Por si alguien tenía dudas, está claro que el machismo no tiene color, lo hay de izquierdas y derechas; ni tiene clase social, hay machistas ricos y pobres; ni profesión, hay políticos, futbolistas o actores; ni siquiera sexo, hay mujeres que incluso acallan los testimonios de otras afectadas; y, por supuesto, tampoco edad, hay machistas como Plácido Domingo o más jóvenes como Errejón.
El machismo es transversal, escurridizo, perenne, permeable e infinito, tanto que no se queda ahí, sino que se extiende en los comentarios de todos aquellos que han puesto en duda la denuncia de la actriz Elisa Mouliaá. Esos que se preguntan por qué las mujeres no se quedan en casa cuidando de sus hijas, por qué se van a casa de sus agresores, por qué no denuncian en el momento, o no lo hacen por los cauces de la justicia. Yo les contesto: la respuesta es el miedo, la vergüenza, el señalamiento y la marginación, todo eso que no sufren ellos
Hoy día, Plácido Domingo, después de los hechos admitidos y sin pedir perdón, sigue recibiendo ovaciones en los teatros; un diputado como Carlos Flores, condenado por violencia machista, está sentado en el Congreso con el aplauso de sus compañeros; Gerard Depardieu entra en los juzgados sin signo aparente de arrepentimiento; y Errejón escribe cartas absurdas excusándose en el patriarcado y la salud mental.
La respuesta a todo esto no pueden ser frases vagas como "hay que estar con las víctimas", nunca tenían que haber llegado a serlo; ni hacer solo cursos de formación, Errejón se sabía la teoría. No pongamos tiritas para parar una metástasis como el machismo, que sigue extendiéndose. El remedio, como dice Gisèle Pelicot, es que, de una vez, la vergüenza cambie de bando.