Ciertos géneros de la literatura y el cine nos dibujan a menudo como una masa de gente perversa e individualista. En toda historia apocalíptica aparece un entorno de delincuencia, deshumanización y saqueo. La Carretera (novela y película) discurre en un mundo devastado donde la sociedad se ha vuelto hostil e imperan el peligro y el egoísmo. En Into the forest la crisis energética ha derivado en un colapso global que a su vez provoca violencia y robos. En A quiet place nadie puede fiarse de nadie. En The day after tomorrow es un sálvese quien pueda. Pero la realidad nos ha demostrado que quizá no seamos tan malos por naturaleza.
La cara B de la DANA, en un segundo plano, habla ya de más de un centenar de detenidos por robos y saqueos. Los delincuentes aprovechan momentos de crisis y caos para actuar. Es habitual. Aunque residual. Son muchos los estudios que contradicen a la ciencia ficción y reflejan que las tragedias pueden sacar lo mejor de nosotros. El terremoto de China de 2008 es un ejemplo de ello. A raíz de la catástrofe se realizó un experimento, inédito, fruto de una casualidad.
Justo antes de la tragedia, un grupo de científicos estaba analizando la empatía en niños de 6 y 9 años en una zona cercana a la que se convertiría en epicentro del temblor. Al poco tiempo de empezar el análisis, se desató el terremoto de magnitud 7.9 que causó la muerte de casi 70.000 personas.
El sismo, claro, truncó sus evaluaciones, pero una vez pasada la catástrofe, el grupo de psicólogos cambió el enfoque del estudio. Como ya tenían los resultados previos al cataclismo, decidieron analizar sus efectos posteriores, y así observar cómo un acontecimiento de tal calibre variaba la capacidad empática. Era la primera vez que podían evaluarse los cambios psicológicos en víctimas de desastre de forma tan directa.
Para llevarlo a cabo utilizaron el "Juego del Dictador", un método estándar para medir el altruismo en laboratorio. Cada niño elegía pegatinas para sí mismo y luego podía donar algunas a un compañero anónimo. Antes del terremoto los niños de 9 años mostraron patrones normales de altruismo. Un mes después se realizó el mismo test a un grupo similar, y resultado fue un aumento de la generosidad. Tres años más tarde volvieron a realizar la prueba y los datos reflejaron que ese incremento de empatía se había mantenido a lo largo del tiempo. Es decir, no parecía solo un cambio momentáneo, sino una variación más profunda y duradera. A pesar del miedo, la pérdida y la desesperación, la solidaridad se imponía al egoísmo.
La vulnerabilidad compartida mejora las relaciones sociales
Los análisis sobre el comportamiento humano ante desastres naturales nos muestran cómo una vulnerabilidad compartida mejora las relaciones sociales. Otro escenario es el de situaciones de conflicto armado o pobreza extrema. En esos casos influyen distintos condicionantes, como ideología, frustración y desigualdad. Pero ante hecatombes ambientales, la sociedad responde con empatía y hermandad.
El contrapunto a la bondad son los problemas en salud mental. Según un reciente informe del Ministerio de Sanidad respecto a las consecuencias de la DANA, “el impacto en la salud mental en las poblaciones inundadas persiste durante al menos tres años”. Trastornos del sueño, estrés post-traumático, irritabilidad, depresión o ansiedad son algunas de las consecuencias de vivir un evento semejante. Por ello la atención psicológica es fundamental. Pueden trabajarse. No son irreversibles.
Contra lo que suele mostrarse en la gran pantalla, no es un sálvese quien pueda, es un salvémonos juntos. Los pocos recursos se comparten. Se refuerza la generosidad. La tan criticada “juventud de cristal” ha dado una lección de solidaridad. Lo dicen las encuestas: los más jóvenes están cada vez más comprometidos. Con el medioambiente, con lo social y con la salud mental. La empatía puede al egoísmo. Somos más fuertes de lo que nos creemos, mejores de lo que pensamos.