Los test de personalidad se han vuelto increíblemente populares en la era de internet, especialmente en su versión más viral, simplificada y rápida. Aunque puedan ser divertidos, conviene preguntarse si realmente es posible clasificar a las personas en categorías estancas, incluso en las que proponen los modelos más complejos.
En realidad, el desarrollo de lo que somos, nuestra personalidad, es un proceso muy largo y complejo; las personas somos muchas veces poco consistentes y coherentes, y nuestra manera de sentir y actuar (y nuestros gustos, y nuestras aficiones, nuestras preferencias etc.) varían a medida que crecemos, en función de nuestras circunstancias en cada momento, de aquellos que nos rodean... En principio, parece poco probable que una simple división discreta sea capaz de definirnos.
Aún así, los psicólogos han intentado durante mucho tiempo desarrollar herramientas y teorías de la personalidad que permitan definir tipos generales. Tres de las más populares e ilustrativas son el indicador de tipo Myers-Briggs (MBTI, por sus siglas en inglés), los tipos A-B (a veces extendido a C y D) o el modelo de eneagrama de la personalidad. Vamos a analizar la evidencia científica que hay detrás.
Indicador de tipo Myers-Briggs
El MBTI es un sistema desarrollado por las autoras y académicas estadounidenses Katharine Cook Briggs e Isabel Briggs Myers (madre e hija, respectivamente). Ninguna de ellas tenía formación en psicología (la primera cursó estudios universitarios de agricultura; la segunda, de ciencias políticas), pero ambas eran aviesas seguidoras de las ideas del psiquiatra Carl Jung, seminales junto a las de su colega Sigmund Freud en el ámbito del psicoanálisis.
Concebido como una herramienta para categorizar a las personas en base a cómo perciben el entorno y toman decisiones con miras a la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, se evalúa en base a un cuestionario autorreportado y emplea cuatro escalas, llamadas dicotomías: introversión-extraversión, intuición-sensación, pensamiento-sentimiento, juicio-percepción.
A pesar de que se ha vuelto inmensamente popular en campos como la selección de personal en las empresas, la comunidad científica considera que no existe ninguna evidencia científica seria que apoye su eficacia y que adolece de varios fallos metodológicos y teóricos importantes, lo que le ha valido incluso la calificación de pseudocientífico.
Se critica que su percibida (por el propio sujeto, no por medios objetivos) exactitud se debe el efecto Barnum (el fenómeno por el que nos sentimos altamente identificados con afirmaciones que supuestamente nos aplican pero que son vagas y generales, como sucede con el horóscopo) y a sesgos de halago y confirmación.
También, se ha señalado que la mayoría de los estudios favorables han sido producidos por el Centro para las Aplicaciones del Tipo Psicológico (dirigido, convenientemente, por la fundación Myers-Briggs) y publicados en su propia revista, Journal of Psychological Type, sujeta a evidentes conflictos de interés. En 2019, un análisis publicado en el medio académico Social & Personality Psychology Compass concluía que la teoría detrás del MBTI "carece de criterios rigurosos, y no concuerda con hechos y datos conocidos; no es comprobable, y posee contradicciones internas". De hecho, el reputado especialista en psicometría norteamericano Robert Hogan llegó a compararlo con las galletas chinas de la fortuna.
Las personalidades A y B (y C y D)
Más complejo es el caso de las teorías de los tipos de personalidad A-B, formulada por los cardiólogos Meyer Friedman y Ray Rosenman, que buscaban encontrar rasgos de la personalidad que se asociasen a un mayor riesgo cardiovascular.
Estos científicos proponían que las personas con personalidad de tipo A (más competitivas, altamente organizadas, ambiciosas, impacientes, muy preocupadas por la gestión del tiempo...) tenían más riesgo de sufrir varias patologías cardíacas que las de tipo B (más relajadas y receptivas). Inicialmente, obtuvieron resultados experimentales que parecían confirmar la teoría.
El problema es que análisis posteriores fueron encontrando que eran ciertos rasgos específicos de aquello que Friedman y Rosenman habían dado a llamar 'personalidad de tipo A' los que se asociaban a un mayor riesgo cardiovascular y no el paquete completo. Es decir, que aquellas personas que, por ejemplo, expresan mayor estrés (un rasgo categorizado dentro del tipo A, a pesar de que muchas veces es más dependiente del entorno que del propio individuo) tenían mayor riesgo, al margen de cuál fuese el resto de su personalidad.
Además, otro problema es que una buena parte de la investigación temprana en la línea de esta teoría estuvo financiada por el poderoso lobby de la industria del tabaco (eran los años 50 y 60, al fin y al cabo), al que le convenía encontrar un origen causal común (que creyeron hallar en el supuesto tipo A) al tabaquismo y a los problemas del corazón para desmentir una relación causa efecto entre ambos factores. La evidencia posterior ha demostrado sobradamente que fumar eleva de manera muy importante el riesgo cardiovascular.
