Sexo, poder y control: la posible paradoja de Íñigo Errejón

ITER CRIMINIS por Carmen Corazzini

Una presunta adicción al sexo no explica el machismo, ni justifica el acoso. Se trata de una conducta ya per sé engorrosa, pero si además acontece en personalidades complejas y en ambientes de poder, el resultado puede ser aún más peligroso. Se sumarían a la adicción sensaciones de omnipotencia y de control. Se aplican tres vertientes: la persona, la adicción y su entorno. Vayamos por partes.

La persona

Ninguna apreciación basada solo en testimonios ejercerá jamás de diagnóstico, solo puede hablarse, presuntamente, de una serie de rasgos. De la cascada de denuncias contra Íñigo Errejón, el relato parecería unánime. Señalan machismo, dominación y ausencia de empatía. Mezcla de frialdad, utilitarismo y egocentrismo. Algo similar a la tríada oscura de la personalidad.

En psicología se dice que el narcisismo, la psicopatía y el maquiavelismo conforman la “tríada oscura de la personalidad”. Son los rasgos asociados al carácter malicioso. Altos porcentajes de los tres elementos sugieren propensión a la conducta antisocial. Se enfatiza, además, en un peligro añadido si el individuo se encuentra en posiciones de liderazgo. Utilizarán a las personas en su propio beneficio, bajo un halo de arrogancia e impunidad. Según numerosos estudios, muchos altos cargos presentan tintes psicopáticos.

El narcisismo, la psicopatía y el maquiavelismo conforman la “tríada oscura de la personalidad”

La adicción

Íñigo Errejón habría estado, presuntamente, en tratamiento por adicción al sexo y sustancias. Dos adicciones, por cierto, con altos índices de comorbolidad, es decir, de presencia simultánea. La hipersexualidad no está contemplada como trastorno en los manuales de psicopatología. Desde hace años se enfatiza en la necesidad de una mayor investigación. Subyace un doble temor. Por un lado, la posible “psiquiatrización” de conductas no patológicas y, por otro, el recelo a que un argumento médico pueda servir de atenuante en procesos legales. Sea como fuere, todo recae en un solo condicionante: el consentimiento.

La opinión mayoritaria tiende a catalogarlo dentro de las adicciones conductuales. Ocurre con sustancias, pero también con comportamientos: desde la alimentación, el deporte, los tocs hasta el sexo.

¿Cuándo es normal una conducta y cuándo no? El umbral entre filias y trastornos, entre gustos y patologías, radica en sus consecuencias. Si causa malestar o incomodidad, si afecta al ámbito social, financiero, afectivo o laboral, entonces sí podría tratarse de un desorden que, de ningún modo, justifica su desahogo. Lo que diferencia una propensión de un trastorno es la recurrencia, insistencia, impulsividad y ausencia de control, que lleva a un deterioro general.

Foucault, en su Historia de la sexualidad, exploraba cómo el concepto de sexualidad era profundamente moldeado por los poderes, la cultura y las estructuras sociales. Ciertos actos u orientaciones son considerados “correctos” o “incorrectos” en función del contexto en el que se inscriben. Por ello, quizá, hoy en día la sexualidad sea todavía un tema impreciso. Masoquismo, sadismo, sumisión o dominación. Solo será una cuestión de gustos mientras se ejerza por mutua decisión.

El entorno

El peligro es todavía mayor si todo esto se inscribe en entornos críticos. Recordaba Ortega y Gasset que “yo soy yo y mi circunstancia”. Con esa frase incidía en la importancia de la interacción con el ambiente. Todo está condicionado y, en este contexto de variables interconectadas, unos factores pueden potenciar otros. Existen rasgos que se retroalimentan hasta sumergirse en un vórtice explosivo. En este caso, la presunta adicción al sexo, una posible megalomanía y las dinámicas del poder político.

La megalomanía solía considerarse un mecanismo de defensa ante sentimientos de inferioridad, ansiedad o inseguridad. Se expresaba a través de una obsesión con el poder, la grandeza y la superioridad. A través de una autoestima desmesurada, se paliarían las carencias, modificando la realidad para no entrar en conflicto con ella.

Nietzsche temía que el poder pudiese consumirnos. Deformar al ser humano. Lo que parece claro es que a veces tiende a deshumanizarlo. La sensación de control e impunidad que parecen otorgar ciertos cargos, a menudo desintegran la fachada y rescatan la personalidad escondida. Es el precio del hedonismo extremo mezclado con ciertos beneficios. Ocurre que se van perdiendo los valores por el camino.

Ni el machismo, ni el abuso, ni el acoso son resultados de una adicción

Ni el machismo, ni el abuso, ni el acoso son resultados de una adicción. Serían el reflejo de una conducta y una personalidad. Se dice que el poder nos corrompe. Queda la duda de si realmente nos convierte, o si simplemente nos expone. El sexo, el poder y el control, podrían haber conformado la paradoja de Errejón. Ya sea persona o personaje, la realidad parece haber cambiado de bando. El poder es tan variable como efímero: pasa pronto del aplauso al ostracismo.

Biografía

Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en 'Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias' y otro en 'Criminología, Victimología y Delincuencia'.

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