Mienten con todos sus dientes. Tres semanas después de que lo imposible se hiciese posible, entre la inepcia de los ganapanes y la incompetencia de los narcisistas, nada ha cambiado. Todos siguen allí, habituados al cálculo político, a la resistencia temporal que es el olvido y al refugio cobarde en sus despachos, porque fuera, como los que hace siglos dormían a la luna de Valencia, hace mucho frío. Y lo hacen faltando a la verdad impunemente, ya que han dado por bueno que los españoles tenemos un derecho natural a la mentira pasiva. Ellos no quieren renunciar al privilegio de la mentira y una gran parte de la sociedad comulga diariamente en el altar de la falsedad consentida. Una parte de la sociedad es crédula y acepta la mentira como un factor consustancial, como el aire que respira. Lo que la gota fría no se llevará nunca es el monopolio público del embuste, de la contradicción grosera.
La mentira convertida en bien común, porque nos mienten por nuestro propio bien. Hay quien piensa que la mentira es propia de la izquierda, mientras hay otros que piensan que la mentira es propia de la derecha. Pues bien, Jonathan Swift sostenía que unos y otros cuentan con grandes genios, artistas de la ilusión, príncipes del espejismo. Parece ser que en el siglo XVIII la mentira se calculaba más cuidadosamente, se sopesaba y hasta se dosificaba. Para ello, como ahora, es necesario que exista una masa acrítica de crédulos dispuestos a creer lo que otros se hayan inventado. Llevamos días escuchando mentiras como panes, una tras otra, sin interrupción. En esta máquina del fango de la mentira para eludir responsabilidades es fundamental que haya crédulos por conveniencia o por oficio que propaguen la mentira como verdad revelada. Los cargos electos, los militantes enfebrecidos, las juventudes de los partidos transformadas en piaras de transmisión de argumentarios. Tanto que se acaban creyendo, a pierna suelta, sus propias mentiras.
En esta máquina del fango de la mentira para eludir responsabilidades es fundamental que haya crédulos por conveniencia o por oficio que propaguen la mentira como verdad revelada
La mentira política comenzó siendo oral, para mecanizarse posteriormente en papel de imprenta con la Revolución Industrial. Fue llegar el siglo XX y la mentira pasó a ser un producto de consumo en masa, con una estricta organización y división del trabajo entre los partidos políticos. Actualmente, la mentira es global y globalista, instantánea y electrónica, una mercancía averiada que se adquiere en cualquier red social. La mentira ha adquirido unas dimensiones inimaginables a la vez que monstruosas. La democracia liberal sepultada en el lodo de la mentira totalitaria, donde los que buscan la luz de la verdad son una especia maldita de corporación renacentista. Una sociedad que estandariza la mentira política a gran escala, convertida en un nuevo arte de sumisión. Todos mienten sin remisión. Todos.