Como decimos, hay ampliaciones posteriores de la teoría que han postulado tipos C y D, pero los problemas teóricos son similares y llegados a este punto seguir abundando en ellos es, como dicen los angloparlantes, 'azotar a un caballo muerto'.
El eneagrama de la personalidad
Quizás más popular todavía, gracias a su lugar destacado en ese folclore del capitalismo tardío que es el mundo del coaching, es el modelo del eneagrama de la personalidad. Y la asociación con lo mitológico es deliberada, porque sus proponentes han hecho grandes esfuerzos por vestir esta pseudoteoría con toda suerte de misticismos.
Esta clasificación de las personalidades nace a partir de las 'contribuciones' de Oscar Ichazo (una especie de 'profesor' y 'gurú espiritual' autodidacta), Claudio Naranjo (psiquiatra chileno) y más tarde otros como Richard Riso (un filósofo y ex-jesuita norteamericano). Precisamente este último, que refiere haberlo aprendido de Naranjo, le adscribe orígenes en supuestas ideas místicas milenarias sin aportar ningún tipo de evidencia histórica o arqueológica. Más allá de eso, no parece tener ninguna clase de origen en teorías o evidencias previas en el campo de la psicología o la psiquiatría, y los autores no se han molestado de aportar datos empíricos o demostraciones del modelo.
La idea es que la personalidad, según Riso, se puede clasificar en nueve tipos definidos esencialmente por un rol característico, una fijación, una 'idea sagrada', una debilidad, un 'miedo básico', un 'deseo básico', una tentación, una pasión y una virtud. Si los términos dicen poco es porque sus propios valedores no se han preocupado de definirlos de manera operacional, lo que explica que la comunidad científica critique el método como vago y difícilmente contrastable empíricamente.
No existen estudios independientes y rigurosos que hayan encontrado ninguna validez científica a este método, notoriamente difícil de evaluar por su vaguedad y su falta de base empírica y teórica. El filósofo americano y escéptico Robert Todd Carroll llegó a referirse al sistema como "tan ambiguo y maleable que cualquier dato relevante puede adaptarse con calzador para que encaje en él".
Por qué fallan los test (y por qué nos gustan tanto)
La personalidad es un aspecto de nosotros increíblemente complejo, polifacético y cambiante, en constante evolución a medida que aprendemos, vivimos y actuamos. Las personas somos contradictorias e impredecibles. Por ello, no debe extrañarnos que sea difícil caracterizarnos con un sistema de categorías fijas, por mucho que anhelemos conocernos mejor a nosotros mismos (o que sea divertido hacer test virales llenos repletos de publicidad).
Muchas veces, estos intentos caen en un error llamado esencialismo: la idea de que los objetos naturales (en este caso las personas) tienen una serie de características esenciales que determinan su realidad material o, en este caso, su comportamiento. Desde una concepción esencialista, al observar ciertas conductas en nosotros mismos u otros que se alinean con la que creemos que es su esencia (llamémoslo aquí tipo de personalidad) las entenderemos como confirmaciones de esa teoría, mientras que ignoraremos aquellos comportamientos que no son consistentes con esa supuesta esencia como meras excepciones.
Aquí entran en juego ciertas cuestiones como el sesgo de confirmación (el error de dar más peso a los hechos que entendemos que confirman una idea que tenemos a priori) que la verdadera ciencia pone mecanismos eficaces para evitar. Estos sesgos explican también por qué las clasificaciones de la personalidad o incluso pretendidas predicciones como el horóscopo son tan populares.
La posición alternativa a ese esencialismo falaz e ineficaz es lo que llamamos nominalismo: definir los conceptos sólo en función aquello que observamos, estando dispuestos a redefinirlos siempre que observemos algo que no sea consistente con nuestra definición. Como decía el gran Jean-Paul Sartre, la existencia precede a la esencia, y no al revés.
Al final, quizás lo mejor sea abrazar la diversidad humana, inabarcable por cuatro, dos o nueve burdos cajones de sastre; esa impredecibilidad que nos otorga a las personas la capacidad de cambiar, evolucionar y aprender. Y la ciencia, la que de verdad quiere acercarse a la verdad, escogerá estudiar lo que vemos y ceñirse al más que validado método científico para formular teorías de verdad útiles.
Referencias
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Ichazo, Oscar. The Human Process for Enlightenment and Freedom: A Series of Five Lectures. Arica Institute, Inc (1972). ISBN 0-671-22432-8.
Don Richard Riso, Russ Hudson. The Wisdom of the Enneagram. Random House Publishing Group (1999). ISBN: 9780553378207
Robert Carroll. The Skeptic's Dictionary. Wiley (2011). ISBN: 1118045637
Jean Paul Sartre. El existencialismo es un humanismo. Facultad de Filosofía de San Dámaso (Sur, Buenos Aires) (1973). Consultado online en https://www.ucm.es/data/cont/docs/241-2015-06-16-Sartre%20%20El_existencialismo_es_un_humanismo.pdf el 30 de octubre de 2024.
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