Vivimos una paradoja: tener un empleo remunerado, considerado la llave hacia una vida digna, no garantiza estabilidad económica. De hecho, en España, casi tres millones de personas trabajadoras se encuentran en situación de pobreza.
Hablamos de gente que ha hecho todo lo que el guion social marca: buscar trabajo, esforzarse y, aun así, a final del mes, los números no cuadran. Este terrible oxímoron es el eje central del último informe de Oxfam Intermón, titulado Pobreza laboral: cuando trabajar no es suficiente para llegar a fin de mes.
Es tentador ver las cifras macroeconómicas y en materia laboral de los últimos años, y concluir que la recuperación ha llegado: el desempleo desciende, se alcanzan récords en la creación de empleo —especialmente entre jóvenes y mujeres— y los índices económicos mejoran. Sin embargo, estas cifras no se traducen en una mejora proporcional en la calidad de vida de una parte significativa de la población trabajadora. En sectores como la agricultura y el trabajo doméstico, tres de cada diez personas empleadas viven en pobreza, al igual que una de cada cuatro personas autónomas.
Hablamos de gente que ha hecho todo lo que el guion social marca y, aun así, a final del mes, los números no cuadran
Aquí es donde los discursos que miden el progreso únicamente a través de la creación de empleo se tambalean. Se crean puestos, sí, pero ¿de qué tipo? El sistema productivo y el modelo económico perpetuado durante décadas fomentan la parcialidad no deseada y los bajos salarios que no sacan de la pobreza a muchas personas con empleo. Además, la crisis de precios, especialmente en vivienda, sigue apretando. Aunque se suba el salario mínimo, en los hogares en pobreza donde hay personas trabajando, los gastos de vivienda (alquiler o hipoteca y suministros) consumen entre el 67 % y el 79 % de los ingresos. La pobreza laboral es una señal inequívoca de que el sistema no funciona para demasiadas personas.
Como en tantas áreas de la vida, la desigualdad juega un papel crucial, habiendo grupos mucho más vulnerables a caer en la pobreza, incluso si tienen un trabajo. Tres de cada diez hogares monoparentales en España están en situación de pobreza laboral, y en la mayoría de estos hogares, es una mujer quien soporta todo el peso económico.
Estas cifras revelan cómo el trabajo no remunerado del cuidado —que históricamente ha recaído en las mujeres— sigue siendo una trampa. Sara, una madre trabajadora, lo describe perfectamente: “He tenido que rechazar muchos trabajos porque era imposible conciliar el trabajo con el cuidado de mis hijos. No hay trabajo en el que puedas encargarte de llevarlos y recogerlos, y contratar a alguien no es factible económicamente.”
Otro grupo particularmente golpeado por la pobreza laboral son las personas nacidas fuera de la UE. Casi el 30% de ellas vive en situación de pobreza, una tasa que es más del doble que la de quienes nacieron en España. ¿Por qué esta diferencia? Porque, además de enfrentarse a la precariedad general del mercado laboral, las personas migrantes deben lidiar con barreras adicionales: la discriminación, la falta de reconocimiento de sus cualificaciones, y la exclusión de muchos de los derechos laborales.
Otro de los aspectos más desoladores de la pobreza laboral es el impacto emocional que provoca la sensación de esfuerzo sin recompensa. Miguel, un hombre de 54 años que trabaja como portero, lo resume con crudeza: “Llegamos muy justos a fin de mes, pidiendo préstamos y alargando la agonía. Aunque suene muy triste, con mi trabajo estamos comiendo los cuatro. Vamos tirando día a día. Hemos renunciado a muchas cosas: salir con amigos, salidas a restaurantes casi nulas.”
La mitad de los hogares en pobreza laboral ha renunciado a servicios de salud esenciales, como tratamientos dentales o psicológicos
Vivir en pobreza laboral significa renunciar. Renunciar al ocio, a la salud, a la educación, y, a menudo, a los sueños que la meritocracia nos promete. Seis de cada diez personas en esta situación querían seguir estudiando, pero el 54% tuvo que abandonarlo por falta de recursos o la necesidad de trabajar. Además, la mitad de los hogares en pobreza laboral ha renunciado a servicios de salud esenciales, como tratamientos dentales o psicológicos.
Ante esta situación, una no puede evitar preguntarse: ¿qué estamos haciendo para resolverlo? Existen propuestas, y Oxfam Intermón ha señalado algunas. Desde centrarse en mejorar los contratos a tiempo parcial, siguiendo los avances en materia de temporalidad, hasta fortalecer los mecanismos de inspección para combatir la explotación que sufren muchas personas, especialmente en los sectores más precarizados, feminizados y racializados.
En una sociedad donde la principal fuente de ingresos para la mayoría proviene de los salarios, lo mínimo que se debería garantizar es que trabajar signifique algo más que sobrevivir. Al fin y al cabo, lo que exigimos es dignidad y derechos. O en palabras de la sindicalista feminista Rose Schneiderman en su discurso sobre la huelga de las trabajadoras textiles de Lawrence en 1912, “queremos el pan y las rosas”.