era posible clonar todas esas especies, ¿por qué no intentarlo con seres humanos?
Una cuestión ética
No es lo mismo realizar experimentos con animales que con personas. Ambos procesos están extraordinariamente regulados, pero involucrar seres humanos en experimentos requiere una exquisita justificación y evaluación adicional de beneficios y riesgos. Además, exige una reflexión ética, basada en el respeto a la dignidad que merecen todos los seres humanos, acerca de si es realmente necesario abordar el experimento.
La ética nos ayuda a dilucidar sobre la moralidad de un experimento, si una propuesta experimental es buena o mala, si es o no adecuada, de acuerdo con los valores que hemos acordado en nuestra sociedad. La ética también nos ayuda a responder a la pregunta importante: ¿para qué quiere hacer usted ese experimento? Y si no tenemos una muy buena respuesta para ello es el momento de acordar que quizá lo más oportuno sea no abordar este experimento.
Eficacia del 1%
La imaginación es libre. En 1997 parecía evidente en la mente de muchas personas que clonar un ser humano era algo que iba a ocurrir, quisiéramos o no. Que alguien abordaría ese experimento, con profundas connotaciones éticas. Sin embargo, la realidad científica y técnica se impuso y pronto entendimos que cada especie requería una adaptación de los protocolos de clonación y que clonar a un primate, como nosotros, no era nada obvio ni automático.
En realidad, tuvimos que esperar 21 años para que un equipo de investigación chino abordara la clonación de un macaco cangrejero, el primer primate no humano que se clonó. Reportado en 2018, el experimento mostró una eficiencia muy baja, paupérrima, similar a la obtenida con la oveja Dolly, menor o igual a 1%.
Esto quiere decir que hacía falta reconstruir más de 100 embriones de macaco y transferirlos a macacas para ser gestados para que apenas uno de ellos llegara a término y diera lugar a un macaco clonado: técnicamente posible pero científicamente todo un reto insuperable, éticamente injustificable, imposible de trasladar a seres humanos. La bajísima eficiencia del proceso quedó confirmada seis años después, en 2024, cuando el mismo equipo clonó otra especie de primate, el mono Rhesus, con resultados y eficiencias similares.
Experimentos sin justificación médica
Más allá de la baja eficiencia del proceso, lo realmente relevante vuelve a ser preguntarse para qué quisiéramos clonar un ser humano. Y, ciertamente, no existe necesidad médica evidente ni ninguna razón que responda a esa pregunta y justifique el experimento.
Hoy en día conocemos las células embrionarias troncales pluripotentes, las células pluripotentes inducibles o las herramientas CRISPR de edición genética. Todas estas técnicas permiten resolver cuestiones que inicialmente solo podían solucionarse mediante clonación. Esta técnica, por tanto, resulta obsoleta en la actualidad y si sigue en uso es principalmente por ser la que permite generar con más eficacia modelos animales con modificaciones genéticas, como los cerdos que se utilizan en xenotrasplantes.
No todos los experimentos que imaginan los científicos son posibles técnicamente ni pueden ser aprobados éticamente. Hay que saber que todos los experimentos en biomedicina están estrictamente regulados y deben estar adecuadamente justificados y ajustarse a las normas y legislación vigentes para que puedan abordarse. Además, todo experimento que involucre la participación de animales o personas requiere una evaluación adicional que llevan a cabo los comités de ética, unidades que revisan el cumplimiento de la ley y determinan si puede o no llevarse a cabo.
Lluis Montoliu es investigador del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología y en el Centro de Investigación Biomédica en Red Enfermedades Raras (CIBERER-ISCIII). También es autor del libro No todo vale. ¿Qué hace un científico hablando de ética?, (Next Door Publishers, 2024), que ilustra que no todos los experimentos son posibles si no cuentan con la justificación y evaluación ética favorable.