Su santa madre le decía a Serrat, según refiere en una de sus canciones más populares, aquello de «cuídate mucho Juanito de las malas compañías». De ahí que en esa misma tonadilla nuestro cantautor proclame tener a sus amigos muy escogidos entre los sinvergüenzas, que palpan a las damas el trasero, hacen en los lavabos agujeros y les echan a patadas de las fiestas. En suma, proceden de lo mejor de cada casa.
Ahora, como acaba de probar el caso Errejón, se puede seguir poniendo música a toda esa retahíla de sinvergonzonerías encadenas por Serrat, excepto a una: la que hace referencia a palpar a las damas el trasero. Nos repetían incesantes quienes tenían a su cargo adoctrinarnos en el gran avance alcanzado de tener el primer Gobierno de coalición progresista de la democracia.
Puede que así sea, puede que haya una coalición, pero es mucho más dudoso que haya un gobierno. Porque, antes de que concluya el Consejo de Ministros, empieza a excitarse el postureo y la bronca entre la grey del bloque que debía apacentar Ferraz para apuntarse el tanto y subirlo al marcador o para descalificar la medida adoptada tildándola de fachosa.
Este proceder deriva para dar la impresión de que Pedro Sánchez, forjador de bloques, constructor de muros separadores entre España y la antiEspaña, empieza a parecerse al empresario del circo a quien le crecen los enanos. Porque el espacio a la izquierda del PSOE que intentaba articular con su sacrificada escucha Yolanda Díaz se ha fragmentado y vuelto a fragmentar y amenaza con pulverizarse. Además de que los otros aliados necesarios para ganar las votaciones en el Parlamento, ya tengan denominación de origen catalana, de ERC y Junts, o vasca, de Bildu y afines, desertan una y otra vez de ser virtuosos, olvidan los días alegres en que se agruparon en el bloque de investidura.
Porque se sienten desengañados, consideran endebles las prebendas obsequiadas por Moncloa, se mantienen insaciables pese a las concesiones que arrancan, que lejos de calmar sus ardores reivindicativos los excitan aún más. Por eso, arrecian en sus cantos entusiásticos del «Todos queremos más y más y más y mucho más» y se comportan de modo insufrible sin guardar compostura ni disimulo alguno a la vista del público.
Conviene insistir en que las actitudes se configuran en función de las expectativas y observar cómo en la medida en que las expectativas de Pedro Sánchez decrezcan, los pronunciamientos a su favor lo harán también. Son pocos los que se sitúan en las antípodas de ese «viva quien vence» que Don Quijote reprochaba en Sancho como signo de villanía. En todo caso, como nos alecciona Patrick Boucheron, «en los momentos de peligro hay que aguzar el oído para escuchar lo que se trama ahí detrás» porque la política avanza siempre con andares felinos, sigilosos, amenazadores.
Su recomendación es que seamos de la raza de esos vigías para quienes la expectativa interminablemente defraudada nutre en su poderosa fuente la certeza del suceso. Y sabemos que la verdadera comprensión del acontecimiento en curso se aplaza siempre hasta el momento en que alguien se ocupa de contarlo.