La Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) siempre está en discusión y reforma. ¿Por qué será? Porque es una inutilidad que encumbra una carencia democrática: la inexistente apuesta por la universidad pública de verdad, gratuita y universal. No hay dinero suficiente, lo sabemos. No hay dinero porque no se pone, nunca se ha puesto, por parte de ningún gobierno del signo político que sea
La PAU, la selectividad, nació a mediados de los años setenta del pasado siglo porque las avalanchas de aspirantes a estudiantes de la generación del baby boom rebasaban las previsiones de plazas de la universidad del final del franquismo. La selectividad no nació para mejorar la calidad de la enseñanza, como ahora se dice, ni para promover el acceso universitario a los mejores talentos: nació para cribar, al coste que fuera, porque no había –ni hay– plazas suficientes. Y así seguimos, con el dichoso numerus clausus encubridor de cobardías políticas.
Ningún partido político en nuestro país apuesta por la universidad pública de verdad porque ello implicaría cargarse la selectividad y propiciar el libre acceso a nuestros campus. El libre acceso para las personas que superen el bachillerato, claro. Porque es la propia universidad la que selecciona con la exigencia y el estudio, no hacen falta más fronteras.
Es el dinero, estúpido, que diría Clinton. El dinero que no hay porque no se pone en los Presupuestos por falta de voluntad política, por falta de verdadera creencia en lo público. Y, eso sí, las universidades privadas crecen como tomates para el que pueda pagarlas. Viva la igualdad.
Es la propia universidad la que selecciona con la exigencia y el estudio, no hacen falta más fronteras.
La PAU es un corte de cuchillo en las personas adolescentes que a veces guadaña vocaciones y vidas. Así que a modo de remedo de un lema en desuso, escribo alegre ¿Selectividad? No, gracias.