Es sabido que la luz levanta el ánimo y los niveles de energía de las personas. Hay una relación directa que explica la tendencia al optimismo en los meses de primavera y verano en contra de lo que ocurre en los de otoño e invierno. Según los psicólogos esto nos lleva a pensar que en los periodos con menos sol los seres humanos somos mas proclives a sufrir depresiones y que los días nubosos han de ser mas tristes que los soleados.
Ahora estamos en ese periodo del año en el que las horas de sol se acortan, anochece muy temprano y el tono vital parece decaer en sintonía con el imperio de la penumbra. Es entonces cuando la luz artificial intenta acudir en nuestro auxilio para compensar el déficit de luminiscencia natural. Y lo hace con la universal excusa de la Navidad sin que el trasfondo religioso que la festividad tiene sea ya motivo principal del despliegue de luminarias al que cada año asistimos por estas fechas. Con la ridícula excepción de Venezuela, donde el dictador Maduro encendió por decreto el 1 de octubre las luces navideñas supuestamente para premiar a sus compatriotas por haberlo reelegido en las elecciones presidenciales (o sea para que se olvidaran del pucherazo), en el resto del mundo lo hacen para estimular el turismo y el comercio.
La luz crea una atmósfera favorable al consumo y son muchas las empresas de diferentes sectores que se juegan la cuenta de resultados de todo el año en las pocas semanas que van desde finales de noviembre hasta la primera semana de enero. Eso es lo que ha determinado que en las últimas décadas se haya ido adelantando el encendido de la iluminación navideña y que los ayuntamientos empleen cada vez mas recursos y esfuerzos en luz y decoración por entender que es una inversión muy rentable para los comerciantes y hosteleros de sus ciudades.
En España el caso mas paradigmático es el del ayuntamiento de Vigo cuyo alcalde, Abel Caballero, apostó con tal empeño por la iluminación de Navidad que logró ponerla en el mapa turístico en unas fechas en las que su ciudad no tenía demasiado atractivo para los viajeros. El pasado año, Caballero calculó que sus luminarias navideñas le habían proporcionado al municipio en torno a los 750 millones de euros en beneficios, lo que vendría a justificar los 2,37 millones que pagó por iluminar las calles.
En 2024 la alcaldía de Cádiz ha tratado de desbancar al municipio gallego de ese protagonismo superando su gasto por habitantes en luces de Navidad, lo que ha desatado una fuerte polémica política en aquel consistorio. El Gobierno gaditano cuadruplica el presupuesto de iluminación del anterior ejecutivo de izquierdas hasta rozar los cuatro millones de euros, unos 9 euros por habitante y cerca de un euro mas de lo que le cuestan sus luces a los vigueses. La oposición considera que aquello es un derroche y la alcaldía se defiende con idéntico argumento al que emplea el alcalde de Vigo, y es que todo lo que se invierte en luz dinamiza la economía de la ciudad. La ideología ya no cabe en la iluminación de Navidad.
Las grandes ciudades siempre compitieron por presentar los diseños mas originales y deslumbrantes y cada vez lo hacen con mayor intención. Un factor que estimuló esa disputa fue la irrupción hace años de la tecnología led que, además de facilitar diseños más sofisticados, rebajó el coste de ejecución y mantenimiento de forma radical. Mantener encendida una lámpara led es seis veces más barato que una bombilla incandescente, lo que reduce tanto la factura de la luz que ya no se percibe ese gasto como un dispendio. Bien está que la luz ilumine nuestros sueños, siempre que no los deslumbre.